porque no está mal que terminen las historias mientras haya historias que contar

21.12.13

A un desconocido

Haberme dado cuenta que quien ya no está a mi lado no vale la pena, ¿me tranquiliza, por el hecho de que ahora estoy lejos? ¿O me angustia, por haber compartido tanto con quien no lo merecía? ¿O me da miedo, por haberme confundido así y que pueda volver a suceder?

¿Siempre fue así? ¿O es una víctima de las vueltas que la vida le jugó? El cree que ganó, siempre lo creyó, o al menos eso demostraba.

Pero un día, no sé quién me dijo que a veces tener todo es triste, porque "todo" significa "muchas cosas", y generalmente esas pocas que quedan afuera tienen la esencia, son lo real, lo que afecta debajo de la máscara.

Entonces, solo me queda sentir pena. Tendré pocas cosas, pero por lo menos son de esas que bailan en las entrañas. A vos, ni la maldad te es real. Por eso; ni odiarte puedo. Solo sentir un poco de lástima. Y recomendarte comprar otra careta.

12.12.13

El mal de la época

Encontré un cuento que escribí en el 2009, en una clase de geografía de tercer año.


 "Después de mucho intentarlo, abrí los ojos. Estaba rodeado de cables, todo enchufado, encerrado en cuatro paredes blancas como la cal. Y si bien mis sentidos estaban totalmente perdidos e inútiles, olía a hospital. Ese olor imposible de describir con palabras, a médico, a clínica, a familias que lloran por aquellos que no despiertan, a medicinas vencidas. Más que un olor; un clima, una sensación imposible de ignorar. Apenas abrí los ojos pude ver (aunque de manera poco clara) a una mujer degradada que me miraba. Llevaba un barbijo y sus ojos eran tristes. No entiendo cómo, aún con mi lamentable estado, pude precibir esto último. Pero era, como el olor a hospital, imposible de negar.

- ¡Juan! ¡Juan! - exclamó éste ser. Y comenzó a llorar.

 Se acercó a mí y me quedé helado. Conocía a esa persona más que a mi mismo. Era mi hermana. O había viajado en el tiempo, o algo había pasado. Pero su aspecto era horrible. Al instante entró un médico (lease: hombre vestido de blanco o celeste que sabe o finge saber salvar vidas) y alejó, violentamente, a Ludmila de mí. El doctor también llevaba un barbijo. Echó a mi hermana de la habitación y me inyectó distintas sustancias que yo, al no tener noción de nada relacionado con la medicina, no pude saber qué era ni qué efectos tenía. Lo único que sé es que me dormí, pero entre sueños, escuché algunos comentarios a mi alrededor:

- No vuelva a acercarse, señorita...
- Pero es mi hermano... por favor
- No se acerque o tendremos que prohibir las visitas. Y no se saque el barbijo por ningúna razón.

Tuve algunos sueños confusos. No pude recordar ninguno, pero todos me hicieron sentir una tristeza extrema. Una desesperanza difícil de explicar con palabras. Tiempo después (no podría precisar si fueron minutos, horas o días), volví a abrir los ojos, con más (mucho más) esfuerzo que la vez anterior. Sólo se encontraba una enfermera en la habitación. Llevaba algo así como un barbijo gigante que le abarcaba la nariz y la boca.

- ¿Qué me pasó? - pregunté con las pocas fuerzas que tenía. Me sorprendió escucharme. Tenía la voz cambiada, tomada, débil.
- Ahora voy a llamar al doctor para que le explique.

Esperé con ansiedad y molestia. Sentía el cuerpo cansado pero aún así, después de unos minutos, decidí incoporarme para ver si había algún indicio que indicase por qué estaba ahí, o qué estaba pasando. No recordaba qué era lo último que había vivido antes de que me internen. Entró el médico rápidamente y me inyectó un tranquilizante. No me explicó nada a pesar de mis quejas. Quedé dormido al instante. Pero, lamentablemente, escuché algunas cosas. A partir de ahí, cambió mi vida para siempre. O mi muerte. Sólo puedo recordar palabras, extractos. Inconciente y con los ojos cerrados, pude llegar a distintas conclusiones.

Me estaba muriendo por la gripe porcina. Hacía un año que estaba internado, en coma, totalmente dormido. Me dopaban porque mi caso era mortal. Me había infectado en mayo del 2009, estaba en abril del 2010. Había muerto un quinto de la población argentina a partir de mayo del año anterior. Sólo un décimo de la población restante estaba sana. Con riesgos enormes de infectarse. El número restante estaba como yo. Muriendo. En coma. Sin saber qué pasaba. En toda américa latina había millones y millones de muertos, y más aún de infectados, a-punto-de. En otros continentes no aceptaban inmigrantes. Era entendible: estarían matándose a sí mismos. Los gobernantes y sus familias habían logrado huir del continente. Claro, ellos tenían contactos y podían. Era una anarquía con un virus dando vueltas. Un virus terrible. Todo era un descontrol. Si no me hubiera muerto a las pocas semanas de enterarme de todo lo que sucedía, aún habiendo sido alguien que amaba la vida, creo que me hubiera suicidado."

8.12.13

Pregunto

¿Qué es "sentir?

No quiero, esta vez, al menos, caer en filosofías ni en lugares comunes.

Pregunto porque realmente algo adentro duda acerca de eso;
Pregunto porque muchas, no sé si miles, ni cientos; pero decenas de veces me supe llena con algo que al tiempo no me significó nada;
Pregunto porque me llegué a sentir feliz con situaciones no porque me hicieran bien sino porque solamente me hicieron, me hacían, y al tiempo no eran más que un simple recuerdo;
Pregunto porque logré pensar que tenía "mariposas en la panza", pero no hicieron más que volar (y no sé a dónde, porque hubiera corrido a buscarlas);
Pregunto porque algo en mí quiere pensar que me pasó, que sentí, que tuve esa cosa rara adentro, en ese lugar que no se llama ni mente, ni alma, ni corazón (que se usa muy poéticamente pero no es más que un órgano sangroso y poco estético); que no tiene espacio físico pero que tiene más entidad que cualquier cosa tangible. Pero que al tiempo desapareció, y cerró perfecto con esa manera de ver los sentimientos que tengo que los aisla de las partes del cuerpo, y al materializarse en algo tan abstracto tiene lógica que se vaya así nomás;
Pregunto porque escucho a todos hablar de ganas que los llenaron, pero ya no; y yo me cuestiono (y les cuestiono, porque vivo inquiriendo para saber si la única dudosa acerca de la realidad del sentimiento soy yo) si en serio están seguros acerca de haberlo sentido o si simplemente lo dicen porque es lindo decirlo, para uno mismo y para el resto; y les conviene no interrogarse demasiado a sí mismos;

Pregunto porque le tengo mucho respeto a las palabras, quizás demasiado, y no quiero enunciar algo que no sea real; pregunto porque no sé qué significa que algo sea "real"; pregunto porque tal vez me equivoco en querer medir a los sentimientos con la vara de "realidad" porque puede que sean cuestiones que sólo se puedan entender en el momento que están pasando;

Pregunto porque tengo miedo de que todos los sentimientos sean efímeros como los que me recorrieron el cuerpo/alma/esencia/lo-que-sea-que-siente como hasta ahora;

Pregunto porque sé que nadie me va a poder responder y probablemente no quiero que lo hagan; porque parte de ese no saber, de todas estas dudas, de estas inquietudes, de este temor; tiene que ver con la fe de confiar en que todo está más allá, de que va a llegar, de que no es una utopía, de que va a aparecer lo que tiene que existir:

el todo y el para siempre.

1.12.13

Pinta pa' largo, señor

Ya ni escribir. Y dice que no es que antes era cosa de todos los días, justamente solo cuando pasaban cosas que lo ameritaran. Y hace mucho no escribe. Se detiene en el concepto "pasar cosas". Primero no cree saber a lo que se refiere, pero enseguida se da cuenta que sí. Es cuando algo le toca el alma. Para bien o para mal.

Se le viene a la mente la imágen de un títere. Nuevo, sin usar, reluciente, pero que está flotando: nadie tiene los hilos, y menos que menos los mueve. 

Levanta la mirada de su cuaderno y ve una pecera. Ocho peces la recorren de punta a punta, una y otra vez, sin parar. (Se pregunta si los peces nadan cuando duermen). Le hacen acordar a ella, y al títere flotando, moviendose porque sí y punto, porque no queda otra. 

Pero entonces piensa que por lo menos ellos viven cada nueva aleteada como nueva, no se les nota que hace años que minuto tras minuto recorren la misma pecera de pocos centímetros de largo por pocos de ancho. Entonces de repente escribó, ¿significa que pasó algo? ¿o forzó de la nada, un algo, para sentirse mejor (o peor), pero para creerse que algo pasa

Le gusta el sol, aprendió a disfrutar copiando a la lluvia y dejando a las lágrimas caer, pero el parcialmente nublado la vacía. Aunque quizás está lloviendo y no lo quiere ver, y en realidad no sabe ser feliz con la tormenta.

Capaz tiene que cambiar de pecera.
Y dejar de escribir en tercera persona.

26.11.13

Hasta la próxima vez III

Como volver a ponerse la malla. En el invierno cambiaste, puede quedarte diferente; y además tampoco te acordás bien cómo te calzaba.

Lo ves de nuevo. En el invierno cambiaste, te faltó su abrazo y tuviste frío. No sabés bien en qué orden de causa-consecuencia. Pero estás otra vez ahí con él, y por un lado parece como si no hubiera pasado el tiempo; y por otro ya no te queda tan bien como antes. O como creías que te quedaba antes.

Lo bueno de la malla es que ella no puede cambiar, lo malo del amor es que complementarse es tan mágico que no sólo se necesita encontrar a esa persona en las 6000 millones que hay en el mundo (es más fácil ganar la lotería), sino que tiene que estar dispuesta a conocernos, y nosotros a esa persona, y saber mostrarnos como somos, y mantenernos así, en esa situación de enganche, de rompecabezas, de encastre. 

Quizás fue él, quizás yo, quizás nuestro alrededor, o tal vez solamente nos saturamos; pero ya no me queda bien como antes. No, no es cuestión de talle, es de textura y de color. Ahora lo siento muy gris y ya no me eriza la piel.

