porque no está mal que terminen las historias mientras haya historias que contar

20.9.13

Sentimientos desencontrados

Esta esquina me gusta; este clima, más. La noche está hermosa, amo la canción que suena en mis oídos y este banco es muy cómodo. La calle trata de abrazarme, el viento, de acariciarme. La noche me llama a respirar inflando los pulmones hasta que no quede espacio. No veo la luna, pero seguro que también me mira con ganas de hacerme sentir plena. La canción quiere acariciarme el corazón y el banco promete hacerme sentir cómoda.

Pero nada funciona, porque adentro mío es un día lluvioso, frío, estoy una de esas calles angostas del centro a las que odio, volviendo de no haber podido hacer un trámite porque me olvidé un papel, se me quedó sin batería el iPod y no sé dónde tomarme el colectivo. Algo así. Estoy a destiempo. Lo que me rodea es hermoso y no puedo absorber nada. No sé cómo llenarme de eso. Algo miente, o lo que siento por fuera o lo que siento por dentro.

Prefiero un contexto de mierda antes que estar rodeada de algo hermoso de lo que no puedo nutrirme. Igual, de repente, cuando escribo "pero yo no puedo", justo al poner el punto final, aparece una persona y me roba una sonrisa. Un par. Así, de taquito, sin proponérselo, me pone en sintonía con esta noche de ensueño.


Ya refrescó.

10.9.13

¿Para lelas?

Son las 10 y 10 de la noche y la mesa ya está puesta. Mientras revuelvo la olla de fideos (no sé qué estará haciendo la mucama, pero no quiero que se pasen), Tomy llora y yo trato de calmarlo. Se distrae con un autito de juguete y yo aprovecho y le mando un mensaje a Fabián, el tercero en la última media hora. La reunión debe haberse puesto tensa y complicada como generalmente y por eso demora. Espero que éste me lo responda, al menos para saber si esperarlo, o darle de comer al nene y esperarlo yo, o comer con el nene y que coma después solo. “Y? Ya venís?”. “Enviar”.

Tomy grita y revolea al autito contra un mueble. “Vení, vamos a jugar a la compu”, le digo. Abro la notebook, hace mucho no la uso, Fabi se la lleva siempre a trabajar. Me pide una contraseña, pruebo su fecha de nacimiento, la mía, el día de nuestro casamiento, el cumple de Tomy, el nombre del perro, nuestra dirección, nuestro teléfono, su documento; no es ninguna. El nene se pone como loco, grita “¡compu!” desaforadamente y yo ya no sé cómo calmarlo.

Son las 11 y media, Tomy se quedó dormido en el sillón. Me alegra porque ya no molesta, pero como Fabián no me respondió, no resolví lo de la cena y por ende no comió. Los fideos se pasaron. Me llega un mensaje: “estoy en camino”. No tengo idea de dónde fue la reunión pero supongo que no demorará mucho. Me siento al lado del nene y relajo la cabeza, la mente, el alma… y me quedo dormida.

Suena el timbre, me despierto sobresaltada. Tomy ni se inmuta. Miro el reloj: la una de la mañana. Pregunto por el portero eléctrico quién es y me responde Fabián. Mando a Clarisa a que abra, a ver si esta mucama hace algo bien alguna vez en su vida. Cuando entra, mi marido me besa rápido y sigue de largo, tiene cara de cansado y un olor rico que no puedo descifrar.
- Qué tarde, amor.
- Sí, se retrasó todo, me perdí para volver, un quilombo tremendo. – me responde mientras sube la escalera.
- ¿Dónde vas? ¡Cenemos que es la una de la mañana!
- Ya cené. Me pego una ducha y me voy a dormir.

