Hace bastante que tengo ganas de escribirte, y ni con la certeza de nunca enviarte esto logré que las palabras me salieran como quería. ¡Es que es tan lindo lo que me brota con vos! Y cualquier intento de ponerlo en letras me parece muy pobre.
Un segundo de tu mano en mi cintura me da horas y horas de soñarte despierta. Suena freak pero solamente es muy Cris Morena (lo cual también es criticable, lo sé). Cierro los ojos, o miro la calle de noche desde el colectivo con auriculares puestos, o me siento en un balcón (experiencia que me genera más cosas que a la gente que vive en edificios porque no tengo balcón en mi cotidianeidad) y te pienso. Armo como un rompecabezas con situaciones reales y otras hipotéticas. Mi escena preferida es esa en la que lloro con una angustia totalmente justificada e inmensa y me consolás con un beso húmedo que rebalsa ternura. Nunca me sale imaginar lo que pasa a partir de ahí, supongo que porque si me baso en Cris Morena empezaríamos una relación y ya pienso en rutina y mariposas en la panza muertas y no más piel de gallina ni escalofríos. -Ojalá esté equivocada-
Y entonces resulta que el destino nos vuelve a cruzar y tengo que saludarte como si en mi cabeza no te hubiera chapado con un amor indescriptible; como si no supiera que esa mano en la cintura (sí, de vuelta, porque hacés todo bien) es la nafta para otro montón de recuerdos que no pasaron; como si no deseara un balcón o un colectivo de noche o un rato con los ojos cerrados solamente porque son los únicos lugares y tiempos en los que te tengo tanto aún no teniéndote nada.