14.11.13

Todas las putas van al cielo

La noche anterior había habido luna nueva: la noche anterior no había habido luna. Una mancha en el medio de la noche: nada para los ojos humanos. Como todas las noches sin luna, pocos ocuparon un rato y un espacio de su mente para percatarse de ello. Las ausencias de las cosas a las que no les prestamos atención son difíciles de percibir.

Sólo se acordaron de la luna los expertos, que no pueden evitar, al final de cada día, reconocer al satélite y caracterizar su estado; y algunas canciones sonando en auriculares dispersos, aunque casi nadie los relacionara realmente con esa forma blanca que faltaba en el cielo.

La noche siguiente hubo luna llena. Puede que esto te llame la atención, pero solo evidenciado por escrito: capaz que en la vorágine del día a día ni siquiera recordás la luna una vez por semana, aunque la veas, aunque este ahí; entregada, desnuda y dispuesta a dar su espectáculo sin cobrar. Ahora te estás preguntando qué tanta atención le prestás a la prostituta gorda, blanca y barata a la que nadie le hace el amor. No es momento, y probablemente no encuentres respuesta, y menos que menos una satisfactoria.

Entonces, decía, hubo luna llena. Los expertos se desesperaron; no podía suceder, no había lógica que lo explicara. Se llamaron entre ellos, consultaron a la NASA; toda la jerga relacionada a los astros se desesperó. Vos y yo no nos enteramos porque ellos no quisieron, y porque estábamos muy ocupados mirando otras prostitutas; flacas, caras y por televisión.

Nunca más volvió a suceder. Algunos expertos se suicidaron, otros se retiraron, un grupo decidió omitir lo sucedido porque todo lo que estudiaron hubiera perdido valor. El único “civil” que se percató de la extrañeza fue un chico, que de tan triste, durante muchas noches, lo único que hacía era tirarse en un banco de plaza a mirar el cielo, fumar un cigarro y hacerle el amor a la luna con los ojos.

Un día me lo contó, ya contento y recuperado. Yo te lo cuento a vos. Decíselo siempre al que caiga en la sinrazón de la razón y necesite dudar un poco de todo. Ah, y no te olvides de que también entienda que hay que tomar menos sol y más luna.

4.11.13

En la mayor

Y simplemente pasa que tengo ganas de verte. Y es tan simple, y lo hacemos tan complicado… Y si digo “hacemos” es porque yo también soy parte de eso; entonces quizás no es tan simple. Puede que me guste más tener ganas de verte, que verte. Que disfrute la obsesión. Puede que encontrarte signifique darme cuenta que todo eso que me aseguré que iba a estar en vos, no lo esté. Capaz está adentro mío. O de otra persona. O no exista.
Ciudad Autónoma de Buenos Aires, capital mundial del desencuentro. Mucha gente, muchas calles y avenidas, cruces, más gente, apuro, choque, “uy discúlpame”, “permiso”, luces, ruido, autos, corridas, negocios, más gente, “la concha de tu madre”, bocinas, más ruido y gente y luces y autos. No hay espacio para dos personitas que simplemente tienen ganas de verse. Sólo en noches de apagón, en las que las almas en cuestión se prenden más que nunca, absorbiendo la ciudad y transformándola en frenesí.

27.10.13

Terrenal

Nunca lo soñé todas las noches, creo que ni siquiera una. Hubo canciones que me hicieron sentirlo, sí, pero después de bastante esfuerzo en que las letras y la melodía encajaran con nuestra (no) historia. Ninguno de nuestros encuentros tuvo música de fondo, y ni siquiera la ameritaban. Una vez, yo acostada en el sillón con las piernas cruzadas en el apoyabrazos (con una media muy corta naranja flúo y la otra gris y un poco más larga) y él desde una silla comiendo pollo frío con la mano desde un tupper, nos encontró hablando de cómo garchaban los cien pies, y la conversación se cerró con mi genial remate de "no se ponen en cuatro, se ponen en cien". Hoy en día me sorprende haberla pasado tan bien siendo tan yo: siempre a la espera de la escena de cuentos, del clima perfecto, de los besos dulces y las conversaciones profundas. Pero ahí estaba, en la realidad, y creo que quizás lo que lo hacía mágico era que no tuviera nada de magia y aún así lograra hacerme sentir tan bien.

22.10.13

El tutifruti

            Una hoja y una lapicera por jugador. Algunos dibujan todas las líneas desde el principio, otros simplemente las verticales, y las horizontales las van haciendo mientras avanza el partido. Como título de cada columna: “letra”, “nombres”, “animales”, “colores”, “cosas”, “comidas”, entre otros, y por último “puntos”. A veces se elimina “cosas” por no ser precisa, y se suman algunas como “mundi”, que consiste en países, calles, provincias, barrios, etc, o quizás unicamente “países”. Cada vez que empieza, que suele ser en momentos en los que reina el aburrimiento, se establecen las categorías con las que se va a jugar en esa oportunidad.

 Uno de los jugadores, que pueden ser de dos a infinitos, piensa el abecedario. Se puede comenzar diciendo “cero” en voz alta y continuando en voz baja “uno, dos, tres, a, be, ce, de…” y el resto, o empezando directamente con “A”, lo cual dificulta que pueda tocar esa letra, salvo dando toda la vuelta al alfabeto y comenzando nuevamente. Otro participante lo frena, y la letra en la que fue interrumpido será con la que van a jugar esa mano.

Lo que debe hacerse es poner palabras que comiencen con el caracter que salió sorteando, respetando la consigna de cada columna. Con “A”, podría ser: Analía, Ardilla, Azul, Armario, Arroz, Alemania. “Amor” no entra en ninguna columna, aunque algunos arriesgan a ponerla en “cosas”, pero para qué, si es para conflicto.

 El que completa primero todas las categorías debe decir “basta”, “stop”, “basta para mí, basta para todos”, u otra palabra que represente lo mismo. En ese momento todos cuentan los puntos, columna por columna. Cinco, diez y veinte puntos son las distintas posibilidades de sumar. Algunos conciben la alternativa de sumar quince, mientras que otros se oponen fervientemente. Dilema si los hay, y conviene aclararlo al principio: ¿la letra vale 5? Algunos aseguran que sí y otros se horrorizan. Incluso existen los que ni siquiera hacen una primer columna llamada “letra” porque les parece una pérdida de tiempo, de tinta, de hoja, de energía. También existe un cuestionamiento acerca de si la palabra mal escrita (no por la primera letra, sino por el resto) suma el puntaje de todos modos.

Se repite el sorteo y así sucesivamente. Hay letras con las que no se juega por difíciles, aunque el criterio no es siempre el mismo. La Ñ se rechaza, la X y la Y generalmente también. Sin embargo hay algunas dudosas. Los más cobardes se niegan a jugar con la Z o con la O, mientras que los guerreros eligen continuar, aunque quizás a mitad de camino, luego de mucho pensar, proponen cambiar de letra.

Existen quienes en comidas mandan fruta, y en animales, animaladas; así como los que le buscan la quinta pata al gato a la respuesta. El juego es sumamente subjetivo, ya que la ubicación de las palabras en las columnas depende de un criterio que no es universal. No hay juez, por lo que al finalizar cada mano se suelen dar debates y discusiones que pueden durar de dos minutos a quince o veinte; ya habiendo perdido el eje de para quién son los puntos, sino por una cuestión de llegar a un acuerdo o imponer la lógica propia por sobre la del otro.

No hay un final claro. En general concluye cuando quienes están jugando se aburren; o cuando la mayoría de las letras ya salieron y solo quedan “las imposibles”. Aquí se suman los puntos logrados por cada letra. Algunos cuentan con la cabeza, otros anotan y también hay quienes sacan el celular y utilizan su calculadora. Los últimos suelen dudar del método de los primeros y “de onda” les suman sus puntos, pero en realidad es para asegurarse de que no se agreguen puntos que no les correspondan.

Hay tantas formas de jugar al tutifruti como personas en el mundo. Tiene muchas reglas y versiones que dependen de cómo lo aprendió cada uno. Como en el amor, cada uno lo lleva adelante de una forma diferente, que varía según la experiencia del individuo.

Una relación de amor no tiene una sola manera de surgir. Existen tantas, como vínculos posibles. Una amistad anterior, una noche descontrolada, un empujón, una solicitud de amistad en facebook. Como armar todo el cuadro del juego de antemano y forzar a que lo que se está por escribir salga de un tamaño en particular, o ir trazando las líneas horizontales a medida que avanza en juego, permitiendo que cada concepto se redacte sin una estructura que lo acorrale. Como empezar diciendo “cero” o “A”.

Cuando el sentimiento frecuentemente interpretado por un corazón estético (porque  el verdadero corazón humano es bastante feo, venoso y sangriento como para representar algo culturalmente tan tenido en cuenta como grandioso) se apodera de la voluntad de dos individuos, suelen aparecer diferecias en lo que cada uno busca en la relación, que también va de la mano de la costumbre. Como en el juego, en donde el que siempre jugó con “mundi” va a querer seguir jugando así; los participantes de un vínculo tienden a pretender continuar con las particularidades de sus relaciones anteriores. De manera inconsciente, se encuentran buscando en la nueva relación lo que su pareja anterior les daba. Esto es un grave error y no termina bien, porque todos juegan distinto. Entonces alguien tiene que ceder. “Está bien, juguemos sin 'mundi'”.

Así también se terminan relaciones de infinidad de formas, como en el tutifruti se dice “basta” o “stop” cuando se completan todas las columnas de una letra. Uno se satisface, ya no necesita pensar más nada, llenó todo lo que podía llenar en esa circunstancia y pone un punto (y poco le importa la necesidad del otro, sobretodo a los adeptos al “basta para mí, basta para todos”). Puede ser un mensaje de texto, un beso de despedida, una cachetada, un portazo, una lágrima. Desde entonces no puede escribir nadie más. Se acabó lo que se daba, al que estaba justo en la mitad de una palabra, lo agarra desprevenido. A veces se permite terminar de escribir lo que estaba a medias, otras no y el final es crudo y definitivo. Después de contar los puntos, se puede continuar con otra mano o no. Depende del cansancio, del aburrimiento, del balance que hace cada uno de lo que está obteniendo del juego.