Yo no tengo hambre y no vale la pena que lo despierte al nene. Guardo los fideos en un tupper, llevo a Tomy a su cama, me pongo el pijama y me acuesto en la mía. Fabián se está bañando. Le suena el celular, como no puede atender él, lo hago yo.
- ¿Hola?
- ¿Quién habla? ¿Fabián? – me responde una mujer.
- Soy Claudia. ¿Quién habla ahí?
- ¿Claudia? ¿Qué Claudia?
- ¿Quién habla? – vuelvo a inquirir.
Justo Fabi sale de bañarse, se acerca rápido, me saca el teléfono y corta.
- Están llamando equivocado desde hace varios días. Ya me rompe los huevos. 
- No te preocupes, amor. ¿Compraste los pasajes a Miami?
- Sí. También ya tenemos los internos de Estados Unidos, y los que después nos van a llevar hasta Europa. Ah, creo que te voy a dar mi auto porque me quiero comprar otro, me cansé ya. El tuyo se lo podemos dar a tus viejos o a tu hermana.
- Ah, bueno, dale. Hasta mañana. – le digo, y lo beso.

Me giro, quedo acostada de espaldas a él, mirando a la mesa de luz. Agarro mi celular, tengo un mensaje de Oscar, me alegro mucho. Lo abro y leo: “te amo, mi amor, espero que nos veamos mañana”. Le respondo que sí, que Fabián se va a Tailandia por un viaje de trabajo y que a Tomy lo voy a dejar en lo de mis viejos. Me duermo feliz.

7.9.13

La noche lado B

Salí del boliche. Ya no me gusta esa gente. En realidad el problema no son las personas, sino lo que están buscando ahí, que es tan distinto a lo que yo aspiro que ni siquiera puedo conversar más de dos minutos. Nunca me gustó generalizar, pero a veces el entorno parece obligar a uno a hacerlo.

Llovía mucho. No parecía la misma Scalabrini Ortiz que me había hecho sentir como en primavera hacía un par de horas. Ahora me faltaba abrigo, y alguien que me quisiera abrigar. Pero de esa segunda cosa todavía no me había dado cuenta. Me puse los auriculares, el sweater y empecé a caminar. Me sentía demasiado sola como para permitir que el ruido de las millones de gotas sobre el piso me confirmaran que no tenía a nadie más que a mi iPod.

Di un par de pasos, la lluvia era tal que se me complicaba ver. La calle no estaba desierta, varias veces por cuadra me crucé a grupos de personas; pero nadie estaba solo y todos sabían a dónde ir, y lo más incómodo no era que yo no estuviera con nadie ni que no se me ocurría un lugar para dirigir mi recorrido, sino que a mí se me notaba demasiado.

A algunos se les veía en la cara que se habían dado por vencidos de encontrar alguien del sexo opuesto que le satisfaciera la revolución de viernes a las 5 de la mañana en sus hormonas; pero a la mayoría de ellos se les escapaba una sornisa por la hamburguesa que comerían en cuestión de minutos. Yo ni eso. Mi billetera tenía un aislado y triste billete de diez pesos y alguna que otra consumición de boliche vencida.

En la Shell de Scalabrini y Gorriti un pibe me invitó a un café. "Antes de tomar café, me mato", le respondí, y caminé unos pasos fingiendo que sí sabía dónde iba, pero no hice más que cruzar y sentarme en un umbral a que pare de llover para poder ir a la parada del colectivo. La tormenta se tornaba incaminable.

Pasó un rato, vi chicas en minifaldas, lindas, flacas; otras no tanto, y dudé de si me hubiera gustado ser ellas o estaba contenta con mis zapatillas y la mochila en la espalda. Me sentí orgullosa de mí, tal vez por autoconvencimiento; quizás porque estaba demasiado sobria como para querer ser parte de eso; o en una de esas porque realmente no quiero integrar esa movida superficial. Pero ahí estaba, yo, el umbral, la lluvia, mi cigarrillo, esas personas, la noche, mis auriculares, los hombres resignados, los patovicas aburridos. 

Transcurrieron minutos que yo conté en canciones. Fueron 6. Entendí que nada justificaba que estuviera ahí y paré un taxi. Me subí y me puse los auriculares, aún comprendiendo que probablemente estuviera siendo descortés y desubicada. Pensaba lo que se me cruza cuando voy de muy mal humor por la calle por alguna zona peligrosa y temo que me roben: "hoy no, campeón".

