porque no está mal que terminen las historias mientras haya historias que contar

18.2.14

ARROBA NATI JOTA

Me pintó escribir esto para dejar algunas cosas en claro. Así como me dicen un montón de cosas lindas, que me cuesta hacerme cargo, también me bardean un montón, y eso me cuesta mucho más asumirlo, y voy a explicar por qué.

Más que con los pibes en general, y con algún estereotipo de mina, yo no me meto con nadie. No critico nunca, salvo cuando me defiendo, cosa que sé que no tengo que hacer pero me irrita que me puteen injustificadamente. Me da bronca porque no me conocen, porque sólo leen cosas que a mí me pinta escribir en Twitter, que no son más que eso: cada tweet corresponde, como mucho, a 10 segundos de mi vida y punto. Obvio que detrás de eso lo pienso y lo vivo (al menos algunas cosas, otras simplemente las observo), por algo lo pongo, pero me rompe las pelotas que me juzguen como persona por una página de internet, ¿quién es el pelotudo, hueco y superficial, al final?

Otra cosa que me dicen mucho es que me la doy de voz de las minas, de representante de las pibitas, no sé qué. Que escribo como si tuviera “la posta universal”. A ver: yo pongo cosas que pienso, no sean tan pelotudos de pretender que delante de cada tweet ponga “yo pienso que”, creo que eso está tácito, además hay que cuidar los caracteres. Es obvio que es mi punto de vista. Lo que les hace pensar que me pienso que soy eso es que tenga muchos seguidores, pero tengo que decirles que yo arranqué como cualquiera de ustedes con 300 seguidores poniendo cosas y de repente tuve más followers, pero no cambió nada, ¿entienden? No soy un referente de un carajo, soy una pibita normal que escribe cosas en twitter y por algún motivo 60 mil personas siguen. Punto.

“Por las tetas”, otra crítica frecuente. Sí, quizás hay tipos que sí, a los que siempre que puedo les digo: no te fumes mis tweets de mierda, te conviene más guardarte mis fotos escotadas y clavarte una cada tanto. Además de pajeros, boludos. Y otra respuesta que suelo utilizar es: me siguen mucho más minas que chabones, ok, algunas podrán ser tortas, pero no creo que todas.

También se me ríen porque fui a A Todo o Nada “a ganar seguidores”… Les cuento cómo fue. Acababan de hacerme la nota en CQC, estaba en 30 mil seguidores aprox, y un productor del programa de Guido estaba buscando “twitteros conocidos” para “un juego de twitter”. No lo pensé “para ganar seguidores”, agarré y fui, flasheé oleada televisiva y me pintó ir. De ahí me fui con  casi 40 mil seguidores y una tele. ¿quién es el boludo? Es para vos, porque yo lo miro por TV (una grande, linda y nueva).

Por otro lado, me dicen que generalizo un montón, estereotipo a las minas, bla. Obvio que sí, es obvio que no todas las minas somos iguales, que podés ser re “minitah” y no sentirte representada por TODAS las cosas de minitah que pongo, incluso a veces escribo cosas que no tienen nada que ver conmigo. Pero no se me vengan a hacer, tampoco, las rebeldes, las jipis, las “cero minitah” porque hasta la más anti tiene actitudes y pensamientos así, al menos uno, al menos medio. Dejen de relacionar el “minitah” con el color rosa, se puede ser minitah en verde, en multicolor, en negro. Relajen un poco, antis.

Después, bueno, esto es la parte que más me cuesta. Me dicen un montón de cosas copadas, desde que se sienten identificadas algunas chicas, hasta que “soy una genia”, o que “escribo bien” en referencia a mi blog (que es lo que más satisfacción me da). Gracias por eso, gracias en serio, me pasa que la palabra “gracias” queda chica con lo que a mí me hacen sentir esos comentarios. No me estoy comiendo ningún flash de capa ni nada, estoy simplemente siendo sincera con lo que pasa y con como me siento al respecto.