También uno se pone un puntaje en el amor, no en números, sino en palabras dichas a aquella persona cuando todo se acabó. “Gracias por todo”, “perdoname”, “no te quiero ver nunca más”. Y recibimos las del otro. Los puntajes son una mezcla del mérito de uno y del del otro. Quizás yo fui creativa en el juego, pero si el otro también aportó lo mismo, no pudimos sumar demasiado. O tal vez el contrincante no me dio tiempo a mostrar todo lo que yo tenía para poner sobre la mesa.

Nunca falta el que se le anima a algo que al final no puede llevar a cabo. “Con la Z no”, dice él; ella asegura que hay muchas para poner, juegan igual, y a los minutos ella propone utilizar otra letra. No todos se pueden hacer cargo de lo que prometen, aún cuando así capaz entusiasmen a otro que no lo estaba. Puede pasar que él empiece a sentir que con la Z sí se puede, que soñar podía no ser un sueño, pero ella se empieza a arrepentir y ya no hay palabra que los salve.

El tutifruti termina y nunca se habló la mayoría de las diferencias en la manera de llevarlo a cabo. Se fueron adaptando, cada uno en circunstancias distintas del juego, a las reglas del otro, o imponiendo las propias sin darse cuenta por considerarlas universales. Al igual que en el amor, ante la duda de uno estar haciendo las cosas de la manera incorrecta, se muestra sumiso frente a la imposición del otro; cuando en realidad no existe una sola forma de hacer las cosas, de besar, de hacer el amor, de tener una relación, de conquistar, de permitir que el otro pague la cena. Quién gana, nadie lo recuerda. Sí quedan presentes las discusiones, los intercambios de opinión, la polémica. Uno dice “basta” y se termina, pero alcanza con un par de letras (de palabrerío) para empezar otra vez. El final se da por cansancio, por aburrimiento, por la falta de todas esas ganas que se tenían al comienzo. Sin embargo, días, semanas, o quizás meses después, el tutifruti y el amor parecen tentar de vuelta. Pero a veces basta con jugar un par de manos para darse cuenta de que es tan aburrido e insulso como resultó al final la última vez.

Años antes, quizás, hubiera descreido de esta comparación, y hubiera relacionado al amor con una cuenta matemática o una transformación química: A+B=C. Sin embargo, aprendí que está interpelado por las palabras, por la interpretación, y principalmente por la diversidad de reglas y maneras de comenzarlo, afrontarlo y terminarlo. “Tutifruti”, una canción de Little Richard, nada habla del juego, sino de lo que siente por  Zoe y Daisy. Se puede jugar de a más de dos, sí, pero suele ser bastante más conflictivo.

19.10.13

Asesíname

Me puse la remera. Su remera. Es la misma que hace meses, pero no la siento igual. Yo soy otra, y es como si ella fuera otra. Podría estar siendo un pijama antiguo mío o de mi vieja, o una remera de Independiente de un amigo. A esta altura es lo mismo.

Y a un metro, o tres, o cien, o diez centímetros. También suena la misma canción. Exactamente ESE tema. Lo lloré, lo sufrí, me despedazó, me sentí absorbida, me desnudó aunque no me sacó la ropa (o sí, y me dejó sin nada asdemás de eso). Hoy lo escucho vestida, de cuerpo, de alma, de esencia, de piel, de mente. La piel no se me pone en puntitos, está calma, lineal, aburrida, neutra. Y eso que tiene ganas; después de tanto tiempo de rogar ser afectada, hoy se arrodilla ante la idea de movilizarse con algo, aunque esa movilización implique inquietud, dudas y lágrimas.

Vi más veces nuestra película sola, que con él. Caminé esas calles más días en soledad, que de su mano. Tiré más ese chiste a extraños, que a él que tanto lo hacía reir (y se lo contaba sólo porque su risa me llevaba a un lugar al que nadie podía, como si fuera una puerta mágica de la que sólo tenía la llave mi voz y mi ocurrencia). Recorrí mi propio cuerpo en más oportunidades con mis manos que con las suyas. 
La película fue una mierda. Las calles, tristes. El chiste, insípido (y nadie se río). Mi cuerpo, insensible. La noche sigue siendo noche pero es mucho más oscura, aunque haya luna llena. Y lo peor de todo eso es que no me duele ni un poquito.


Para hacerme sentir todo eso y después dejarme parada en el medio del desierto, me hubieras matado antes. Esto de matarme de a poquito además de triste es bastante aburrido.

20.9.13

Sentimientos desencontrados

Esta esquina me gusta; este clima, más. La noche está hermosa, amo la canción que suena en mis oídos y este banco es muy cómodo. La calle trata de abrazarme, el viento, de acariciarme. La noche me llama a respirar inflando los pulmones hasta que no quede espacio. No veo la luna, pero seguro que también me mira con ganas de hacerme sentir plena. La canción quiere acariciarme el corazón y el banco promete hacerme sentir cómoda.

Pero nada funciona, porque adentro mío es un día lluvioso, frío, estoy una de esas calles angostas del centro a las que odio, volviendo de no haber podido hacer un trámite porque me olvidé un papel, se me quedó sin batería el iPod y no sé dónde tomarme el colectivo. Algo así. Estoy a destiempo. Lo que me rodea es hermoso y no puedo absorber nada. No sé cómo llenarme de eso. Algo miente, o lo que siento por fuera o lo que siento por dentro.

Prefiero un contexto de mierda antes que estar rodeada de algo hermoso de lo que no puedo nutrirme. Igual, de repente, cuando escribo "pero yo no puedo", justo al poner el punto final, aparece una persona y me roba una sonrisa. Un par. Así, de taquito, sin proponérselo, me pone en sintonía con esta noche de ensueño.


Ya refrescó.

10.9.13

¿Para lelas?

Son las 10 y 10 de la noche y la mesa ya está puesta. Mientras revuelvo la olla de fideos (no sé qué estará haciendo la mucama, pero no quiero que se pasen), Tomy llora y yo trato de calmarlo. Se distrae con un autito de juguete y yo aprovecho y le mando un mensaje a Fabián, el tercero en la última media hora. La reunión debe haberse puesto tensa y complicada como generalmente y por eso demora. Espero que éste me lo responda, al menos para saber si esperarlo, o darle de comer al nene y esperarlo yo, o comer con el nene y que coma después solo. “Y? Ya venís?”. “Enviar”.

Tomy grita y revolea al autito contra un mueble. “Vení, vamos a jugar a la compu”, le digo. Abro la notebook, hace mucho no la uso, Fabi se la lleva siempre a trabajar. Me pide una contraseña, pruebo su fecha de nacimiento, la mía, el día de nuestro casamiento, el cumple de Tomy, el nombre del perro, nuestra dirección, nuestro teléfono, su documento; no es ninguna. El nene se pone como loco, grita “¡compu!” desaforadamente y yo ya no sé cómo calmarlo.

Son las 11 y media, Tomy se quedó dormido en el sillón. Me alegra porque ya no molesta, pero como Fabián no me respondió, no resolví lo de la cena y por ende no comió. Los fideos se pasaron. Me llega un mensaje: “estoy en camino”. No tengo idea de dónde fue la reunión pero supongo que no demorará mucho. Me siento al lado del nene y relajo la cabeza, la mente, el alma… y me quedo dormida.

Suena el timbre, me despierto sobresaltada. Tomy ni se inmuta. Miro el reloj: la una de la mañana. Pregunto por el portero eléctrico quién es y me responde Fabián. Mando a Clarisa a que abra, a ver si esta mucama hace algo bien alguna vez en su vida. Cuando entra, mi marido me besa rápido y sigue de largo, tiene cara de cansado y un olor rico que no puedo descifrar.
- Qué tarde, amor.
- Sí, se retrasó todo, me perdí para volver, un quilombo tremendo. – me responde mientras sube la escalera.
- ¿Dónde vas? ¡Cenemos que es la una de la mañana!
- Ya cené. Me pego una ducha y me voy a dormir.

Yo no tengo hambre y no vale la pena que lo despierte al nene. Guardo los fideos en un tupper, llevo a Tomy a su cama, me pongo el pijama y me acuesto en la mía. Fabián se está bañando. Le suena el celular, como no puede atender él, lo hago yo.
- ¿Hola?
- ¿Quién habla? ¿Fabián? – me responde una mujer.
- Soy Claudia. ¿Quién habla ahí?
- ¿Claudia? ¿Qué Claudia?
- ¿Quién habla? – vuelvo a inquirir.
Justo Fabi sale de bañarse, se acerca rápido, me saca el teléfono y corta.
- Están llamando equivocado desde hace varios días. Ya me rompe los huevos. 
- No te preocupes, amor. ¿Compraste los pasajes a Miami?
- Sí. También ya tenemos los internos de Estados Unidos, y los que después nos van a llevar hasta Europa. Ah, creo que te voy a dar mi auto porque me quiero comprar otro, me cansé ya. El tuyo se lo podemos dar a tus viejos o a tu hermana.
- Ah, bueno, dale. Hasta mañana. – le digo, y lo beso.

Me giro, quedo acostada de espaldas a él, mirando a la mesa de luz. Agarro mi celular, tengo un mensaje de Oscar, me alegro mucho. Lo abro y leo: “te amo, mi amor, espero que nos veamos mañana”. Le respondo que sí, que Fabián se va a Tailandia por un viaje de trabajo y que a Tomy lo voy a dejar en lo de mis viejos. Me duermo feliz.

7.9.13

La noche lado B

Salí del boliche. Ya no me gusta esa gente. En realidad el problema no son las personas, sino lo que están buscando ahí, que es tan distinto a lo que yo aspiro que ni siquiera puedo conversar más de dos minutos. Nunca me gustó generalizar, pero a veces el entorno parece obligar a uno a hacerlo.

Llovía mucho. No parecía la misma Scalabrini Ortiz que me había hecho sentir como en primavera hacía un par de horas. Ahora me faltaba abrigo, y alguien que me quisiera abrigar. Pero de esa segunda cosa todavía no me había dado cuenta. Me puse los auriculares, el sweater y empecé a caminar. Me sentía demasiado sola como para permitir que el ruido de las millones de gotas sobre el piso me confirmaran que no tenía a nadie más que a mi iPod.

