porque no está mal que terminen las historias mientras haya historias que contar

6.12.12

Laberinto

Al entender que dejando atrás el querer dejarlo atrás, por fin lo dejo atrás, otra vez estoy teniendolo adelante y no permitiendo que se concrete el augurio. Nunca tan claro que la ignorancia permite a uno estar bien.

Pero el ignorante no se da cuenta de que lo está. Entonces es como si no lo estuviera. Creo. No tengo esa ¿suerte?

4.12.12

Te vi

La muchacha recorrió todos los lugares en los que había deshojado flores y levantó cada pétalo, uno por uno, mientras cantaba Fito Páez. Una vez con todos guardados en el morral, se sentó en un banco de Parque Centenario y empezó a armar flores nuevas. Mezcló pétalos, intercaló colores, texturas y tamaños;  mientras tanto, aprendió a reemplazar el "me quiere, no me quiere" por un firme "me quiero".

10.11.12

Cuando la tarde moría (como moría lo nuestro)

Es como volver a meter en la heladera el pote de Casancrem vacío. Como no tirar esa lapicera que definitivamente no anda más. Como seguir guardando la remera de Mickey que ni siquiera usás de piyama.

Es difícil despedirse, incluso de las cosas, incluso de manera inconsciente de una birome que claramente no te interesa, ni la querés, ni te perjudicaría empujarla al precipicio del tacho de basura. Sin embargo, la guardás, como al pote de Casancrem y a la remera de Mickey. Y mañana, mañana vas a querer escribir algo y maldecir al ver que no funciona; vas a querer hacer más sabrosa una tostada y vas a putear porque el puto pote esta putamente vacío; vas a ponerte de mal humor cuando busques algo que te querés poner y no lo encuentres, y digas "¿para qué mierda guardo tanta ropa al pedo?".

Y así es. Y así, también, es como no te despedís de tantas otras cosas, de relaciones, de miedos, de costumbres. Relaciones que ya no te generan lo mismo, miedos que ya no tenés, costumbres que ya no te sirven. No, no están presentes todo el tiempo, pero están amontonados en algún rincón. Y también, desde ese rincón, te van perturbando de a poquito, como la lapicera, como el pote de Casancrem, como la remera de Mickey. 

Renovar la cartuchera, limpiar la heladera, reordenar el placard. Es como eso.

17.10.12

Somos las palabras que cuentan lo que somos

Un abismo separa a las palabras de la realidad. Son dos conceptos distintos, que hasta resulta grotesco escribir uno al lado de la otro. Casi podría jurar que son opuestos. La palabra finge querer poder narrar la realidad, pero lo que en su lugar hace es llevar a las cosas a otro plano. Un plano donde la perspectiva es otra, donde las reglas son diferentes y donde lo que en el mundo es, ya no es; y lo que en la realidad nunca podría ser, allí se establece sin oposición alguna.

La palabra es un viaje. Es un vuelo, a veces con turbulencias, y otras muy tranquilo. Un vuelo que puede estrellarse, como llegar sano a donde debe hacerlo. Puede también ser un vuelo sin destino, un vuelo eterno, un vuelo sin conclusión alguna; o uno muy corto, con dirección exacta e inalterable. La palabra puede ser dolor, puede ser penas, puede ser llanto; y también puede ser risas, chistes y hasta sexo. La palabra es lo que uno quiere que sea. La realidad simplemente es; y hay que entenderla y vivirla.

La utópica actividad de tratar de escribir la realidad es mi cable a tierra. Intento apalabrar mi verdad. Llevar a ese plano de ensueño lo que, por definición, es imposible. Es ese empeño lo que a mí me gusta y lo que quiero hacer toda la vida. Bueno quizás no, pero hoy, sí, y en el plano de la realidad, el presente es la única cosa; y en el otro, ese que describí en el primer párrafo, no sé bien, supongo que si escribo que así sea, así será.

