Nunca lo soñé todas las noches, creo que ni siquiera una. Hubo canciones que me hicieron sentirlo, sí, pero después de bastante esfuerzo en que las letras y la melodía encajaran con nuestra (no) historia. Ninguno de nuestros encuentros tuvo música de fondo, y ni siquiera la ameritaban. Una vez, yo acostada en el sillón con las piernas cruzadas en el apoyabrazos (con una media muy corta naranja flúo y la otra gris y un poco más larga) y él desde una silla comiendo pollo frío con la mano desde un tupper, nos encontró hablando de cómo garchaban los cien pies, y la conversación se cerró con mi genial remate de "no se ponen en cuatro, se ponen en cien". Hoy en día me sorprende haberla pasado tan bien siendo tan yo: siempre a la espera de la escena de cuentos, del clima perfecto, de los besos dulces y las conversaciones profundas. Pero ahí estaba, en la realidad, y creo que quizás lo que lo hacía mágico era que no tuviera nada de magia y aún así lograra hacerme sentir tan bien.
porque no está mal que terminen las historias mientras haya historias que contar
27.10.13
22.10.13
El tutifruti
Una hoja y una lapicera por jugador.
Algunos dibujan todas las líneas desde el principio, otros simplemente las
verticales, y las horizontales las van haciendo mientras avanza el partido.
Como título de cada columna: “letra”, “nombres”, “animales”, “colores”,
“cosas”, “comidas”, entre otros, y por último “puntos”. A veces se elimina
“cosas” por no ser precisa, y se suman algunas como “mundi”, que consiste en
países, calles, provincias, barrios, etc, o quizás unicamente “países”. Cada
vez que empieza, que suele ser en momentos en los que reina el aburrimiento, se
establecen las categorías con las que se va a jugar en esa oportunidad.
Uno de los jugadores, que pueden ser
de dos a infinitos, piensa el abecedario. Se puede comenzar diciendo “cero” en
voz alta y continuando en voz baja “uno, dos, tres, a, be, ce, de…” y el resto,
o empezando directamente con “A”, lo cual dificulta que pueda tocar esa letra,
salvo dando toda la vuelta al alfabeto y comenzando nuevamente. Otro
participante lo frena, y la letra en la que fue interrumpido será con la que
van a jugar esa mano.
Lo que debe hacerse es poner
palabras que comiencen con el caracter que salió sorteando, respetando la
consigna de cada columna. Con “A”, podría ser: Analía, Ardilla, Azul, Armario,
Arroz, Alemania. “Amor” no entra en ninguna columna, aunque algunos arriesgan a
ponerla en “cosas”, pero para qué, si es para conflicto.
El que completa primero todas las
categorías debe decir “basta”, “stop”, “basta para mí, basta para todos”, u otra
palabra que represente lo mismo. En ese momento todos cuentan los puntos,
columna por columna. Cinco, diez y veinte puntos son las distintas
posibilidades de sumar. Algunos conciben la alternativa de sumar quince,
mientras que otros se oponen fervientemente. Dilema si los hay, y conviene
aclararlo al principio: ¿la letra vale 5? Algunos aseguran que sí y
otros se horrorizan. Incluso existen los que ni siquiera hacen una primer
columna llamada “letra” porque les parece una pérdida de tiempo, de tinta, de
hoja, de energía. También existe un cuestionamiento acerca de si la palabra mal
escrita (no por la primera letra, sino por el resto) suma el puntaje de todos
modos.
Se repite el sorteo y así
sucesivamente. Hay letras con las que no se juega por difíciles, aunque el
criterio no es siempre el mismo. La Ñ se rechaza, la X y la Y generalmente
también. Sin embargo hay algunas dudosas. Los más cobardes se niegan a jugar
con la Z o con la O, mientras que los guerreros eligen continuar, aunque quizás
a mitad de camino, luego de mucho pensar, proponen cambiar de letra.
