porque no está mal que terminen las historias mientras haya historias que contar

25.10.16

Velorio de disfraces

Laura le escribe un mensaje a Federico, que la dejó hace dos semanas. Está borracha, sino no lo haría, o tal vez sí pero con alguna excusa, y no un simple "te quiero ver". Él no le responde, ni al día siguiente, ni al otro. Laura llora y se arrepiente. Un año después, le escribe exactamente el mismo mensaje. Pero sin culpa, ni alcohol, ni reales ganas de verlo; sólo con aburrimiento, sólo por tirar un tiro; sin miedo a la respuesta ni tampoco a la no respuesta; porque ya está más allá y se olvidó y no le importa.

A las pocas semanas, un lunes cualquiera, abre su placard y se pone la remera de su ex. Primero, en realidad, ni se da cuenta de que es de Federico. Es la primera que está en la fila y no quiere hacer la de siempre, de sacar algo de abajo y desordenar todo (porque no existe la opción de hacerlo de manera prolija). Pero a los dos minutos se da cuenta, y sonríe mientras exhala aire por la nariz. También mueve un poco la cabeza haciendo el gesto de "no", y sigue con lo suyo: cocinar. Bah, "cocinar". Poner el agua para prepararse unas salchichas. Recién a los nueve minutos, con el agua hirviendo, entiende por qué esa expresión, por qué esa risa mezcla de nostalgia, amor y superación. Porque recuerda cuando usaba esa remera como aquello único que le quedaba de él, como algo a lo que aferrarse; se ve a ella cómo literalmente se daba un abrazo a sí misma porque tenía esa remera, y esa remera era él. Y la usaba desde el amor más absoluto y enfermo, más intenso y angustiante. Y ahora la vestía sin querer. 

Se sirve las salchichas, no hay pan para hacer panchos, entonces nomás las come con mayonesa. Le parece una cena re simple pero cumplidora, además las salchichas le encantan, y mejor comer rápido así se va a dormir que mañana le espera otro día largo de hacer muchas cosas. Pero entonces recuerda que el año anterior, esa misma comida hubiera sido fruto de semanas de angustia y de "tener que comer algo". De cuando no tenía hambre de tanto llorar y la mamá la obligaba, entonces solucionaba con lo más fácil. Se ríe otra vez. Se ríe porque entiende que la locura y la paz se manifiestan exactamente igual. Que el enfermo de amor y el que ya soltó se comportan del mismo modo. Un alma en pena y un ser feliz con el mismo disfraz, pero con sentimientos opuestos. 

Una hermosa confusión para el que está del otro lado. Y bue. Ahora te toca a vos.

12.10.16

La caja de Pandora

Tengo ocho encendedores perdidos por mi habitación, cincuenta y cuatro remeras que no uso pero me cuelgo en regalar, cuatro peluches. Once cuadernos con apenas unas pocas páginas utilizadas: soy fanática de empezarlos y proponer una conducta de escritura. Sucede que finalmente reniego con siempre colgarme a los dos o tres textos. Cuatro ya es un logro. Que en este voy a anotar mis sueños de cada noche, que acá voy a poner lo que haga cada día para flashearme en un futuro, que en el de tapa rosa voy a transcribir partes de libros que me gustan. 

También tengo una caja imaginaria donde guardo todas mis desilusiones. Ahí están los besos que no fueron, mezclados con todos esos que sí pero que no me hicieron sentir. También andan por ahí los ratos de tener al lado a ese "alguien" y no poder hacer nada. Esos momentos en los que pareciera que con un roce silencioso y totalmente naif, te conformarías. Pero, obviamente, no. Porque hay personas que no te completan nunca, y no por vacías, sino justamente porque son tan perfectas para uno, que pareciera que siempre pueden darte un poco más. Esas personas enferman; pero de esas enfermedades que no te podés curar porque ellos mismos te dan aspirinetas que no sólo te gustan, sino que te hacen sentir bien por un ratito. Viviría a base de sus desengaños y sus aspirinetas. Es la gente por la que escriben los escritores y cantan los cantantes. 

Decidí meter en la caja, además, los pedacitos de los que nunca fueron. Esos por los que ni escribí, ni escuché música, ni elegí salir a dar una vuelta con mi perra. En los que busqué cielo y encontré un desierto. Hace dos meses y medio, archivé al que confundía ser sincero con ser cruel y desgarrador. No saben lo simpático que quedaba diciendo "yo voy de frente" mientras me metía un cuchillo en el corazón. Lo bueno de la vida es que siempre te quedás con algo de la gente. Entonces guardo esas partes ahí. Acumuladas con todo lo otro. Un menjunje delicioso que me hace quien soy. Porque somos más por lo que no fue, que por lo que fue. 

Esta caja sería perfecta si tan sólo pudiera revolver su contenido. Sólo guarda, y ni sé si se puede abrir, porque nunca la encontré. Por eso escriben los escritores y cantan los cantantes. Porque sólo así se releen las frustraciones y se aprende. O por lo menos se vuelve a sentir, que aunque sea triste, como siempre digo: es mejor que nada.