4.10.12

El amor antes del amor y la semiología

Es primeridad. Mera posibilidad. Las cualidades listas para reaccionar. Todo puede pasar. Es esa cosquilla, ese suspiro, esa sensación difícil de explicar y también de sentir, que en general cuando aparece genera ganas de ir a la etapa siguiente, a la segundidad, al hecho, al "llegamos", al "ahora somos", a la existencia. Pero esta llegada viene acompañada con la tercera, que es la toma de conciencia, es la conceptualización, es el "y ahora?". Y la nada. 

Acá las categorías no son simultáneas, ojalá lo fueran, así uno no se encontraría siempre buscando alguna para llegar y luego andar desesperadamente atrás de otra.

Fin de otro cuento que no es un cuento. O que en realidad sería una respuesta de parcial re sensible que aunque me pusieran un uno, yo le diría "bueno".

21.9.12

Primavera dosmildoce

A pesar de que esté fresco y de que todavía los árboles estén tristes y desnudos,  al 21 de septiembre hay que creerle. 
Un día conocí un gato que se llamaba Primavera. Bah, yo le puse ese nombre. Me hice amiga enseguida, y no lo vi nunca más, pero mientras me caminaba encima, y entre las piernas, y por la espalda, le escribí algo. 

Primavera es blanco y tiene la zona de las orejas y los ojos, negra. Ay, los ojos, si los vieran. Amarillos, redondos y brillantes como el sol, que nos mira desde arriba, como Dios para los creyentes (pero el sol no juzga, ni castiga, ni dice lo que está bien ni está mal, solo mira, acompaña, enciende).
Primavera se subió arriba de mi hoja, la manchó, la pisó. Primavera, después de estar acurrucadita a mi lado como si se fuera a quedar para siempre, se levantó en el momento en el que se sentó una señora a unos metros. Se le acercó a ella. Me dejó sola. Y, encima, la mujer le hizo "ch, ch" y la espantó.
Es que sí. La primavera así como viene, se va, y hay muchos que la subestiman en lugar de dejar que se les siente al lado y disfrutar de su estadía.

11.9.12

No voy en tren

El tren pasa solo una vez, dicen. Cuando llegue, subite, no lo dudes, dicen. Entonces la gente espera el tren. Con ansias, con nervios, pero con la seguridad de que apenas lo vean pasar van a poner un pie sobre él, y el otro, y todo el cuerpo; aunque no quiera frenar, aunque esté lleno de gente o muy vacío, aunque tengan la sensación de estar dando un salto al vacío. Permanecen contentos, entonces. Aguardan. Se quedan sentados en un escalón, o en un asiento, o en el piso. O tomando una Pepsi. Pepsi, no Coca, porque dicen que la Coca está allá, en el tren, claro, siempre lo mejor va a estar en el tren, ese tren que apenas vean se van a subir, porque sí, porque el tren pasa una sola vez.

Entonces de repente alguien se cansa y se va. Lo miran raro. Pero se sube a una bicicleta y se va perdiendo a lo lejos. Otros empiezan a seguir su ejemplo, aunque algunos a pie, otros en patineta, algunos rollers y hasta en triciclo.

Este es el fin del cuento, que no es un cuento. Simplemente digo que eso del tren queda súper lindo pero no hay un tren, hay muchos, y también hay muchos otros medios, y también se puede hacer una fiesta en la estación, con Fernet, risas, baile y miles de cosas; y andá a saber, quizás todos esos que se subieron al tren, terminan volviendo con la Coca para el Branca.