Existen quienes en comidas mandan
fruta, y en animales, animaladas; así como los que le buscan la quinta pata al
gato a la respuesta. El juego es sumamente subjetivo, ya que la ubicación de
las palabras en las columnas depende de un criterio que no es universal. No hay
juez, por lo que al finalizar cada mano se suelen dar debates y discusiones que
pueden durar de dos minutos a quince o veinte; ya habiendo perdido el eje de
para quién son los puntos, sino por una cuestión de llegar a un acuerdo o
imponer la lógica propia por sobre la del otro.
No hay un final claro. En general concluye cuando quienes están jugando se aburren; o
cuando la mayoría de las letras ya salieron y solo quedan “las imposibles”.
Aquí se suman los puntos logrados por cada letra. Algunos cuentan con la
cabeza, otros anotan y también hay quienes sacan el celular y utilizan su
calculadora. Los últimos suelen dudar del método de los primeros y “de onda”
les suman sus puntos, pero en realidad es para asegurarse de que no se agreguen
puntos que no les correspondan.
Hay tantas formas de jugar al
tutifruti como personas en el mundo. Tiene muchas reglas y versiones que
dependen de cómo lo aprendió cada uno. Como en el amor, cada uno lo lleva
adelante de una forma diferente, que varía según la experiencia del individuo.
Una relación de amor no tiene una
sola manera de surgir. Existen tantas, como vínculos posibles. Una amistad
anterior, una noche descontrolada, un empujón, una solicitud de amistad en
facebook. Como armar todo el cuadro del juego de antemano y forzar a que lo que
se está por escribir salga de un tamaño en particular, o ir trazando las líneas
horizontales a medida que avanza en juego, permitiendo que cada concepto se
redacte sin una estructura que lo acorrale. Como empezar diciendo “cero” o “A”.
Cuando el sentimiento frecuentemente
interpretado por un corazón estético (porque
el verdadero corazón humano es bastante feo, venoso y sangriento como
para representar algo culturalmente tan tenido en cuenta como grandioso) se
apodera de la voluntad de dos individuos, suelen aparecer diferecias en lo que
cada uno busca en la relación, que también va de la mano de la costumbre. Como
en el juego, en donde el que siempre jugó con “mundi” va a querer seguir
jugando así; los participantes de un vínculo tienden a pretender continuar con
las particularidades de sus relaciones anteriores. De manera inconsciente, se
encuentran buscando en la nueva relación lo que su pareja anterior les daba.
Esto es un grave error y no termina bien, porque todos juegan distinto.
Entonces alguien tiene que ceder. “Está bien, juguemos sin 'mundi'”.
Así también se terminan relaciones
de infinidad de formas, como en el tutifruti se dice “basta” o “stop” cuando se
completan todas las columnas de una letra. Uno se satisface, ya no necesita
pensar más nada, llenó todo lo que podía llenar en esa circunstancia y pone un
punto (y poco le importa la necesidad del otro, sobretodo a los adeptos al
“basta para mí, basta para todos”). Puede ser un mensaje de texto, un beso de despedida, una cachetada,
un portazo, una lágrima. Desde entonces no puede escribir nadie más. Se acabó
lo que se daba, al que estaba justo en la mitad de una palabra, lo agarra
desprevenido. A veces se permite terminar de escribir lo que estaba a medias,
otras no y el final es crudo y definitivo. Después de contar los puntos, se
puede continuar con otra mano o no. Depende del cansancio, del aburrimiento,
del balance que hace cada uno de lo que está obteniendo del juego.
También uno se pone un puntaje en el
amor, no en números, sino en palabras dichas a aquella persona cuando todo se
acabó. “Gracias por todo”, “perdoname”, “no te quiero ver nunca más”. Y
recibimos las del otro. Los puntajes son una mezcla del mérito de uno y del del
otro. Quizás yo fui creativa en el juego, pero si el otro también aportó lo
mismo, no pudimos sumar demasiado. O tal vez el contrincante no me dio tiempo a
mostrar todo lo que yo tenía para poner sobre la mesa.