Di un par de pasos, la lluvia era tal que se me complicaba ver. La calle no estaba desierta, varias veces por cuadra me crucé a grupos de personas; pero nadie estaba solo y todos sabían a dónde ir, y lo más incómodo no era que yo no estuviera con nadie ni que no se me ocurría un lugar para dirigir mi recorrido, sino que a mí se me notaba demasiado.

A algunos se les veía en la cara que se habían dado por vencidos de encontrar alguien del sexo opuesto que le satisfaciera la revolución de viernes a las 5 de la mañana en sus hormonas; pero a la mayoría de ellos se les escapaba una sornisa por la hamburguesa que comerían en cuestión de minutos. Yo ni eso. Mi billetera tenía un aislado y triste billete de diez pesos y alguna que otra consumición de boliche vencida.

En la Shell de Scalabrini y Gorriti un pibe me invitó a un café. "Antes de tomar café, me mato", le respondí, y caminé unos pasos fingiendo que sí sabía dónde iba, pero no hice más que cruzar y sentarme en un umbral a que pare de llover para poder ir a la parada del colectivo. La tormenta se tornaba incaminable.

Pasó un rato, vi chicas en minifaldas, lindas, flacas; otras no tanto, y dudé de si me hubiera gustado ser ellas o estaba contenta con mis zapatillas y la mochila en la espalda. Me sentí orgullosa de mí, tal vez por autoconvencimiento; quizás porque estaba demasiado sobria como para querer ser parte de eso; o en una de esas porque realmente no quiero integrar esa movida superficial. Pero ahí estaba, yo, el umbral, la lluvia, mi cigarrillo, esas personas, la noche, mis auriculares, los hombres resignados, los patovicas aburridos. 

Transcurrieron minutos que yo conté en canciones. Fueron 6. Entendí que nada justificaba que estuviera ahí y paré un taxi. Me subí y me puse los auriculares, aún comprendiendo que probablemente estuviera siendo descortés y desubicada. Pensaba lo que se me cruza cuando voy de muy mal humor por la calle por alguna zona peligrosa y temo que me roben: "hoy no, campeón".

Afuera no paraba de llover. Dio un par de vueltas en las que dudé que me estuviera paseando pero me di cuenta que agarró Angel Gallardo. Sentí culpa por ser desconfiada y elegí un tema que me hace acordar a él. No me estaba acordando de él, pero creo que en el fondo tenía ganas de eso. Quería justificar la angustia que sentía con algún motivo no tan triste como mi soledad.

El reflejo de la lluvia en mi cara eran lágrimas. Y no me di cuenta si era un reflejo o era llanto de verdad, pero sí, era llanto, la lluvia era la excusa, la música un buen motivo, la noche el mejor contexto y la cruda superficialidad de las personas, el triste factor desencadenante.

Cerré los ojos y cuando los abrí ya estábamos en Flores. "Acá a la izquierda", le dije. Le pedí que me espere así podía buscar plata en mi casa porque encima no tenía, y no paró el reloj hasta que salí con la billetera. 

Hay noches que sólo sirven para recordarnos que querer alejarnos de todo, nos acerca un poco más.

4.9.13

Me desilusionó estar desilusionada

En la falta de sentir que consideré compañera los primeros 17 años de mi vida, deseé con todas mis fuerzas que algo me hiriera a tal punto de querer estar encerrada días y días escuchando la música más triste y escribiendo sinsentidos en los que volcara mi eterno sufrimiento. No tenía freno alguno para decirlo: quiero sufrir, quiero que me lastimen, quiero poder odiar al amor en vez de simplemente, desconocerlo.

Nada de lo que esperaba llegó. 

Entendí que el dolor a veces pasa más por la intriga de no saber qué hacer, que por lo sucedido en sí. Que nunca el sufrimiento es simplemente "te odio" y un par de canciones tristes. Que la angustia tiene que ver con la lucha entre el necesitar a alguien y aborrecer su actuar. Que sufrir no es únicamente una tarde de lluvia mirando una película triste, si no que es la lucha eterna entre el quiero y el debo. La pelea entre el amor hacia uno mismo y el amor innegable hacia otro.

Eso es sufrir por amor. Es no saber si dejarse vencer en algún modo, para en otro sernos fiel a nosotros mismos y brindar de vuelta por el amor; o traicionarnos en nuestro sentido más sincero para sentirnos fuertes en el otro, y decir adiós a aquello que nos mintió pero, también, nos enamoró.

Es que sí. Eso que tanto esperaba no tenía por qué ser tan simple.

2.9.13

Sueño negro

Tuve un sueño horrible. Había un golpe de Estado y los militares me perseguían. Vi a mi viejo llorando, con las manos en la cabeza, resignado. Mi papá, el fuerte, el que siempre encuentra una salida a todo. Nos vi encerrados, con un militar riéndose de nosotros a carcajadas de poder y con ojos que brillaban de dominación. Mi mamá, mis tíos, mi hermana, todos esperábamos en ronda a que el milico hiciera lo que quisiera. Que matara a uno, a dos, a varios, a ninguno. Nadie lo había mandado. A ese, no. Se estaba divirtiendo con nosotros, como un pibe que juega al Counter Strike.

Yo me escapaba. Sola, no me acuerdo cómo, con la culpa de haber dejado a mi familia atrás pero con la seguridad de que nada podía hacer por ellos. Huía por la noche, y de día me esforzaba por poner cara de normal cuando me cruzaba a algún uniformado verde (aún sin saber qué es "cara de normal"). No sabía en quién confiar, podían fusilarme en cualquier momento en cuestión de un movimiento de dedo y lo sabía, lo sentía, lo respiraba a cada paso que daba. Tuve miedo como nunca, ese miedo que excede a la palabra "miedo", ese miedo que jamás sentí, ese miedo que hasta decirle "terror" le queda chico.

Tuve un sueño horrible. Y lo más horrible no es el sueño, sino la realidad que supo ser para muchos alguna vez.

24.8.13

Love is feeling

El amor es hoy. O no es. No hay ayer. 

¿La amó? ¿O creía que la amaba? Ahora no la ama. ¿La amó y al no sentirlo más, no puede ni comprenderlo? El amor no es comprender. Él siente que no era amor. ¿Y si sí y el tiempo se encargó de borrarlo, como el viento las huellas en la arena? Hoy mira atrás y solo ve una linda sensación, casi una obsesión, una locura que lo supo llenar, unos lindos deslices, plenitud efímera. Pero no era nada. El amor es más. Tiene que ser más. Para el amor en serio no hay tiempos pasados. Ese es para siempre.

Pero entonces quizás el amor se siente tan en las entrañas, puede llegar a ser tan real, tan imposible de apalabrar pero capaz de generar una sensación tan única y desgarradora, que sólo se puede "entender" o asimilar cuando está pasando. Cuando está ahí. En un ahora. Después el paso de los días, los meses, tal vez los años, lo desfigura, lo atenúa, lo suaviza. 

Tal vez mejor que sea así. Él no podría hoy estar tan bien siendo conciente de lo lleno que supo estar; de lo que nació y vivió en su alma, y ya no existe más.

13.8.13

Perfume de mujer

Cuando alguien se atreve a tener su mismo perfume y acercarse a vos, tu cerebro o tu alma (o ambas u otra parte desconocida) se toma un tren a los tiempos en los que tener tu cabeza recostada en su cuello era algo habitual.

Pero ayer el viaje fue otro. Volviste a usar esa fragancia que vos te ponías cuando estaban juntos. Te acordaste (y no sabés si esa es la palabra porque más bien fue como estar ahí otra vez) de la espera a que tu celular vibrara con un mensaje suyo de "toy", del saumerio que prendías un rato antes, del estar casi en pijama pero segura de que apenas cruzara la puerta te iba a decir "qué linda estás". Casi en pijama pero con perfume.

Te gustaba él, pero tanto también, o quizás más, te gustabas vos siendo gustada y gustando. Todavía te acordás esa vez que tan sincera como avergonzadamente escribiste "cuando me agarró de la mano adelante de mamá, me sentí más mujer que nunca". 

Fue lindo, pero no te apena que todo eso haya quedado atrás. No te duele ya no sentir nada. Todavía te queda perfume. 

11.8.13

La felicidad

Los pensamientos no están en palabras, son amorfos: cuando uno se conscientiza de ellos, los escribe en la mente, o los dice una voz en off. Después está la práctica de realmente agarrar un lapiz y un papel (o poesía aparte, teclear). Hay dos posibles distorsiones de lo que realmente se procesó en la cabeza: esa formulación primera y la escritura después. Yo siempre intento que quede intacto. Por eso no uso palabras difíciles (además de porque seguramente no las conozco). Porque uno no siente difícil.

Tenía ganas de ahondar en la idea de felicidad. Manoseada, deseada, olvidada, resignada, entregada, idealizada, desilusionada. ¿Qué es? No sé, creo que nadie puede responder bien. Porque cualquiera diría "los amigos, la familia, las pasiones", pero eso es palabrerío y, como ya dije, no sentimos así, con títulos que quedan lindos y que ya están cantados por todos. 

En el presente a veces uno no siente la felicidad. No la ve en la cotidianeidad. Está preocupado, atontado, distraído, consciente de los problemas y de sus posibles soluciones. Siempre hay algo a resolver, y aunque parezca lo único y lo peor, cuando logres corregirlo, va a aparecer otra cosa. Alguna piedra en la zapatilla tenemos siempre. Aunque sea chiquita.

En el pasado siempre fuimos felices. Con uñas y dientes nos abrazamos a la idea de "épocas doradas". Tenemos memoria selectiva. Los problemas se invisibilizan y prevalecen los buenos momentos. De chico tenías todo, hoy lo podés gritar a los cuatro vientos. Pero yo te juro que te sentías el más desdichado del mundo cuando te retaron a vos y la culpa era de tu hermana, o cuando no te dejaron ir al baile de séptimo de algún colegio.

Sé que mañana voy a hablar de mi hoy como un momento glorioso de mi vida. Y de los anteriores también. Y de la misma forma, de los que vendrán cuando ya hayan pasado. El problema, entonces, es la nostalgia; aprender a disfrutar de los recuerdos en vez sufrir que nunca puedan volver. O ser consciente mientras eso está pasando de lo afortunado que sos.

Hay cosas que de tan cerca no las vemos. Y ni hablar cuando están adentro.