4.9.12

El disfraz de escritor

Una mesa en el medio, donde yacía un cenicero que rebalsaba de colillas de cigarrillos fumados casi hasta el filtro, algunos con las marcas rojas por mis labios (generalmente a medio despintar), otros de esa marca de cigarrillos que sólo él fumaba y que tiempo después me encontré comprando intentando inconscientemente de volver a esos jueves de cervezas e historias.
Cervezas e historias. Noches eternas me pasé fumando el tabaco que él fumaba y cuestionándome cuál de las dos cosas era generadora de la particularidad de la otra. A veces recién al tercer o cuarto vaso comenzaba entusiasmarme en sus relatos, otras estaban tan perfectamente armados desde el "hola, qué tal tu semana?" que la lucidez de los cuentos me incitaban a un fondo, y a otro, y a otro más, y así sucesivamente, por lo que la secuencia causa-efecto entre el alcohol y las cautivadoras narraciones se tornaba difícil de organizar.
Difícil olvidar ese último jueves que nos vimos. Yo había llegado un poco más tarde que de costumbre, no tenía por qué, como la mayoría de las veces en las que las mujeres llegamos tarde. Él, sin embargo, llegó todavía un rato más adentrada la noche. Se sentó, me empujó nerviosa y torpemente por debajo de la mesa con sus rodillas, se disculpó por eso y por llegar unos minutos demorado, y pidió una cerveza. Había algo raro en su forma de mirar, de hablar, de sentarse, de agarrar el vaso y de fumar sus cigarrillos. No quise preguntar. A los escritores no hay que preguntarles cosas, si no dejarlos hablar.
Como estaba más callado que de costumbre, decidí soltar mi lengua. Poco sabía él de mí. Le conté de Mauro; le expliqué la historia que me cautivó durante todo un año con millones de idas y vueltas en solo diez minutos. No era para mí eso de narrar. Al darme cuenta que nuestros jueves eran así de especiales por él y sus fabulosos relatos, y que yo no tenía nada que hacer al lado de ellos, cerré la boca y con mi silencio lo obligué a hablar.
A medida que me iba contando lo que acababa de sucederle, se iba relajando, empezaba a sonreír, perdía los nervios, dejaba de chocarme con las rodillas y la segunda botella se iba acabando. Pero yo escuchaba distinto, ya no tan ansiosa y entretenida en aquello que contaba. Como nunca antes ningún otro jueves.
Nunca fumé tantos cigarrillos como esa noche. Aprendí a amarlo en cuestión de pocas horas. En la simpleza de ese nuevo relato, estaba la sencillez de su ser y lo único que necesitaba para enamorarme. Estaba hablando con Lucas, y ya no con el protagonista de las historias de Lucas. El escritor puede ser interesante, divertido, intrigante, y puede generar ganas de escucharlo todo el tiempo, pero yo recién pude enamorarme de la persona.
Lucas persona nunca más quiso verme. Se sintió invadido, ya no estaba leyendo sus cuentos si no leyendolo a él, y para él yo nunca fui más que una oyente, una prueba de los efectos de su excelente habilidad para narrar e inventar historias. Algunos jueves todavía me siento en esa mesa de ese bar, me fumo sus cigarrillos, me tomo una cerveza y lo pienso. Ahora soy yo la que inventa las historias, historias que él nunca me contó porque el protagonista era su verdadera esencia. Sólo espero que alguien quiera escucharlas. Quizás él. Quizás no.

16.8.12

El eterno buscador

A los atletas les gusta correr. Por eso es que juegan carreras. Entonces cuando alguien dice “listos, preparados, ya” empiezan a avanzar, a moverse, a mover las piernas con todas sus fuerzas, con mucha energía, con cierto disfrute, pero a la vez, con ambición de llegar. Y en un momento llegan. Se alegran, y, aunque quizás un poco cansados, gozan de la victoria. Por un rato, por unos minutos, quizás unas horas, o si era un campeonato muy importante, probablemente algunos días. Pero enseguida van a buscar una nueva carrera para emprender, por ahí más larga, o sobre otro tipo de suelo, o con rivales más veloces.

Yo busco como un atleta. Corro por la pista enceguecida por mi objetivo, por eso que tanto deseo, por lo que brilla allá a lo lejos y a veces parece alejarse a cada paso que doy. A veces llego. Y cuando llego, ya no lo quiero. Otro camino se abre ante mis ojos, otra carrera, otro suelo. Entonces de vuelta, me muevo, avanzo, voy a toda velocidad para llegar a lo que me está tentando a lo lejos. Sin embargo cuando llego, parece no ser eso lo que me iba a llenar de felicidad.