Nunca falta el que se le anima a
algo que al final no puede llevar a cabo. “Con la Z no”, dice él; ella asegura
que hay muchas para poner, juegan igual, y a los minutos ella propone utilizar
otra letra. No todos se pueden hacer cargo de lo que prometen, aún cuando así
capaz entusiasmen a otro que no lo estaba. Puede pasar que él empiece a sentir
que con la Z sí se puede, que soñar podía no ser un sueño, pero ella se empieza
a arrepentir y ya no hay palabra que los salve.
El
tutifruti termina y nunca se habló la mayoría de las diferencias en la manera
de llevarlo a cabo. Se fueron adaptando, cada uno en circunstancias distintas
del juego, a las reglas del otro, o imponiendo las propias sin darse cuenta por
considerarlas universales. Al igual que en el amor, ante la duda de uno estar
haciendo las cosas de la manera incorrecta, se muestra sumiso frente a la
imposición del otro; cuando en realidad no existe una sola forma de hacer las
cosas, de besar, de hacer el amor, de tener una relación, de conquistar, de
permitir que el otro pague la cena. Quién gana, nadie lo recuerda. Sí quedan
presentes las discusiones, los intercambios de opinión, la polémica. Uno dice
“basta” y se termina, pero alcanza con un par de letras (de palabrerío) para
empezar otra vez. El final se da por cansancio, por aburrimiento, por la falta
de todas esas ganas que se tenían al comienzo. Sin embargo, días, semanas, o
quizás meses después, el tutifruti y el amor parecen tentar de vuelta. Pero a
veces basta con jugar un par de manos para darse cuenta de que es tan aburrido e insulso como resultó al final la última vez.
Años antes, quizás, hubiera
descreido de esta comparación, y hubiera relacionado al amor con una cuenta
matemática o una transformación química: A+B=C. Sin embargo, aprendí que está
interpelado por las palabras, por la interpretación, y principalmente por la
diversidad de reglas y maneras de comenzarlo, afrontarlo y terminarlo.
“Tutifruti”, una canción de Little Richard, nada habla del juego, sino de lo
que siente por Zoe y Daisy. Se puede
jugar de a más de dos, sí, pero suele ser bastante más conflictivo.
Aunque no te importe:
deslices analíticos
19.10.13
Asesíname
Me puse la remera. Su remera. Es la misma que hace meses, pero no la siento igual. Yo soy otra, y es como si ella fuera otra. Podría estar siendo un pijama antiguo mío o de mi vieja, o una remera de Independiente de un amigo. A esta altura es lo mismo.
Y a un metro, o tres, o cien, o diez centímetros. También suena la misma canción. Exactamente ESE tema. Lo lloré, lo sufrí, me despedazó, me sentí absorbida, me desnudó aunque no me sacó la ropa (o sí, y me dejó sin nada asdemás de eso). Hoy lo escucho vestida, de cuerpo, de alma, de esencia, de piel, de mente. La piel no se me pone en puntitos, está calma, lineal, aburrida, neutra. Y eso que tiene ganas; después de tanto tiempo de rogar ser afectada, hoy se arrodilla ante la idea de movilizarse con algo, aunque esa movilización implique inquietud, dudas y lágrimas.
Vi más veces nuestra película sola, que con él. Caminé esas calles más días en soledad, que de su mano. Tiré más ese chiste a extraños, que a él que tanto lo hacía reir (y se lo contaba sólo porque su risa me llevaba a un lugar al que nadie podía, como si fuera una puerta mágica de la que sólo tenía la llave mi voz y mi ocurrencia). Recorrí mi propio cuerpo en más oportunidades con mis manos que con las suyas.
La película fue una mierda. Las calles, tristes. El chiste, insípido (y nadie se río). Mi cuerpo, insensible. La noche sigue siendo noche pero es mucho más oscura, aunque haya luna llena. Y lo peor de todo eso es que no me duele ni un poquito.
Para hacerme sentir todo eso y después dejarme parada en el medio del desierto, me hubieras matado antes. Esto de matarme de a poquito además de triste es bastante aburrido.
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