Afuera no paraba de llover. Dio un par de vueltas en las que dudé que me estuviera paseando pero me di cuenta que agarró Angel Gallardo. Sentí culpa por ser desconfiada y elegí un tema que me hace acordar a él. No me estaba acordando de él, pero creo que en el fondo tenía ganas de eso. Quería justificar la angustia que sentía con algún motivo no tan triste como mi soledad.

El reflejo de la lluvia en mi cara eran lágrimas. Y no me di cuenta si era un reflejo o era llanto de verdad, pero sí, era llanto, la lluvia era la excusa, la música un buen motivo, la noche el mejor contexto y la cruda superficialidad de las personas, el triste factor desencadenante.

Cerré los ojos y cuando los abrí ya estábamos en Flores. "Acá a la izquierda", le dije. Le pedí que me espere así podía buscar plata en mi casa porque encima no tenía, y no paró el reloj hasta que salí con la billetera. 

Hay noches que sólo sirven para recordarnos que querer alejarnos de todo, nos acerca un poco más.

4.9.13

Me desilusionó estar desilusionada

En la falta de sentir que consideré compañera los primeros 17 años de mi vida, deseé con todas mis fuerzas que algo me hiriera a tal punto de querer estar encerrada días y días escuchando la música más triste y escribiendo sinsentidos en los que volcara mi eterno sufrimiento. No tenía freno alguno para decirlo: quiero sufrir, quiero que me lastimen, quiero poder odiar al amor en vez de simplemente, desconocerlo.

Nada de lo que esperaba llegó. 

Entendí que el dolor a veces pasa más por la intriga de no saber qué hacer, que por lo sucedido en sí. Que nunca el sufrimiento es simplemente "te odio" y un par de canciones tristes. Que la angustia tiene que ver con la lucha entre el necesitar a alguien y aborrecer su actuar. Que sufrir no es únicamente una tarde de lluvia mirando una película triste, si no que es la lucha eterna entre el quiero y el debo. La pelea entre el amor hacia uno mismo y el amor innegable hacia otro.

Eso es sufrir por amor. Es no saber si dejarse vencer en algún modo, para en otro sernos fiel a nosotros mismos y brindar de vuelta por el amor; o traicionarnos en nuestro sentido más sincero para sentirnos fuertes en el otro, y decir adiós a aquello que nos mintió pero, también, nos enamoró.

Es que sí. Eso que tanto esperaba no tenía por qué ser tan simple.

2.9.13

Sueño negro

Tuve un sueño horrible. Había un golpe de Estado y los militares me perseguían. Vi a mi viejo llorando, con las manos en la cabeza, resignado. Mi papá, el fuerte, el que siempre encuentra una salida a todo. Nos vi encerrados, con un militar riéndose de nosotros a carcajadas de poder y con ojos que brillaban de dominación. Mi mamá, mis tíos, mi hermana, todos esperábamos en ronda a que el milico hiciera lo que quisiera. Que matara a uno, a dos, a varios, a ninguno. Nadie lo había mandado. A ese, no. Se estaba divirtiendo con nosotros, como un pibe que juega al Counter Strike.

Yo me escapaba. Sola, no me acuerdo cómo, con la culpa de haber dejado a mi familia atrás pero con la seguridad de que nada podía hacer por ellos. Huía por la noche, y de día me esforzaba por poner cara de normal cuando me cruzaba a algún uniformado verde (aún sin saber qué es "cara de normal"). No sabía en quién confiar, podían fusilarme en cualquier momento en cuestión de un movimiento de dedo y lo sabía, lo sentía, lo respiraba a cada paso que daba. Tuve miedo como nunca, ese miedo que excede a la palabra "miedo", ese miedo que jamás sentí, ese miedo que hasta decirle "terror" le queda chico.

Tuve un sueño horrible. Y lo más horrible no es el sueño, sino la realidad que supo ser para muchos alguna vez.