A veces me pasa que no sé qué haría con algunas "ideas" o "giladas" (como le digo en mi biografía) si no las twitteara. Uso a Twitter como registro de esas boludeces que no ameritan un gran texto, que son simplemente eso, un concepto que si no lo pusiera ahí, me lo olvidaría -y tampoco sería tan grave-. Twitter no es "mi vida" pero lo uso y me divierte. Leo mucho menos de lo que escribo, pero las menciones siempre. Me perturba estudiar periodismo y no utilizar a la red del pajarito con ese fin, porque se sabe que es muy útil. Pero no sé cómo se hace, me sale usarlo así y ya fue todo. 


Nos vemos cuando sea más periodista y capa en serio, ahí sí voy a ser referente. Mientras soy una amiga más con muchos seguidores.

17.2.14

Volantes

Me subo al 124 en Neuquén y Caracas, como todos los días, y veo un asiento libre al fondo del lado de la puerta, el último que queda. Me acerco y me siento victoriosa, convencida de que el chico de al lado se da cuenta de lo contenta que me pone haberlo conseguido. Tiene la funda rajada y el borde deshilachado del cuero me raspa los muslos. Como siempre, antes de ponerme los auriculares o sacar El amor en los tiempos de cólera o husmear mi celular, miro. Una chica adelante de mí a la que sólo le veo los rulos llena espacios en blanco en unas fotocopias que están en inglés. Pienso hace cuánto que no hago un "fill in the blanks". Debería anotarme en un curso. El chico a mi izquierda mira su celular en su mano derecha, no presiona ninguna tecla, solamente observa. Lo noto nervioso. En su mano izquierda tiene un papel hecho un bollo, al que cada vez aprieta más. Guarda el aparato en la mochila y despliega el papel. Llego a leer "Empanadas y Pizzas El Camarón - Delivery sin cargo - Segurola 634" y unos cuántos números de teléfono. Ahora que tiene las dos manos libres, se encarga de romperlo en pedacitos. Sus nervios parecen aumentar cada vez más, aunque estoy segura de que inconscientemente lo hace en el afán de disminuirlos. ¿Se habrá imaginado aquel que le dio el volante en mano, cómo iba a terminar? ¿Y el dueño de la pizzería? ¿Qué tanto sirven los volantes, además de para darle algo para hacer con las manos a un ansioso? Nunca no tiré uno a la basura. Jamás me sirvió la información que leí en uno de esos papeles. Miro por la ventanilla porque creo que al joven lo intimido y ya tiene bastante con su inquietud. Sigo por Neuquén, todavía en Flores. Cada, como máximo, tres casas, hay un volante en el piso. Y un tacho de basura a pocos pasos. La chica de rulos sigue completando sus fotocopias, que ahora descubro que son en francés, porque hay palabras que desconozco y parecen pertenecerle a ese idioma. El pibe nervioso se baja y yo decido ponerme los auriculares. "Me gusta estar al lado del camino, fumando el humo mientras todo pasa", canta Fito Páez en mis oídos. Cierro los ojos un rato. Pasa un tema, dos, tres, cuatro, cinco, seis. Cuando despliego mis párpados el colectivo ya está por Corrientes, justo pasando por el Abasto. Hay mucha gente, todos caminan apurados, con maletines, mochilas, bolsos. Vuelven. Hay muchos papeles en la vereda. Ahora la distancia es menor: a cada paso de humano se pueden ver mínimo dos o tres volantes tirados. Rojos gastados, verdes oscurecidos, amarillos apagados. Viejos. Pisoteados, sucios, arrugados, olvidados. No entiendo para quién es negocio.