Entre corrida y corrida entendí que lo que a mí me gusta es correr. No, no como Usain Bolt. A mí me gusta perseguir proyectos, sueños, ideas, deseos. Pero no llegar. Al final, en mi esquema de carrera, Usain Bolt pierde. En la mía gana el caracol que, encima, en el medio, por torpe, se desvió.

12.8.12

Militancia infinito punto cero

Siempre tomé con pinzas el concepto de militancia. Consideraba que de por medio podían haber intereses económicos, de comodidad, e incluso de superioridad dentro del propio partido o intento de.

Un día, hoy, por ejemplo, me di cuenta que yo también milito. No en un partido, tampoco en un “algo” sin nombre con fines políticos. Es simplemente mi propio actuar que trata de cambiar una realidad que no le cabe para nada. Hablo en criollo, hablo en mi idioma, en lo que se escucha en la calle, en lo que se lee en twitter, en facebook, en un diario íntimo de algún gil que escribe con faltas de ortografía o en un mensajito de texto.

Siempre, políticamente refiriéndose, se habla de cambiar las cosas de raíz. Toda mi vida dije “sí, mal”, con muchas emes, porque me gusta decir “mal” enfatizando en su primer letra. Creo que nunca lo entendí demasiado hasta recién, hasta hace un rato, que dentro de una lucha exteriormente estúpida me di cuenta que simplemente quería modificar la primer carta de la torre de cartas esa re difícil que algunas personas hacen y siempre un gracioso idiota la sopla y se cae.

Sí, la primer carta. La primer carta no es la pobreza, no es el dólar, no es el subte, no es el pozo ese que agarrás con tu auto cada mañana y te hace putear a la mamá del pozo, a tu propia mamá, a Macri o a Dios que, encima, pobre, ni siquiera sabe si existe. La primera carta es una sonrisa, un “perdón”, un “gracias”, un “por favor”, un ‘mejor lo dejo pasar porque se nota que está apurado’, un ‘ya fue, a mí me da igual’.

No sé si se entiende. No me importa. Mentira, sí, sí me importa, porque este es un intento más de lo que trato con mi militancia. ¡Sí! De repente yo también milito, desde otro lado, algo apolítico quizás, algo iluso, algo excesivamente sentimental, pero sí, soy sensible, siempre lo digo. No milito con banderas, ni con cantos creativamente pensados, ni con un atractivo nombre de agrupación, ni con la simpatía de algún político que pone el nombre en representación de mi pensar.

Milito con mi sentir, con mi fe de que la primera carta es lo que simplemente se llama buena predisposición. Digo “simplemente” porque es una estupidez, porque no es lógico luchar por algo que en realidad es tan natural del ser pero que está corrompido por no sé qué y un beso a Russeau y a Hobbes.

Digo “simplemente”, también, para enfatizar lo estúpido que es buscar algo como eso cuando en realidad si todos lo entendieran, existiría un bienestar general utópico, pero posible, o acercable, disfrutable, lógico, ideal.

Si, sencillamente, entendieran que con dar algo bueno, uno recibe algo bueno. No, no es esa estupidez de “lo que va, vuelve”; quizás sí, quizás también, pero el simple hecho de generar algo bueno en otro, genera algo bueno en uno. Yo cuando me subo al colectivo, cuando me compro un pancho, cuando pregunto dónde queda una calle o cuando llamo a la pizzería para que me traigan una grande de muzarella; me siento feliz al decir los famosos tres dichos de la cordialidad, al sonreir (aunque el otro no lo vea), al tirar un chiste poco gracioso pero simpático o al básicamente jajajajear una gracia pésima pero de tan mala algo simpática que esbozó con quien hablo.

Solo quería expresar eso. Hacer las cosas las hace cualquiera, pero hacerlas bien, o al menos con esa intención, pocos; lamentablemente pocos; y si la gente lo hiciera un poco más, las cosas serían distintas. TODO, todo lo malo desde que Adán o su hijo o Eva (nunca entendí bien la historia) mordió la manzana, nace de eso.

Chau.

