Las flores bailan, las plantas se mueven al rítmo del viento. El viento que está, que se hace notar, que es el factor más determinante en que formulemos la idea de que ésto no es el cien porciento si no el setenta y cinco, pero un setenta y cinco que ya, con el tiempo, se convierte en una integridad, en un cien. Que genera que días previos uno esté contando cuánto falta para ese día lindo por donde se lo mire.
Un día para distenderse. Para relajarse y ponerse las pilas; para taparse los oídos y escuchar el ruido que generan los pies sobre el pasto, y también para acumular gritos, murmullos, risas, canciones, guitarreadas y bandas locas en algún parque de por ahí. Un día, también, para olvidarse de todo y no pensar en nada, y a la vez para tomar conciencia de lo llenos que nos estamos sintiendo, para recargarnos de eso, para llenarnos con eso, para nutrirnos.
Soy una plantita que el invierno y el otoño debilitan, y que la primavera genera que renazca. Soy una plantita más, sí, de esas que viven en la mejor estación, que aguantan en el verano, y que después vuelven a caer. Igual, no soy silvestre. Necesito que me rieguen. Así que risas, amigos, familia, canciones, querida vida: pido que me rieguen. De a ratitos, varias veces por día, mucho cada tanto, pero no se olviden.
Por lo pronto, ahora, tengo ganas de salir a dar una vuelta y sentir todo eso primaveral de lo que alguna vez hablé. Tengo ganas de sentirme como esa primavera del 2008. De mentirme y engañarme con lo que veo, huelo, siento. De exagerarlo al mil, de alucinar calor, olor a jazmines; de imaginar algo que recién está empezando y me alegra pensar que falta muy poquito para que ya no haga falta imaginar y eso que tanto anhelo y tanto me completa se transforme en una total realidad.