Corridas. Personas apuradas. Colectivos llenos, calles sumamente transitadas. Algo se repite en esa escenografía. Algo se repite en las personas. Algo une. Colores. Blanco y celeste. Celeste y blanco. Mujeres, hombres y niños. Algunos, no llevan nada ni blanco ni celeste. Simplemente se les ve en la cara. Otros muestran bufandas, sombreros, o camisetas por debajo de los millones de abrigos que el momento del año en el que este suceso se da, implica. Como dije, todos están apurados. La calle se torna insoportable. En el colectivo no se puede respirar.
Pero, a determinada hora, las calles se vacían. Las hojas secas y los árboles muertos parecen ser los protagonistas de esta nueva historia. Pero simplemente hay que acercarse a una ventana, espiar un poco. La primera sensación va a ser un calor inmenso. La estufa, el hogar, o lo que sea que emane calor. Pero un rato después se ve un conjunto de personas con las características previamente explicadas alrededor de una pantalla. Y sus caras, transparencia. Se percibe sentimiento, se percibe emoción. Se percibe calor. Ellos son la fuente de calor.
La intriga lleva a ver qué hay en esa pantalla. Qué genera tanto sentimiento, qué es lo que logra tanta unión en una sociedad en la que parece que se vive a base de odio, desigualdades, discusiones. Fútbol. ¿Sólo fútbol...?
Es cariño por la camiseta, por los colores, por el país. Amor por ver esa tribuna llena de personas que se rompieron para poder estar ahí; sensación de querer dejar el cuerpo por cada bandera; ganas de gritar hasta que no te quede ni un hilo de voz en cada gol y en cada error del árbitro; que termine el partido, salir a la calle y compartir un mismo sentimiento con los de River y los de Boca, con empresarios y vendedores de pulseritas, con chiquitos, adolescentes, adultos y super-viejos, con anarquistas, socialistas, marxistas, liberalistas y conservadores, con matemáticos y escritores...
Visto desde afuera, visto sacándose la camiseta, visto desde Marte parece una locura. Parece algo superficial, parece una idiotez, parece que estamos todos aburridos y que encontramos una excusa perfecta para olvidarnos de toda la mierda. Sin embargo desde acá, abajo de este sombrero de Argentina que llevo con orgullo sobre mi cabeza y que me despeina de emoción, excede cualquier cosa. Y pocos pueden entenderlo. O no tan pocos. Cuarenta y un millones de personas dijo la FIFA...
Muchas cosas pueden pasar. Argentina puede seguir ganando y todos llorar de emoción, o, toco madera, podemos perder en la próxima ronda. Pero mi visión optimista de hoy me dice que estas emociones, eso de salir a la calle con mi sombrero ya nombrado, que los autos toquen bocina y compartir una estrofa; esto de gritar un gol con amigos y compartir un abrazo; esto de putear un árbitro al unísono con un vecino; esto de emocionarme cada vez que escucho a los hinchas corear en el himno antes de cada partido; todo esto... no NOS lo van a sacar.
Vamos Argentina CARAJO