5.8.12

Una más de las melodías del mundo, allá va

Mientras algunos siguen tratando de ganarle a la muerte, lograr viajar en el tiempo y sentirse más jóvenes, entre otras cosas; otros entendieron que todas esas búsquedas son utopías y hay una manera (una sola) de lograr eso, y mucho más, y todo lo que quieras. La música.

Así como te trae de vuelta a quien se fue, como te lleva a otros tiempos, como te pone del mejor humor con “simplemente un par de acordes”, también hay una relación directa con el amor. Sí, qué paja hablar de amor, qué cursi, qué palabra de mierda, pero todos caímos, estamos cayendo o vamos a caer. O a subir. Bueno, eso depende de lo que crean que es ese tan desfigurado, toqueteado y malgastado concepto.

Las canciones que ayer te hacían soñar con algún día poder sentirlo y hoy te mueven el piso como nada haciendote pensar en esa persona y sintiendo que quien la escribió realmente habla de vos; quizás mañana te hagan llorar porque vas a estar solo y nunca más vas a volver a estar tan pleno como estabas antes y desearías volver a estar; y por ahí pasado mañana te hagan sentir vacío, simplemente vacío, y no triste, porque ya no sentís más nada, porque esa persona desapareció, porque ya no te tiembla ni el piso, ni las paredes, ni el corazón.

Es lo que dije siempre, la música es un arma de doble filo. Ayer te dio esperanza, hoy te hace feliz, mañana te angustia, pasado te recuerda lo que ya no te pasa más. Lo que sí: siempre hace. Pensar, sentir, sentir, sentir, sentir, sentir, pensar, sentir, sentir, sentir, sentir. Eso es la música. Por eso admiro a quienes la hacen, la tocan, la cantan y la escriben. Creo que no debe haber cosa más linda que poder generar lo más puro y sensible que hay en el mundo.

Y no sé cómo explicarte, porque sentirlo es mejor.

25.7.12

¿Para qué están los ojos? Para ver. ¿Y las manos? Para taparse los ojos.

Todos conocemos la frase “el que busca, encuentra”. Indica dos cosas: por un lado, siempre va a haber algo en lo que hurguemos que no nos guste. O sea, elegir no buscar es aceptar que pasan cosas que no queremos, siempre que no pasen en nuestros ojos. Hacerse el maduro diciendo que uno no se mete donde no lo llaman y citando la ya dicha frase estamos involucrándonos, casi sin querer, en otro famoso dicho: “no hay peor ciego que el que no quiere ver”. Y, para no perder el eje, estamos eligiendo ser el peor de todos los ciegos. Pero no importa, uno levanta la cabeza, se autoproclama “maduro”, y sigue contento con su vida, sin investigar en aquello que sabe que le va a dar una mala noticia.

Por otro lado, el dicho acerca de que quien se mete en lo que no le incumbe siempre va a descubrir algo desafortunado, sugiere que quien husmea en lo ajeno tiene un deseo inconsciente de encontrar algo. Puedo jurar leer las ganas en los ojos del que se metió en lo que no es suyo; esas ganas de encontrar algo, esa ansiedad, esa adrenalina que llega a su punto cúlmine cuando de repente lo supuestamente no querido, pero inconscientemente ansiado, se da a conocer.

Es entonces que empieza el revuelo interno, el quilombo en la cabeza, la calesita cerebral. Uno puede elegir hablar y plantear lo que pasa, o simplemente callarse y guardarse el sufrimiento para uno; quizás así, con el tiempo, pierda relevancia. También está la opción de si tener lo lamentablemente averiguado siempre presente o elegir borrarlo de la mente para así poder seguir con lo cotidiano, arrepintiéndose de meter la nariz donde no lo llamaron y eligiendo ser, ahora sí de forma totalmente consciente, el “peor ciego”.

Lo que sí, y no tengo dudas, es que a veces la incertidumbre, las dudas, el mambo en la cabeza, el asunto a resolver (pero sin resolver), genera cierto placer. Porque puede pasar un mes, o quizás una semana o un par de días y ya vas a estar explorando donde nadie te llamó y en realidad hay un cartel que sólo se lee con la spy pen que pide a gritos que VOS no te enteres de eso.

