porque no está mal que terminen las historias mientras haya historias que contar

16.8.12

El eterno buscador

A los atletas les gusta correr. Por eso es que juegan carreras. Entonces cuando alguien dice “listos, preparados, ya” empiezan a avanzar, a moverse, a mover las piernas con todas sus fuerzas, con mucha energía, con cierto disfrute, pero a la vez, con ambición de llegar. Y en un momento llegan. Se alegran, y, aunque quizás un poco cansados, gozan de la victoria. Por un rato, por unos minutos, quizás unas horas, o si era un campeonato muy importante, probablemente algunos días. Pero enseguida van a buscar una nueva carrera para emprender, por ahí más larga, o sobre otro tipo de suelo, o con rivales más veloces.

Yo busco como un atleta. Corro por la pista enceguecida por mi objetivo, por eso que tanto deseo, por lo que brilla allá a lo lejos y a veces parece alejarse a cada paso que doy. A veces llego. Y cuando llego, ya no lo quiero. Otro camino se abre ante mis ojos, otra carrera, otro suelo. Entonces de vuelta, me muevo, avanzo, voy a toda velocidad para llegar a lo que me está tentando a lo lejos. Sin embargo cuando llego, parece no ser eso lo que me iba a llenar de felicidad.

Entre corrida y corrida entendí que lo que a mí me gusta es correr. No, no como Usain Bolt. A mí me gusta perseguir proyectos, sueños, ideas, deseos. Pero no llegar. Al final, en mi esquema de carrera, Usain Bolt pierde. En la mía gana el caracol que, encima, en el medio, por torpe, se desvió.

12.8.12

Militancia infinito punto cero

Siempre tomé con pinzas el concepto de militancia. Consideraba que de por medio podían haber intereses económicos, de comodidad, e incluso de superioridad dentro del propio partido o intento de.

Un día, hoy, por ejemplo, me di cuenta que yo también milito. No en un partido, tampoco en un “algo” sin nombre con fines políticos. Es simplemente mi propio actuar que trata de cambiar una realidad que no le cabe para nada. Hablo en criollo, hablo en mi idioma, en lo que se escucha en la calle, en lo que se lee en twitter, en facebook, en un diario íntimo de algún gil que escribe con faltas de ortografía o en un mensajito de texto.

Siempre, políticamente refiriéndose, se habla de cambiar las cosas de raíz. Toda mi vida dije “sí, mal”, con muchas emes, porque me gusta decir “mal” enfatizando en su primer letra. Creo que nunca lo entendí demasiado hasta recién, hasta hace un rato, que dentro de una lucha exteriormente estúpida me di cuenta que simplemente quería modificar la primer carta de la torre de cartas esa re difícil que algunas personas hacen y siempre un gracioso idiota la sopla y se cae.

Sí, la primer carta. La primer carta no es la pobreza, no es el dólar, no es el subte, no es el pozo ese que agarrás con tu auto cada mañana y te hace putear a la mamá del pozo, a tu propia mamá, a Macri o a Dios que, encima, pobre, ni siquiera sabe si existe. La primera carta es una sonrisa, un “perdón”, un “gracias”, un “por favor”, un ‘mejor lo dejo pasar porque se nota que está apurado’, un ‘ya fue, a mí me da igual’.

No sé si se entiende. No me importa. Mentira, sí, sí me importa, porque este es un intento más de lo que trato con mi militancia. ¡Sí! De repente yo también milito, desde otro lado, algo apolítico quizás, algo iluso, algo excesivamente sentimental, pero sí, soy sensible, siempre lo digo. No milito con banderas, ni con cantos creativamente pensados, ni con un atractivo nombre de agrupación, ni con la simpatía de algún político que pone el nombre en representación de mi pensar.

Milito con mi sentir, con mi fe de que la primera carta es lo que simplemente se llama buena predisposición. Digo “simplemente” porque es una estupidez, porque no es lógico luchar por algo que en realidad es tan natural del ser pero que está corrompido por no sé qué y un beso a Russeau y a Hobbes.

Digo “simplemente”, también, para enfatizar lo estúpido que es buscar algo como eso cuando en realidad si todos lo entendieran, existiría un bienestar general utópico, pero posible, o acercable, disfrutable, lógico, ideal.

Si, sencillamente, entendieran que con dar algo bueno, uno recibe algo bueno. No, no es esa estupidez de “lo que va, vuelve”; quizás sí, quizás también, pero el simple hecho de generar algo bueno en otro, genera algo bueno en uno. Yo cuando me subo al colectivo, cuando me compro un pancho, cuando pregunto dónde queda una calle o cuando llamo a la pizzería para que me traigan una grande de muzarella; me siento feliz al decir los famosos tres dichos de la cordialidad, al sonreir (aunque el otro no lo vea), al tirar un chiste poco gracioso pero simpático o al básicamente jajajajear una gracia pésima pero de tan mala algo simpática que esbozó con quien hablo.

Solo quería expresar eso. Hacer las cosas las hace cualquiera, pero hacerlas bien, o al menos con esa intención, pocos; lamentablemente pocos; y si la gente lo hiciera un poco más, las cosas serían distintas. TODO, todo lo malo desde que Adán o su hijo o Eva (nunca entendí bien la historia) mordió la manzana, nace de eso.

Chau.

5.8.12

Una más de las melodías del mundo, allá va

Mientras algunos siguen tratando de ganarle a la muerte, lograr viajar en el tiempo y sentirse más jóvenes, entre otras cosas; otros entendieron que todas esas búsquedas son utopías y hay una manera (una sola) de lograr eso, y mucho más, y todo lo que quieras. La música.

Así como te trae de vuelta a quien se fue, como te lleva a otros tiempos, como te pone del mejor humor con “simplemente un par de acordes”, también hay una relación directa con el amor. Sí, qué paja hablar de amor, qué cursi, qué palabra de mierda, pero todos caímos, estamos cayendo o vamos a caer. O a subir. Bueno, eso depende de lo que crean que es ese tan desfigurado, toqueteado y malgastado concepto.

Las canciones que ayer te hacían soñar con algún día poder sentirlo y hoy te mueven el piso como nada haciendote pensar en esa persona y sintiendo que quien la escribió realmente habla de vos; quizás mañana te hagan llorar porque vas a estar solo y nunca más vas a volver a estar tan pleno como estabas antes y desearías volver a estar; y por ahí pasado mañana te hagan sentir vacío, simplemente vacío, y no triste, porque ya no sentís más nada, porque esa persona desapareció, porque ya no te tiembla ni el piso, ni las paredes, ni el corazón.

Es lo que dije siempre, la música es un arma de doble filo. Ayer te dio esperanza, hoy te hace feliz, mañana te angustia, pasado te recuerda lo que ya no te pasa más. Lo que sí: siempre hace. Pensar, sentir, sentir, sentir, sentir, sentir, pensar, sentir, sentir, sentir, sentir. Eso es la música. Por eso admiro a quienes la hacen, la tocan, la cantan y la escriben. Creo que no debe haber cosa más linda que poder generar lo más puro y sensible que hay en el mundo.

Y no sé cómo explicarte, porque sentirlo es mejor.