7.8.13

Heidi

"Para eso estás VOS", me dijo, cuando con resignación y entre lágrimas esbocé una sonrisa vergonzosa que decía que quería alguien que me cuidara. Era una sonrisa que escondía tristeza y horas y horas de espera incondicional y conscientemente estúpida. Siempre supe que esperar no era la solución, ni siquiera la pregunta. Las dudas surgen cuando uno se inquieta. Y cuando uno se inquieta, se mueve. No existe esperar en movimiento.

Le di la razón. No esa que se le da a los tontos ni a los que tomás de tontos. Esa concesión de verdad sincera. Pero no me callé, porque mi alma gritaba, aún sabiendo y sintiendo que la banca tenía razón. "No quiero que me cuiden, quiero que me quieran cuidar", refuté. Se calló. Silenció su boca por largos segundos, y juro que fue real. Me escuchó. Me creyó. Me entendió. Y respondió. Alguna cosa vueltera que hoy no recuerdo, pero tampoco tengo interés en recordar. Porque al palabrerío se lo lleva el viento, y sino, mi memoria se encarga de filtrarlo.

No necesito de nadie para seguir audazmente inhalando resentimientos y exhalando sonrisas. Eso: me gusta pensarme como un tamiz de malas vibras. Entra mierda, salen flores naranjas. 

Primavera todo el año.

1.8.13

Formalidades al pedo I

Entonces no tengo que pagar yo, pero tengo que hacer que quiero pagar. Ya sabiendo que de todas formas no lo voy a hacer, ¿no? ¿Pero cuántas veces tengo que insistir? Claro, hay algunos pibes a los que incluso ya les molesta que te resistas tanto. Pero vos decís, entonces, que si no digo nada, no da, que mejor diga. Lo de con tanta insistencia, lo voy viendo. ¿Pero depende de qué? Ey, igual te juro que ni me jode pagar! Bueno, ok, está bien.

-más desliz y menos cordialidad-

30.7.13

La novela

- Te amo. – me dice.
Thiago me besa y el alma se me prende fuego, después de tantos días fría y apagada. Que nuestros labios encajen perfecto, como si hubieran sido una misma pieza cortada en dos, me lleva a tomar la decisión: esta vez me voy a quedar para siempre y él va a ser mi primer hombre. Ahora, ya mismo, en esta playa desierta, con el sol cayendo por atrás del mar y la luna asomándose desde los árboles. Se lo quiero decir, pero no sin antes contarle quién soy.
- Esperá, amor. Necesito que hablemos. – interrumpo, nerviosa y seria.
- ¿Qué pasa? Me asustás, Clara. 
- Sentate, por favor. – le pido y accede enseguida.

Hoy al mediodía volvía a mi casa desde la facultad como de costumbre, con los auriculares en mis orejas,  casi en una realidad paralela, totalmente ajena al ruido de los autos y a la contaminación visual de Capital Federal. “Me caigo adentro tuyo”, cantaba a la par de Joaquín de Jeites. De nuevo, no había sido un buen día. Lo único que quería era llegar a mi cuarto, encerrarme y ponerme a escribir, para así entrar en otro mundo y dejar atrás todo lo que me angustiaba. 

Al rato llegué, mamá me criticó por estar vestida como una puta: “después te quejás de que no tenés novio, así nadie te va a tomar en serio”. Tenía una calza y un sweater, no me parecía excesivamente provocador, por lo que se lo dije. “Encima no te das cuenta de que eso no te favorece, te marca todos los kilos que tenés de más”, me señaló. Preferí no responderle, ni tampoco contarle que no había promocionado ninguna de las tres materias que me faltaban para terminar el CBC de Letras. Elegí ir a hacer en ese mismo instante lo que me iba a alejar, otra vez, de esa vida de mierda. Si esta vez escribía algo copado, podría vivir de eso, y qué importaba que nunca me recibiera si finalmente salía bien.

La historia ya la tenía pensada. La de la semana pasada había estado buena pero le faltaba algo para que realmente durara, para que sea una novela y no un cuento corto. Tenía que ser bien lejos, en un lugar donde nadie pudiera intervenir, donde todo saliera bien. Quizás sería un relato aburrido, pensé, pero qué importaba si yo iba a estar feliz. Al  fin y al cabo lo de la facultad no me serviría de nada, total sólo tenía que escribir el principio y lo otro se iría dando solo. 

“Clara estaba en una playa desierta, Thiago la miraba con deseo y amor profundo”. Esta vez, con un renglón bastó. Sentí un mareo inmenso, tuve que cerrar los ojos para no vomitar o caerme al piso. Cuando los abrí de vuelta, ahí estaba la isla, ahí estaba Thiago, no tan igual a como lo había imaginado, pero perfecto como en los cuentos. 

- Te amo – me dijo, y me besó. Decidí que esta vez no iba a volver, que no correría a buscar un cuaderno para ubicarme en mi vida real nuevamente, que quería quedarme ahí para siempre, y para eso debía contarle cómo había llegado. Le dije que le tenía que decir algo, pero al final opté por no hacerlo. Hice que se siente, pero finalmente improvisé:
- Acordate que le tengo mucho miedo a las lapiceras. Por favor quememos la última que nos queda y que nunca se te ocurra alguna locura como ponerte a escribir o algo así.

28.7.13

Y no me deje volver II

Otra vez estoy en la ruta. Es mi hora preferida. Desde el auto se ve al sol a un centímetro del horizonte, quizás un poco más. Se ve redondo, con el perímetro perfectamente delimitado. Preciso. No puedo dejar de observarlo aunque me genera cierta molestia en los ojos.

Saco la vista, miro el auto, mis zapatillas, un cartel, hasta la ruta. Todo parece insignificante, poca cosa, escasez. Y la sombra luminosa del sol, esa que queda en la retina o en el cerebro también cuando despliego los párpados; está ahí, en todos lados, en cualquier ente en el que elija dirigir mis pupilas, recordándome lo que todo eso no logra ser ni por asomo.

Es que con lo tan hermoso e intenso pasa eso. La mirada se acostumbra y después todo lo otro es mediocridad.

26.7.13

Y no me deje volver

La ruta, el auto, el sol cayendo. Ya no lo veo, pero todavía ilumina un poco. Es ese tipo de cielo que si mirás de un lado es de noche, y si girás la cabeza para el ángulo opuesto, jurarías que es de día.

Mi alma en llamas, o con ganas de estar así, que por un rato es lo mismo. La música que la aviva. Luces de una ciudad (que no sé cuál es) allá a lo lejos, como preámbulo de lo que me va a invadir en un rato. Porque todo esto tan soñado y, a la vez, tan real, va a terminar.

Voy a llegar a alguna ciudad. Va a terminar oscureciendo del todo. Mi música va a apagarse. El alma se va a congelar otra vez.

Llegué, se terminó, se apagó, se congeló. Qué suerte que lo escribí: en la realidad paralela de las palabras, al menos, esa sensación que puede pasar tan desapercibida por simple, pero que no deja de ser única y perfecta; va a permanecer para siempre y la voy a experimentar de vuelta cada vez que mis ojos recorran estos caprichosos renglones. Capaz mal escritos, como me critican a veces, pero yo LES JURO que rebalsan de sentir.

18.7.13

Re loca

No estoy cómoda, no sé bien por qué. Quizás sí me aburrió, pero nunca me incomodó estar sola sin hacer nada durante unos minutos. Miro a mi alrededor. Dos chicas y dos varones sentados, a dos mesas de distancia de la mía. ¿Habrán salido dos versus dos? ¿O son solo amigos? Escucho unos segundos y me parece correcta la segunda opción. Después de un rato, dejo de deducir. Ese es un juego que ahora no tengo ganas de jugar.

Al rato, a mi derecha, sentados más allá: un chabón y una piba, enfrentados, ¿de la mano tiernamente o pasándose algo?... Sí, se están dando la mano. Hacen linda pareja. Minutos después, distraigo la atención otra vez: no me pinta ese mambo que tantas otras veces me entretuvo. Quiero solamente comprender y saber qué es lo que no me deja soltarme, aflojar los hombros, relajar las uniones entre conceptos: que no estén tan tirantes, sino más sueltas, dispuestas a ser activadas en caso de ser necesario.

Me saco los anteojos porque sí, como movimiento de tipa ansiosa que quiere matar al aburrimiento entones empieza a toquetear y mover lo que tiene cerca. Se suma a la ecuación una pizca de astigmatismo y miopía, antes negadas por los cristales. Veo bastante mal, aunque sólo me doy cuenta de eso ahora que me saqué los lentes, porque sino estoy convencida de que "veo perfecto y no los necesito". Ya no distingo las caras de a quienes observaba antes, ni tampoco del resto de la gente a la que no me detuve a mirar tanto.

Ya no llego a verles ni los ojos. Ni los ojos. Ni su mirar. Ni su posible crítica, juicio, opinión, análisis, pensamiento sobre mí. Soy yo sola. Estoy cómoda.

Tampoco yo puedo observar, criticar, juzgar, opinar, analizar y´pensar acerca de todo lo que me rodea. Ni lo más mínimo y superficial, ni lo más interesante y profundo. Ya no existe posibilidad de sacar teorías de la gente y sus vidas, ni de la cotidianeidad, ni del vaso rojo de allá, ni del tacho de basura. En contra de lo que siempre digo: lo único que necesitaba era dejar de mirar para afuera.

Entonces, no me queda otra que activar mis ojos internos, los del alma, los del cerebro, los de las entrañas. Como última opción, accedo. Uno lo evita porque le asusta: nunca sabe con qué se va a encontrar.

6.7.13

La palabra prohibida II

Ya no quiere regalar besos. Los quiere prestar. O regalarlos y que, aún así, se los quieran devolver.
No tiene ganas de comprarle un trago. Quiere tomarselo él solo y que ella quiera compartir la borrachera.
No se le canta invitarla a comer. Le gustaría que ella le prepare algo, no por el machismo de que "las mujeres a la cocina", sino porque ella tenga real voluntad de que él desguste algo que ella le dedicó tiempo, energía, y, ¿por qué no?, amor.
No le gustaría pagar taxis. No porque no pueda, ni tampoco porque no le pinte: sino porque le encantaría cruzarse con quien quiera dormir con él, y él con ella; y hacer el amor hasta el mediodía, o la tarde, o la noche, y tener esa sensación de "¿dormimos en el medio o no paramos de coger y darnos besos?".