 El problema, en realidad, es que Wally sea tan fácil de encontrar, parezca tan a la vista, esté vestido tan diferente al resto y evidencie como que más allá de lo que vos podés saber, hay mucho atrás que nunca te vas a enterar. Ahí sos un pobre ciego por destino, aunque hayas hecho todo por poder ver.

27.6.12

Soy mi propia ley

De chica, un par de veces me pasó que mi papá me retaba porque alguna de mis hermanas le había contado su versión exagerada y, en muchos casos, inventada, de los hechos. Y yo lloraba. Lloraba por desilusión, porque ni siquiera él había tenido la curiosidad de escuchar lo que yo tenía para decir. Entonces decidía no gritar, no esforzarme porque me creyera o me escuchara. Le decía a todos sus retos que sí, que bueno, y después con una angustia inmensa, me encerraba.

Me encerraba y buscaba mi propia armonía. Me decía que Dios sabía cómo habían sido las cosas, que esta vez de verdad no tenía culpa, entonces tenía que estar tranquila, yo no había hecho nada. Y Dios lo sabía.

Creo que incluso me lo imaginaba con cara a Dios. Con el tiempo crecí. Algo. Quizás. Me hice biológicamente adulta, dios perdió la cara, y un par de cosas más también. Pero esas pequeñas injusticias que me hicieron llorar mucho de chica, pasaron a ser otro tipo de injusticias, algo más profundas, que también me hicieron llorar (aunque un poco menos y quizás sin tanto griterío) a pesar de los años que me cargué en la mochila.

El mecanismo fue el mismo, pero diferente. No busqué a dios esta vez. Me tuve a mí. Me dije y comprendí que yo hice lo que tenía a mi alcance, que no me equivoqué, que, otra vez, no supieron o no quisieron interpretarme. No hice nada mal. Y yo lo sé.

Por más que me duela, esta vez también encontré mi paz. Pero por mí misma. Quizás sí haya crecido un poco.

4.6.12

No-sé-qué

Un día me pregunté con qué se sentía. Con la cabeza, seguro que no. El corazón es un órgano. El alma no es más que un concepto inventado por los viejos filósofos para justificar algunas cosas que después se encargó de tomar la religión y modificar la ciencia; tampoco. Entonces decidí llamarle "no-sé-qué". Primero por la justificación obvia, no tiene entidad, no tiene ubicación, no tiene materia. Y segundo, porque realmente ese no-sé-qué no sabe. Nada. Solamente siente.

Hay relaciones que concluyen con la cabeza. Que por algún motivo, o varios, uno de los dos se da cuenta que no da para más y que hay que terminar. Suele ser en ese tipo de finales que la mente choca con el no-sé-qué. La parte pensante se opone al otro ser que formaba parte del vínculo, y, estúpidamente (pero, pobre, no le digan así, que no tiene la culpa de no poder pensar) el no-sé-qué se alía a ese enemigo de la conciencia. Entonces termina siendo una lucha entre el no-sé-qué y la propia mente. Entonces explotás.

Mentira, no explotás, eso es lo peor. Convivís entre un sí y un no constante, entre si accionar según una u otra de las partes. Por un lado, lo que debés. Por otro, lo que sentís. Y como resultado de ese encuentro, lo que querés, vos, sólo, indefenso, que aunque se pasaron la vida diciendote que poder sentir y elegir y pensar y razonar era la mayor virtud del ser humano, te das cuenta que si fueras un perrito que duerme la siesta y tiene quien le haga mimitos y el dé de comer, estarías mejor.

Es que el perro no conoce el no-sé-qué. Si lo conociera, nunca más disfrutaría del Dog-Chaw como si lo fuera todo. Sí, así como te pasó a vos, que estabas bien sin amar, que no lo necesitabas, pero que el no-sé-qué atrapó a tu cabeza por un tiempo, y te enamoraste, y ahora que todo se terminó sentís que nunca más vas a disfrutar de lo que antes te daba paz. Una puerta cuando está cerrada no evidencia un espacio vacío. Cuando la abriste, la llenaste. Si se vació, quedó abierta, ahora sí te está faltando algo.

