Sentirse pleno, qué sensación. Me gusta sentirme plena y notarlo. A veces abrazo a papá y ya me llega esa sensación. De querer que el momento sea eterno, y a la vez de guardarlo bien adentro para abrazarlo en mi mente cuando por cualquier razón no lo tenga al lado mío. Esas canciones que escucho y me reviven el alma, esas que las escucho cien veces diarias y hasta en la ciento uno saca lo mejor de mí. También me pasa algo así en momentos en los que estoy con todas personas que adoro, las tengo a todas juntas conmigo, y estamos pasando un momento agradable. Lo siento, me doy cuenta. Pienso: que no se termine nunca.
Por ejemplo, me quedó en la mente una vez con toda mi familia tirados en el pasto. Algunos en reposeras, otros cuantos en una lona en el piso. Las más chiquitas (que para ser sincera no lo son ni un poco) hacían un poco de deporte, mientras que los otros estábamos tirados. Deseaba con toda mi alma que dure toda la vida. Estábamos todos contentos, relajados, tomando sol y con la mente totalmente libre. Pero como todo buen momento, concluyó.
A pesar de todo, logré guardarlo. Hoy lo recuerdo y casi podría decir que vuelvo a disfrutarlo. Creo que no hay cosa más linda que esos momentos en los que uno siente que no puede pedir más. Que te llenan el alma, te reviven si te sentiste medio muerto, te iluminan si estás en un día nublado, y te absorben la lluvia si encima te llueve el alma. De eso hay que vivir, de esos momentos. Que, como las mejores cosas que existen en la vida, llegan solas. Así que, a vivir. Esperando toparnos con momentos de plenitud sentimental, pero no buscándolos. Mientras tanto, disfrutando de cada pequeña cosita que nos haga sonreir (sin duda eso de ser feliz con las pequeñas cosas es mi lema de vida, falta que lo implemente, supongo)