La alarma del celular sonó, lo aturdió ese ruido insoportable, se terminó lo que tanto tiempo le dio "felicidad". Con comillas. Ahora espera algo que le de eso mismo sin ningún signo de puntuación alrededor, ni excusas: el sentimiento en su mambo más puro, más en mayúscula, más gritado, más que lo deje afónico.

Hay cosas por las que vale la pena quedarse sin voz. Y vivir así para siempre. Aunque desde otra perspectiva sea un poco incómodo.

2.7.13

Charla con el espejo

La única película que pensás que existe, y te da risa que todas se hagan, es la del príncipe azul. Sabés que es imposible: por suerte vos no caíste en esa y estás re tranquila en tu mambo. Escuchan Sin Bandera y sueñan con ese con el que se van a tropezar de una manera hermosa, educada, dulce. Calificativos tan agradables como imposibles. Pero están en la peli. Y vos, como ya dije, te morís de risa, porque sabés que no es así, y porque tenés los pies sobre la tierra y sos feliz en la realidad. No necesitás de Tanto para llenarte, las sonrisas salen de las pequeñas cosas, te decís. El amor con mayúscula no existe, estás segura de eso y jamás aspirarías a eso en la vida real.

Hasta que llego yo y te digo que en tu submundo de posta y de que “no te cabe una” también tenés tu obra de teatro, tu música de fondo, tu tropezón. Capaz que suenan Los Redondos, y en la caída los dos se rieron porque fue ridículo, y en la conversación no entendieron nada de lo que decía el otro: como suena La hija del fletero y dos que se quieren o se están por querer se dicen cualquier cosa, es mágico y perfecto.
Y es otra película, otro Tanto también lejano aunque quizás en otra dirección.


Vos también sos una cinéfila del amor, sí. El problema es que estás perdiendote en la escritura del guión y no tenés  idea de cómo encarar el “luz, cámara, acción”. 

27.6.13

Perdón

Vi una película de un viaje al centro de la tierra, porque se iba a acabar el mundo por un quilombo climático debido al freno del movimiento de la carga en el núcleo. Algo así. Otra vez: tuve ganas de ver todas las películas del universo. No dejar ni una pendiente. Las buenas, las malas. Me lo propuse, me gustó la idea. Sí, me voy a volver una cinéfila. Me encanta.

Y de repente, también quise aprender mucho sobre ese tema: acerca del mambo de las capas de la tierra, de geografía, del clima, de las catástrofes naturales, de la naturaleza!. Estaría bueno entender bien ese tema, discutirlo, poder explicarlo, acercarme, sumergirme, investigar. Voy a ponerme a leer al respecto. El mundo tiene misterios que no tienen desperdicio, que son, paradójicamente, "de otro mundo".

Pero mañana leo un libro de una ficción basada en la época del peronismo, por ejemplo. Y también mañana elijo leer todos los libros habidos y por haber, todos, convertirme en una culta lectora que se reúne en bibliotecas a discutir literatura con futuros cortazars (pero tomando Nesquik en lugar de café o whisky -o whisky capaz que sí aunque no te niego una birra-).

Y también mañana quiero llenarme de historia argentina: visitar museos, y viajar por el país a conocer las casas de todos los próceres, esa de la mancha de sangre a la que fui una vez en un campamento con la primaria, por ejemplo. Y mirar documentales y que me expliquen, asistir a cursos, saber, saber muchísimo, para además entender el hoy a la perfección sin necesidad de nada más que mi cabeza.

Pasado quizás charlo con un carpintero y quiero sumergirme en el mundo de la madera, y de las charlas; y sueño con una liebre y me muero por entender la vida de las liebres y de los sueños. A veces pienso que quiero apretar un botón y listo. Pero después pienso que todo perdería sentido así y sería igual a nada. Quiero incorporar todos los medios y todos los saberes, todos los sistemas y todos los contenidos. Todo. Todos.

Pero el tiempo. El Tiempo. El tic-tac insoportable. La sensación de que no alcanza, y de que es todo o nada, entonces me voy a dormir la siesta. Lo que mata no es el tiempo, sino la manera en que lo entendemos. Sólo sé que no sé nada (y que quiero saber todo).

24.6.13

Con el mismo dedo que te toco el timbre puedo presionar tu herida

Soy agua y soy fuego. A veces agua dulce, otras salada, otras una que nadie conoce pero me gusta pensar que sabe bien. El fuego que encarno a veces es muy caliente y otras, aunque parezca imposible: otras veces es frío. También soy noche y soy día y soy negro y blanco y un grito y un silencio. Adentro mío también hay paz y un nóbel de la guerra. Tengo por ahí guardadas muchas lágrimas, millones, y obviamente miles de risas. Ambas cosas se escapan cuando me distraigo. Y me gusta que lo hagan. Las dos.

Porque prefiero perder que empatar. Porque si no siento nada para mí no hay motivo de quedarme. Porque los intermedios son peor que morirse. Porque la vida son extremos y todo lo otro no es nada, son huecos, vacíos, pozos. Me encanta saltar, pero si la alternativa es caerme, prefiero eso antes que quedarme quieta. No porque "de los errores se aprende" ni porque "un tropezón no es caída", eso déjenlo para los fanáticos de dichos trillados y de los "te lo dije". Prefiero caerme porque caerse es sentir y sentir es todo, aunque sea triste, aunque duela. Golpeame antes de no tocarme. Gritame antes de callarte. Mirame mal antes de cerrar los ojos.

La nada mata o muere. Por eso yo la trato de matar.

19.6.13

El lobo


Se acostó. Se tenía que levantar temprano al otro día, tenía que ir a cursar y después al trabajo. Capaz más tarde le quedara tiempo para ir a visitar a sus abuelos, los únicos que le quedaban vivos: hacía semanas que les prometía (y se lo prometía a él mismo) que iba a ir a verlos, pero nunca encontraba el rato. También tenía que estudiar, se estaba atrasando mucho, seguramente no iba a llegar bien para el parcial, qué garrón. Venía dividiendo las páginas de todo lo que rendiría una semana después para que no se le acumule, pero no empezaba nunca, porque encontraba excelentes excusas para arrancar al día siguiente.

Tenía ganas de ir a bailar, era jueves, re podría haber salido hasta las siete de la mañana e ir a la facultad fisura, o no ir, total los viernes tenía un teórico poco importante, que no tomaban lista. Pero no, pensó. Si salía iba a perder todo el día y no iba a poder por fin estudiar para el parcial de Economía I, ese para el cual venía prometiendo estudiar desde hace mucho. Y tampoco iba a poder ver a los abuelos, si salía, entonces no, no salió, se quedó acostado, pero todavía no podía dormirse.

A todo esto, Camila. Qué ganas de verla tenía. No, no tenía ganas; tenía ganas de tener ganas. Porque ella lo amaba, y a él lamentablemente no le estaba pasando lo mismo. Desde hacía meses que pensaba en cortarle, pero no podía. Por un lado, le daba mucha pena. Hacía cuatro años y medio que estaban juntos, además ella era bastante más chica: era demasiada responsabilidad. Por otro lado, no estaba seguro, quizás en un tiempo le renacía el amor, y no valía la pena terminar por una confusión.

            Pero Nicole le revoloteaba en el cerebro, su amiga de la facultad, que no le tiraba ni un poco de onda, pero a él le fascinaba, y más le gustaba que ella tuviera novio, y que él también, y que fueran primos segundos antes que amigos, aunque se habían conocido recién en la UCA. Él nunca le dio a entender nada, porque era solo calentura, pero las ganas le pinchaban la tranquilidad casi todas las noches, y esa no era una excepción.

            Tenía que ir a hacerse unos análisis en la semana siguiente, eso también pensaba mientras intentaba dormirse. Le venía doliendo mucho el pecho, quizás tendría que dejar de fumar, consideraba también. Un atado por día religiosamente desde los 17 años seguramente tendría sus efectos. Pero no, no podía estar pasándole a él, seguro que no, pero por las dudas iba a ir al doctor.

            Dio unas vueltas en la cama, los distintos temas que lo preocupaban saltaban como ovejas que lo despertaban a cada segundo más. Contó uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis. Contaba ovejas, pero saltaban problemas. Al final se durmió. 
Y al otro día se murió.

16.6.13

Sobrevivir es distraerse

Entonces cerré los ojos. Así, sin pensarlo, cual reflejo. De repente me di cuenta que tenía los párpados extendidos. Como si dejando de ver, todos los otros dejaran de ver. En un vano intento de invisibilizar mi tristeza, frente el mundo y principalmente ante mí misma.

Pero a la angustia la leen las entreñas. Ahí adentro no hay párpado que salve. Pero sí, quizás, afuera, un lápiz y un papel, o un montón de teclas con letras y signos encima.

Es que con los ojos cerrados no se puede llorar.

13.6.13

Fumatela II

El cartel amarillo que dice "alquiler temporario" en mayúscula sigue ahí. También hay otro, pero no en el balcón, sino arriba de la puerta. Igual que hace tres meses cuando el frío mentía invierno. Ahora dice la verdad. A veces.

Es que hoy, justo hoy cuando estuve de vuelta en ese umbral; hoy que otra vez la lentitud del 124 me hizo replantear alguna que otra cosa; hoy nuevamente la temperatura me engañó. Nos engañó.

Pero nadie fumaba en el balcón, y la ilusión era primaveral, cálida, con la violencia espiritual del pacífico septiembre en una rutina polar. Quizás ni tanto. Pero quedaría bien que fuera así.

No sirve escribir en biomas templados. No sirve para nada más que para la triste y trivial tibieza humana. Que, en definitiva, es lo que despierta y se transforma en un simpático monstruo de lava o en un temible muñeco de nieve.

Igual, la templanza es tan mediocre que puede llegar a ser mucho más fría que un iceberg y más caliente que el fuego. Yo ya ni sé qué prefiero, solo sé lo que me respondió mamá cuando le pregunté por qué la sopa se enfriaba y el helado se calentaba: "Todo vuelve a la temperatura media". Ninguna comida es rica a temperatura ambiente, pensé.