6.5.12

La memoria no funca donde no estés vos

Involucrarme, amar, enterrarme, no querer salir. Aburrirme, escaparme, mentirme, esconderme. Y otra vez. Ese es mi karma. De ahí sí que no puedo salir. Karmas. Uno atrás de otro. Malas rachas, también buenas. Pero todas rachas. Rachas de un gran karma, que es más bien mi propia vida, todos mis días, mis horas, minutos y segundos. Hoy digo que son años de racha, algún día diré que décadas y desde la tumba seguramente voy a confesar haber vivido un karma de centenas. Es que sí, voy a estar así hasta muerta, cosa de no aburrirme. Igual ya estoy aburrida de siempre estar todo el tiempo cambiando. Es todo tan distinto siempre que ya es rutina andar cambiando y el karma se deskarma, lo permanentemente alterado pasa a ser normal porque es siempre así entonces un poco de rutina sería excepción, sería cambiar, sería sorprenderme. Para después volver a quejarme. No sé. Donde hubo fuego, cenizas vuelan. Lo que pasa es que el fuego no se apaga, y cuando se apague, voy a volar con las cenizas.

10.4.12

L de letras y de lágrimas

"No sé bien qué cosa es el arte (...). Me parece que algo tiene que ver con el llanto". Lo leí una vez, hace años, en un texto fantástico de Dolina. Como siempre, no lo pensé mucho en el momento, pero después lo creí y me gustó a tal punto que ahora está escrito en mi pared, ya un poco desgastado y con menos color.

Hace mucho que no escribo. Quizás porque estoy bien, quizás porque por fin entendí y me acordé de olvidar de preguntarme cómo estoy. El que está bien, no se da cuenta, es un arma de doble filo.El que está bien, además, no escribe, porque en lugar de sentarse a preguntarse y buscar explicaciones, elige salir a bailar, a correr, a escuchar música, a gritar música, a reírse, a seguir expandiendo ese bienestar. 

Este blog es un noticiero opositor de mi propia vida, simplemente muestra mis fases grises, casi negras, y quizás cada tanto algún que otro color. Pero acá estoy, bien, o sin preguntarme demasiado, haciendo lo que debo, lo que quiero, lo que elegí.

Pronto capaz vuelva con más lágrimas transformadas en palabras. U, ojalá, haya aprendido a escribir sonrisas.

28.2.12

Caricias tatuadas

Nunca me acariciaron tanto. Los besos fueron caricias, las miradas, las palabras, y más besos y más miradas. Como si cada célula de mi cuerpo quisiera levantarse e irse con esas manos que con seguridad me hacen sentir contenida, entendida. Sí, bien sé que no me entienden, yo tampoco me entiendo, pero por un instante nos estamos entendiendo, no en lenguaje de palabras, si no con las manos, la boca, los ojos.

Esas huellas me quedan en la piel como un tatuaje, sin tinta, sin dolor, pero no se van. Esta vez no hacen falta agujas para que nunca más se me vaya algo del cuerpo. Queda. Cada vez que lo pienso, que lo vuelvo a sentir, que nos miramos y nos tocamos con los ojos.

Este texto no es más que un vano intento de traducir ese lenguaje. Nunca voy a poder. En realidad sólo son caricias. Las caricias más lindas del mundo.

15.2.12

Periodismo multicolor

Ya estoy podrida de escuchar pegarle a los medios, de tildarlos de amarillos, o acusar de manera generalizada que sólo se manejan por sus intereses y conveniencia. Ya ni siquiera lo oigo de algún medio o periodista particular, si no que dicen “los medios…” o “el periodismo..”. 