Me bajo del colectivo y apenas hago pocos pasos veo, en la esquina a la que me dirijo, un muchacho repartiendo panfletos. Una cincuentona rubia, de tacos altos, un vestido negro y bastante maquillaje, ni siquiera lo mira cuando él extiende la mano para entregarle uno. Un joven de unos veinte años con una remera de Los Piojos hace lo mismo. Sigo yo, pero ni siquiera atina a ofrecerme. A pesar de eso, extiendo la mano. Levanta la mirada. Frunce el ceño evidenciando que no entiende mi acción y me da un volante. "Gracias", le digo, mostrando los dientes. Es que desde que trabajé de eso trato de comportarme diferente a la mayoría, aunque antes de volantear nunca hubiera hecho como si no escuchara. Me quedo sentada en un umbral en frente del chico. En cinco minutos, diez personas aceptan el panfleto, cuatro le dicen "no, gracias", y doce lo ignoran completamente. De esos diez, ¿alguno usará el servicio en cuestión? Pienso que yo tomé el volante pero ni siquiera lo miré. Siempre hago así. No lo niego, ni lo tiro, ni lo leo. Lo pongo en el bolsillo, no sé con qué objetivo, para en un tiempo encontrarlo roto, convertido en uno de los tantos responsables de los "soy una mugre". Lo despliego, porque antes de guardarlo lo abollé (aunque no tengo conciencia de eso). "DentalUP - Consultorios odontológicos - Consulta sin cargo". Cruzo corrientes y empiezo a caminar por Junín, Hay un negocio al estilo Once cada un par de lotes, algunos ya están cerrados. En una persiana baja veo pegados, uno al lado del otro, seis papelitos chiquitos de color fucsia con la foto de una mujer desnuda que dicen "Sharon" y un número de celular. Recuerdo cuando una vez, en ese mismo lugar, una amiga arrancó unos de ese estilo y me dijo que ella lo hacía porque podían estar relacionados con la trata de blancas. Yo le pregunté qué sabía ella sobre si la chica estaba de acuerdo o no, que quizás estaba impidiendo que alguien trabajara. Me agarré de ese argumento porque ella en su discurso defiende la prostitución como un trabajo de algunas mujeres que no debe ser discriminado ni prohibido. No me acuerdo qué me contestó.

Llego a mi casa y en el desorden de mi escritorio veo una pila de volantes. El de arriba de todo dice "Inglés - 2 x 1 - Profesora particular - Clases individuales". Justo que hoy recordé que lo tengo pendiente... Sin embargo, no tengo con quien ir. Me falta uno. Que a una persona le sea útil el volante que recibe debe ser tan complejo como encontrar al amor de la vida, a la media naranja. Todo tiene que cuadrar: la zona, la necesidad, el precio, ¡que lo agarre y lo lea!. Parece más fácil un amor correspondido.

3.2.14

Amor en cuatro ruedas

Eran quizás las siete de la mañana, como tantas otras mañanas de sábados y domingos él la llevaba a la casa y tomaba ese camino que sólo él tomaba. De fondo podían sonar dos tipos de música: o esa banda de rock nacional con temas tiernos que los identificaba, que ella proponía para que los besos en los semáforos se pudieran sentir hasta literalmente erizar la piel; o algún tema de boliche que él elegía porque "¿por qué siempre querés escuchar cosas tristes?". De todas formas, excepto los momentos claves en consecuencia de la combinación de sentidos que generaban las canciones (si es que ella ganaba el duelo musical tácito); la experiencia era neutra. El recorrido le parecía simplemente lógico y nada de lo que sus ojos veían por la ventanilla parecía tener algo de poético, dulce, especial o memorable. 

El tiempo pasó, la rutina del viaje de las madrugadas de los sábados y los domingos fue tornándose esporádica hasta desaparecer. Algunas veces ella anda los mismos recorridos, también en el asiento de acompañante, aunque de algún amigo, familiar o afortunado. Esas mismas calles que antes no le generaban nada, hoy las mira desde otro andar y parecen mucho más lindas, como si el haber sido testigo de lo que fueron les diera una esencia especial. De fondo, si puede, elige poner esos temas de los que él se quejaba, aunque ahora están teñidos de gris.

Hoy anda por ahí y sonríe. Con el dolor por el final, con el amor por lo que fue, con las dudas de ¿por qué?, con las certezas de haberlo sentido. Pero sonríe. Porque no hay sonrisa que no cueste algo de dolor, ni dolor que pueda anular un amor que (ella te lo jura por los besos en el semáforo) existió.