porque no está mal que terminen las historias mientras haya historias que contar

28.1.11

Cementerio de palabras cruzadas

Me encuentro con un espacio en blanco que me pide, con una ausencia de palabras que me está diciendo mucho. Me pide en silencio, pero a gritos. O capaz que me lo pido yo, desesperadamente. Con una necesidad inmensurable de plasmar lo que ronda en mi cabeza que necesita ser palabras para ser. Con intuición de que si lo plasmo me decepcione, me de cuenta de que es poco, de que es lo de siempre. Con miedo a percatarme de que lo superado no lo estaba tan, con miedo a conocerme y a saberme otra vez. Saber cosas que ya sé y conocer a quien ya conozco demasiado. A mí, esa chica llena de palabras, pero que cuando necesita vomitarlas para saber su hoy teme, se esconde. Se calla. Como el espacio en blanco que ya no está tan en blanco. Pero ahora simplemente susurra.

A veces es mejor el blanco, es mejor el silencio. El vacío da lugar a imaginar, a leer lo que uno tenga ganas de leer. Las palabras generan para el que lee una aclaración, una indicación, un hecho, algo que naturalmente es así. Aunque para el que escribe, escribir es volar, es ser, es imaginar y liberarse. Así que acá vuelo, acá soy, acá imagino y me libero.

Cuando soy lectora de mis propios escritos es cuando me siento presa de mí y busco desesperadamente la llave. Sin percatarme que salir de lo que escribo es salir de mí. Porque todos estos blablabla soy yo.

16.1.11

No supiste decirle que no

Es sólo cuestión de números: las vivencias duran un tiempo limitado, y si son positivas, generalmente poco. Los recuerdos, en cambio, quedan. Probablemente se vayan esfumando, se vayan debilitando, vayan perdiendo detalles y se modifiquen según el inconsciente del portador de esas memorias. Sin embargo son fuertes e imbatibles. Por más que se quiera extirpar un momento de la consciencia, nada puede hacerse. Es sólo cuestión de tiempo.

Tiempo. Ese mismo que se hace corto cuando vivís tus tres semanas más felices del año y se expande las noches largas de insomnio. Ese que se encarga de que tu felicidad se te escurra de la mano, ese que participa en la apresurada manera en la que vivís las mejores cosas. Cual hombre con sed que por tomar mucho y rápido vuelca todo el agua, en vez de caminar la cuerda floja la corrés porque es fantástico. Entonces de repente no te caíste, y llegaste al otro lado. ¡Llegaste! Llegaste. No querías llegar en realidad. Te gustaba la cuerda, la adrenalina, la posibilidad de caer. Te gustaba la inestabilidad, te gustaba mirar para abajo y no llegar a divisar el piso, y después levantar la vista y sentirte muy cerca del sol.

Ahora sólo cada tanto recordás tu paso. De vez en cuando revivís en tu cabeza ese caminar, esa emoción, esa inexplicable sensación. Pero jamás como la vivencia en sí... Nunca. Sin embargo, un día te diste cuenta que era tiempo de conformarse. Ahora sólo te dedicás a aprender a ser feliz a través de las memorias. Volviendo al pasado, reviviendo de la mejor forma lo sucedido. Transformándolo en medida que sea posible para tu bienestar, sin olvidarte de vivir cosas nuevas para algún día poder recordarlas. Pocas son las veces que alguien se percató de lo bueno que estaba viviendo en el momento justo. La mayoría de las personas estúpidamente esperan a que pase para tratar de disfrutarlo así.

Pero tampoco es posible. Es un circulo vicioso. Una estúpida guerra entre recuerdos y realidad, memorias y hechos. A decir verdad, es una simple línea. Muy finita y generalmente difícil de encontrar, pero vigente por y para siempre.