7.6.13

La función del arte 4

Si quiero, hago árbol de la leña caída, transformo en cocodrilo a una cartera, saco mágicamente un dedo tras malabares con mis cigarrillos. La abuela de Caperucita se come al lobo, la casa del primer chanchito es imposible de derrumbar, las princesas despiertan con besos descontrolados a príncipes dormidos, y Cenicienta sale a escabiarse a las doce y uno. También el amor existe, los muertos reviven y las noches son eternas. Se ficciona todo: ficción y realidad.

"Límite" y "frontera" son simples decires, no tienen concepto correspondiente, son onomatopeyas, significan como decir "auchushcu" y "aggrrrrghgh". A veces las palabras son veloces autopistas, otras, rutas congestionadas; otras veces, simples calles con rítmo normal que no dan nada para decir. Ahí se dividen los dos únicos tipos de seres vivos que hay en el mundo: el que le encuentra lo especial, y el que cambia el recorrido en busca de otro con algo emocionante. Los que continúan y siguen viviendo en ese "nada para decir" están todos muertos.

4.6.13

El Hernán de los castillos

De chicos nos gustaba construir castillos de arena y después pisarlos. Cuánto más grandes y sofisticados fueran, más placer daba destruirlos. El incentivo para esforzarse era únicamente ese. Ah, y la foto, obvio, siempre la foto, que aunque mamá insistía, todos queríamos guardar un recuerdo de esa torre grandiosa (que vale la pena aclarar que pocas veces en la historia de la humanidad un castillo de arena se habrá parecido a un castillo).

Los escombros de color de una escala de marrones por su distinto nivel de humedad, típica de las playas argentinas, nos entristecían un poco, porque ya había terminado la diversión de levantar el castillito y saltarlo. Pero no importaba tanto: era cuestión de un “¡mirá ese caracol!” o “quiero ese barrilete” o “mamá, dame plata para un helado”, para que se terminara la angustia.

Hace poco me perdí en estos recuerdos porque me encontré con que a vos nunca se te hubiera olvidado la costumbre de armar y desarmar a tu antojo, de inventar reinos que pocos se parecían a ellos pero que los creímos como chicos, de con cualquier mambo distraerte al instante de haberlo demolido.

Casi me vuelvo a perder. Casi digo “lo que construímos”. El único que puso las manos fuiste vos. Yo era la hija más chica de los de la carpa de al lado que aplaudía y te festejaba todos los chistes. Y que me quería quedar a vivir ahí. En ese coso que en lo que más se pareció a un castillo de arena fue en el componente principal. Hoy, ni los restos quedan. El viento se llevó todo. Hasta las ganas de armar uno nuevo.

2.6.13

Rezo al diccionario

A mí los sentimientos me salen en palabras. No es algo bueno. Seguramente no. Porque aunque son de lo más puro que hay, los sentimientos son LO más. El extremo. La esencia por definición. Entonces quizás me mareo en letras, me distraigo en cómo ordenarlas, en lugar de simplemente dejarme ser a esa sensación sin ponerle título. Es como que ya me hice tan devota de las palabras que no puedo disfrutar o sufrir algo sin saber qué es, o sin acercarme a saberlo, o sin creer saberlo. Sin nombrarlo.

No me acuerdo bien, pero alguna vez en Filosofía aprendí una doctrina, o un chabón, o un mambo, que creía que primero estaban los nombres y después las cosas; y otro que planteaba la inversa. Creo que ya sé a cuál pertenezco, a mi pesar. En realidad, ni sé cómo se llama. Entonces, no. Mi religión, desgraciada y afortunadamente, son las palabras. Y punto.

18.5.13

Alt tres

Tengo ganas de que mi alma tenga sexo. De que le mientan, quizás, para así sacarle la ropa. De que se desnude con pasión, de que el vestido quede tirado en el piso, como si no hubiera un mañana. De que la toquen, la manoseen, la besen, la revuelvan por dentro. De que le hagan olvidar los motivos para no desnudarse. De que le den ganas de desnudarse a ella sola, incluso sin tocarla. De que se despierte mañana confundida, insegura de por qué ahora tiene todo al aire. Pero contenta. Aunque dudosa. Pero ya sin vuelta atrás.

Quiero que un alma se desnude con la mía. Quiero que le hagan el amor.

Y que explote.

15.5.13

La palabra prohibida

Para mí, desde el vamos, está todo mal. Se habla de "el" amor. Como si fuera uno. Como si fuera único. Omitiendo que por ser personas distintas, podemos amar de miles de formas; y aún así cada individuo tiene distintas maneras de amar según a quién va dirigido el sentimiento. Pero, igual: seguimos llenándonos la boca de "el amor", pintando corazones rojos, idealizando la sensación, llevándola a un plano en el que probablemente jamás lo alcancemos en nuestra vida.

Primero me indignaba cuando veía a mi mejor amigo, por ejemplo, excesivamente fanático y desesperado por San Lorenzo. Después lo entendí, y le creí tanto, que no creo que mienta cuando él dice que es amor. Veo como lo siente; me lo hace sentir a mí también, y a cualquiera con quien habla, aunque sea de Huracán o Boca Juniors. 

También desconfiaba de la militancia política. Me parecía una ceguera idiota, en muchos casos, injustificada, careta, para aparentar, para sentirse parte. Aunque situaciones de esas no faltan, en ningún rubro, dejé de dudar de la sinceridad de esa cuestión para algunos. Entendí que también es pasión. Que les llena el cuerpo. Que sienten la idea en el alma y moverse por concretarla es un acto profundo de amor. O de enamoramiento. "El amor es burgués y el enamoramiento, militante", como me dijo Maqui. 

Y en la misma bolsa, aunque totalmente otra, aparece la música. A esta altura del texto, obviamente no voy a negar, sino a admirar esa devoción por una banda, un músico, por lo que generan sus notas en uno. Creo que se puede estar enamorado de la música, de una ideología, de un equipo de fútbol. Y aunque ese tipo de emociones, sobretodo en el caso del deporte, para algunos pueda ser superficial y estúpido, a mí me habla de sensibilidad, porque vos podés no entenderlo, pero él lo está sintiendo a flor de piel, y también muy adentro; por todos lados. Y no lo podés negar. 

Lo que no sé bien si creo es en el amor de amor. En esa idea trillada. En el corazón rojo. En ese que se plasma con un beso. En el que es de a dos. En el de los chocolates y las flores. Sí, justo de ese, me atrevo a desconfiar. Porque nunca vi a Gon perder su sentimiento por San Lorenzo (a pesar de los enojos), ni tampoco a Maqui abandonando su alma militante. Jamás encontré a Jaz sin sentir nada al escuchar a Fito. Pero sí supe de personas pisoteando y olvidando a quien solían amar.

Es así: existen muchos amores, pero sólo son reales los que duran para siempre. Si no, no era amor. Era un error.

11.5.13

Lo que no se ve

De tan exacta y precisa que es la sensación ante un día como hoy, se torna imposible describirla. Las palabras le quedan chicas, o muy grandes, porque en realidad es algo tan simple, y a la vez, tan majestuoso. No sé por qué esa necesidad de apalabrarlo. Supongo que para hacerlo eterno. Porque sí. Se va a hacer de noche, va a refrescar, vamos a tener que caer. Lo sé. Y saberlo, quizás hasta le saca un poco de placer (porque no puedo evitar perder un poco de energía en pensarlo).

"La felicidad es encontrar el equilibrio perfecto entre pensar y no pensar". Pero hoy no es un día para hablar de eso, no. La filosofía y las palabras difíciles y profundas son para otro tipo de clima. Con "clima" no me refiero (solamente) a la temperatura, al sol, a la luz, sino más al ambiente, a lo que se percibe, a lo que se respira. Hoy tengo ganas de mirar a una hormiga, o una pared blanca, o un kiosko, o un esmalte de uñas. Pensarlo sin pensar demasiado.

Bueno, entonces encontré la forma de describirlo. Lo logré. Hoy es un día para sentarse en un umbral. Listo, ahora va a existir para siempre.

8.5.13

Descartes de blablablá

La hoja en blanco es infinitud. Quien nunca escribe, probablemente no lo entienda. Significa que en una cuestión de dos minutos, o dos renglones, esa misma hoja pueda ser cualquier cosa, literal y figurativamente cualquiera. Pero ya habrá adquirido una forma: una de esas ilimitadas alternativas. Cada una, eterna, porque una hoja pueden ser dos, tres, cuatro, mil; lo que podemos escribir, también es perpetuo.

Perpetuo e inmortal. Yo voy a morir, vos, tu vecino, tu perro, un mosquito. Lo que plasmes en palabras, jamás. Sí, la hoja puede quemarse; el mundo volver a flashear big-bang, todo reducirse de vuelta a un punto, un átomo, o lo que sea. Pero es como si esas palabras ya no necesitaran de algo material para ser. Serán eternas aún cuando ya no haya nada. Habrán quedado en algún lado, perdidas, quizás amontonadas, confundidas, extrañando a su creador o felices de haberse alejado; pero vivas. 

En mis palabras suele haber muchos "tal vez", "quizás"... Lo sé. Lo sé y lo lamento. Tengo pocas certezas, y soy demasiado fiel a lo que no sé (quizás más que a lo que sí). No me gusta asegurar cosas de las que en realidad, dudo. Como periodista, a la vez: la mejor y la peor. Pero, puede que en realidad las palabras sí tengan final. Sí mueran. Sí se agoten. Tal vez los escritos tengan un deceso, un fallecimiento, una desaparición. Eso será cuando ya nadie les crea.

Entonces prefiero dudar. ¿Quién desconfía de una duda? ¿Quién dispone un hueco en su mente para descreer de quien ya se contradijo mil veces? 

Que mis palabras duren para siempre.

27.4.13

Gira todo lo que ves II

Música, ruido, gritos, bailes, tragos, risas. Pero yo tenía un nudo enorme en el pecho. Podía sentirlo, ahí o en las entrañas, una atadura o una pelota, algo gigante, insoportable, doloroso, pesado, eterno, inexplicable. Lo nombré “angustia”. “¿Qué te pasa”?, me dijo. Yo temblaba. “No sé”. Y me dio un beso. Dejé de sentir las manos, las piernas, la mente; sólo era consciente de nuestros labios y de él en su totalidad. No escuché más la música, ni siquiera mis propios pensamientos, ni el ruido de los besos que a veces me resulta perturbador. Dicen que fue un tiempo corto. Dicen.