La ley del mercado, como asegura Smith, consiste en un equilibrio entre la oferta y la demanda. Sin una, la otra desaparece o se modifica. La sociedad, tanto con su conducta como con su consumo, pide a gritos aquello que luego se da vuelta y critica. Es cierto que hay cosas para señalar. Muchas. Pero yo hoy voy a decir que confío en un periodismo ni amarillo ni oscuro, si no un periodismo multicolor.

No todo es blanco, negro o amarillo. Hay blancos, hay negros, y hay muchos amarillos. Pero hay mil colores más. De todos los tonos. Y también hay muchos colores por surgir. 

Yo creo que si todos ponemos un poco de confianza, si dejamos de generalizar, si aprendemos a distinguir y si no nos quedamos con lo primero que nos venden y vamos más allá, capaz algún día el que dice “yo no miro televisión” no quede como un ser interesante y culto. A eso apunta el periodismo multicolor: a que el periodismo sea cultura.

10.2.12

La tapa de la muerte

Está trillado ya a esta altura decir que se olvidó cualquier tipo de respeto y consideración, por el hecho de que las marcas y empresas estén enceguecidas con vender, perdiendo de vista los principios que esperamos que todo el mundo tenga incorporados. Sin embargo, más allá de apuntar a Crónica con el dedo y acusar falta de respeto, entre otras cosas mucho peores, podemos entender fácilmente entre las primeras líneas de este artículo que las firmas están dispuestas a todo con tal de vender. ¿Y quién compra? ¿Quién genera que todo eso tan bizarro y fuera de los límites tenga tanto éxito? La sociedad, nosotros, todos.

No pasa simplemente por el hecho de comprar Crónica hoy. No creo que toda esa gente que leí y escuché quejándose de la terrible tapa de dicho diario, haya ido a comprarlo ni mucho menos. Tiene que ver con una conducta morbosa estandarizada, que le da el mensaje, en este caso a Crónica, de que algo así va a tener éxito. Y no se equivoca, porque el diario se está agotando.

Está claro que la mayoría repudia la terrible foto que se publicó de Jazmín de Grazia en la tapa del diario, sin embargo pocos son los que se quejan cuando Crónica se encarga de hacer cosas similares pero con personas no reconocidas en el medio. Cuando es así, la gente ríe, lo festeja, comenta. Otro claro ejemplo de lo morbosos que podemos llegar a ser, aparece en Policías en Acción. En muchas oportunidades se muestran cosas que son terribles y dolorosas, pero desde algún punto son mostradas con gracia, y así lo recibe el público. Es como un rebote. El medio dispara algo, el público lo recibe bien, vuelve al medio esa sensación y se siguen emitiendo cosas así. 

Esta vez decimos que "se pasó la línea" porque estamos hablando de alguien que no está más entre nosotros y era muy querido y conocido, sin embargo la línea está pasada desde hace mucho, y la culpa es de todos. Señalar a Crónica es fácil, pero señalar a otro gran responsable no lo es. Quizás porque nadie tiene cuarenta millones de dedos.

31.1.12

Solo en sueños ... ¿? (II)

Dormir. Dormir para escapar sin tener que mover. Dormir para desaparecer, para evaporarse en sueños. Dormir para sumergirse en una realidad que poco tiene de ésta, pero que envuelve y engaña como si lo fuera, y permite que el nudo en la garganta se desate y, al menos por esa instancia de somnolencia, las zapatillas de las sonrisas empiecen a caminar.

Un ruido, un movimiento bruto, o simplemente nada. Buen día. Hola. Sos el mismo que cerró los ojos hace un par de horas. Por un rato no lo fuiste, o lo eras de otra forma, sin todo eso que te pesaba en la mochila. Las zapatillas te quedaban tan cómodas que casi hubieras jurado que corrías descalzo. No te acordás bien, igual. Pero ahora sos de vuelta vos, sí, vos, el mismo con botas pesadas y atadas entre sí. Te escapaste pero tuviste que volver, como un boomerang, condenado a regresar siempre al punto de partida. 

Sí, es momento de dejar de buscar otro lugar y empezar a reconstruir el que está bajo tus pies.