Me distancié y lo miré. Sus ojos. Esos que me habían mirado tanto tiempo como una amiga, a los que yo les había devuelto la misma imagen. Esos que nunca supe si eran celestes o verdes. Esos mismos ojos, ahora me miraban con tristeza, que al tiempo supe que era simplemente un reflejo de mi expresión. ¿Nos habíamos equivocado? Yo tenía la mente desenchufada y el alma a flor de piel. Él se fue, sin decir nada más. 

Yo lloré, aunque ese nudo horrible ya no estaba más, como por arte de magia. Sin embargo se había atado otro, pero mucho más agradable. A veces lo extraño. Al nudo. No a él.

24.4.13

Pampa II

Dudo. En serio estoy dudando. No sé si me parece hermosa porque la quiero, o es realmente bella. Quizás en serio lo es. Pero, ¿será tan linda porque la quiero? Dicen que esas cosas influyen. O capaz que simplemente a mí me parece preciosa. Entonces, ¿la adoro porque me parece preciosa? Siento que aunque fuera fea, la amaría con el alma. Pero, como tantas cosas: no lo sé.

Es violentamente bella. A veces me dan ganas de estrujarla o morderla. Fuerte, pero sin que le duela, en esos lugares estratégicos en los que le sobra tanta piel que ni se inmuta. Igual, no lo hago tan fuerte, no podría jamás. 

Ladra mucho, no sé por qué. Suelo preguntarme qué quiere decir. Puede que nada, que simplemente lo haga por instinto, por aburrida, porque le pintó. Pero me parece raro. Lo hace como indignada, realmente irritada y molesta, y con esa actitud de "tengo todos los motivos del mundo". Yo digo que "no le cabe una".

Nacho dice que es igual a mí. Por atolondrada, extremadamente activa e inquieta. Aunque negra. La verdad es que sí, nos parecemos un poco, solo que yo sé por qué me indigno, irrito, molesto y "tengo todos los motivos del mundo". Lo que no suelo darme cuenta es por qué estoy bien. Supongo que a veces será simplemente por la ausencia de razones para fastidiarme y ladrar. Pero, ya hace muchísimo tiempo aprendí a no dudar algunas cosas, como por ejemplo si Pampa me parece hermosa porque la quiero, o si es realmente bella.


10.4.13

Hazte fama II

A ella ni le gusta, entonces sale a verlo muy "todo me chupa un huevo" y en pijama. A él, ella le encanta, se puso todo prolijo, un poco cheto, perfumadísimo y se hace el canchero. Con solo pasar, me sentí en una nube aromática interminable.  ¿Y si ella tiene esa personalidad, de que no le importa nada, pero en realidad sí le gusta él? No, acá en Flores no viviría un snob así. Él, entonces, es medio de barrio también. Pero de esos que caretean presunción. Bueno, capaz no.

Un cachorro ladra por allá. Un nene y un chabón cruzan la calle. El perro sigue ladrando. Un camión de basura me distrae con su bocina. Tal vez a un auto que frenó de golpe. Capaz, no.

Ella se mueve inquieta, "que se vaya por favor". El se pone en postura de "de acá no me sacan más". "Si no se arregla el tanque..", dice. Ah, entonces no le gusta ella, fue a molestarla con algo de la cloaca y esos temas vecinales. Y ella se lo quiere sacar de encima porque no le pinta poner 200 mangos. O quiere que se vaya porque después los ve el marido que ya sabe de su amorío. O que ya sabe que hay onda, mutua o no. O mutua, o unilateral. O por ahí el hombre ya se le tiró mil veces y ella no se lo banca. A él lo ratonea que ella sea así, medio fisura, de barrio. O lo ratonea que ella lo odie y por ende no le moleste salir a verlo a lo "no me importa nada". Justo pasa por acá, con la malla roja de hombre y una bata. El perro me olfatea. Creo que sabe lo que escribo. Capaz, no.

Al final, él se va para un lado, y ella para el otro. A los hechos, el remate es solo uno. Jaja, obvio: capaz, no.

8.4.13

La misa, un paréntesis en la cotidianeidad

Si los cuatro evangelios que posan sobre el techo dorado pudieran ver y hablar, dirían que en la misa de Jueves Santo, la Basílica de San Carlos Borromeo y María Auxiliadora está repleta de cabezas canosas, un par rubias, morochas y castañas, y otras pocas particularmente más pequeñas, que se mueven inquietas.

Al entrar al templo, la mayoría se persigna, tal vez para invocar a Dios y así despojarse de la furia de la ciudad. Creyente o no, el clima de fe y devoción es innegable. Como si tras hacer el gesto de la cruz, al apoyar la rodilla sobre el piso o amagar con hacerlo, o previa sumersión de su mano derecha en agua bendita sobre la estatua de un ángel; la interioridad de la persona fuera otra. Como si ese mismo que insultó al taxista que le corrió el espejo del auto quedara puertas afuera, y ahora estuviera en su lugar un enamorado de la paz eterna.

Las cabecitas intranquilas son de niños cuyas madres o abuelas tironean de las manos para que no alteren la velada. También hay bebés, cuyos esporádicos llantos acompañan, de a momentos, el discurso del cura, que pide gloria para Jesús, y que recen, canten, se paren, se sienten. Por momentos los chistidos de los mayores son más fuertes que las intervenciones de los infantes. Un chico de 7 se espanta al ver que el sacerdote le lava y besa los pies a una anciana. Una nena de 5 años no entiende por qué una chica la saluda y le dice “que la paz esté contigo”, si ella está en paz, si se está portando bien. 

Algunos van a buscar su hostia, y todos salen a la calle. Los viejos, los adultos, los bajitos. Parece como si otra vez hubieran recuperado al que dejaron afuera. Algunos prenden un cigarrillo. Una mujer está lista para subir la ventanilla del auto si le vienen a pedir una moneda, aunque minutos antes rezaba por el prójimo y la misericordia. Un niño puede preguntar (depende de qué) sin ser chistado. Una señora mayor puede volver a lavarse los pies, sola. La misa terminó.

4.4.13

Escribir es como vivir

La felicidad íntegra en un presente es una utopía, siempre lo pensé, por más desalentador que suene. Yo me encargué de convertirlo en positivo: ese camino, hacia ella, es mágico, es la vida, y creo que intentando ser feliz en el trayecto, se puede ser feliz de todas formas, por más que ella como "perfecta" y "completa" esté en el horizonte; y como bien dijo Galeano, se aleje a medida que yo me acerco.

Con escribir me pasa algo similar. Es una expresión de aquello que entiendo que pasa en grandes términos. Tengo una idea, un pensamiento, un sentimiento; me muero de ansiedad por pasarlo a palabras. Entonces empiezo a redactar, pero la hoja en blanco me inquieta, me incita a querer terminar, a poder cerrar ese sentimiento, respetando lo más posible cómo se me presentó a mí, esforzándome por no haberme extraviado en palabreríos y perdido en la intención.

Finalmente al texto lo termino. Y de repente, como si nada, aparece un vacío, como si esa búsqueda de perfección al ordenar las palabras hubiera sido un desasosiego que, sin darme cuenta, me generara bienestar; como si esa ansiedad me diera una satisfacción de ese tipo de la que sólo te das cuenta cuando quedó atrás.

También ya lo pensé alguna vez: el hombre feliz es aquel que aprende a disfrutar de los recuerdos habiendo matado la nostalgia. Pero, después, lo entendí bien: el hombre feliz es el que se da cuenta de que es feliz cuando lo está siendo, y no un rato después. Igual, siempre va a ser así: el hombre es un eterno buscador. Y qué bueno que así sea. Yo me aburriría, sino.

23.3.13

Hazte fama

Es un problema matemático. El llanto del bebé del 4to 'B' sumado a los gritos de "la loca del 1ro 'A'" dan una madre maltratadora de su hijito. Así le dice el del 2do 'G', porque justo una tarde cuando trataba de dormir la siesta escuchó al infante llorando y a la mujer, irritada en un tono muy alto. En cambio, una noche, los del 4to 'F' estaban haciendo el amor y se vieron distraídos (en el acto sexual, porque al amor no se lo puede distraer) por la voz elevada de la mujer del 1ro 'A', que discutía con un hombre. Ellos lo escucharon mejor: ella le decía que iba a seguir tomando las pastillas, que era demasiado joven para tener hijos. Él, casi violentamente (y los del 4to 'F' juran haber oído golpes), le respondía que ahora era el momento. La parejita feliz, desde entonces, la llama "la maltratada". Pero ellos no se salvan. "La loca" o "la maltratada" del 1ro 'A', que muchas veces se fastidió por haber escuchado sus gemidos (un poco molesta de más porque en ellos se distinguía amor, ese que le faltaba a su pareja, hubieran jurado los del 4to 'F'), los llama "el viejo verde y la nena", porque una vez vio entrar a la inquilina (de unos 20) con un hombre mayor. El matrimonio anciano del 2°D sabe que no es así, porque ese "viejo verde" en realidad no era más que uno de ellos, que iba a cobrarle el alquiler a la joven. A ellos, los del 3ro 'A' los tienen como unos buenísimos abuelos, porque por la ventana, el llanto del bebé del 4to 'B' se superpuso con la vieja hablando sola dormida, de una manera interpretable como "dulce", y justo el bebé se calló; sin embargo, la del 1ro 'F' los recuerda como "los jovies ortivas que no me abren cuando me olvido la llave"; y el fisura del 1ro 'G', no sabe que existen, aunque varias veces los abuelos lo miraron con mala cara por sentirle olor a marihuana, aunque no supieran bien cuál es; pero Nacho nunca se dio cuenta (estaba re loco).

En realidad, nadie sabe nada de nadie. Suman apariencias y obtienen verdades subjetivas. Es que en verdad, nada tiene de matemático. Las percepciones de las personas sobre otras, a nivel sociedad, pero potenciado en el micromundo que representa un simple edificio, presentan respuestas infinitas, variadas y a veces, hasta opuestas.

Bueno, no sé qué me hago la socióloga, mejor me voy a lo de Nacho a mirar por la ventana y hacer cuentas equivocadas. Lo clave es siempre estar dispuesto a cambiar el resultado.