porque no está mal que terminen las historias mientras haya historias que contar

13.11.17

Rompeme el corazón de una, cagón

Yo ya grité a los cuatro vientos que te amo. Y que te odio, unas cuantas otras veces también. Me enojé mil veces y lo titulé como "estamos peleados" de onda nada más, porque la única peleada siempre fui yo. Te dejé de hablar para siempre como en quince siempres, y prometí no buscarte nunca más montones de nuncas. Palabra no tuve, pero sí unos ovarios de la concha de la lora. Mucha decisión y por sobre todas las cosas, eternas ganas de estar bien. Y siempre fidelidad a lo que me pasara, aunque cambiara de un día para el otro o no fuera lo más correcto a los ojos del resto. O tuyos. Ah, eso, al final ya me chupaban un huevo tus ojos. Salvo cuando me mirabas así, medio achinadito porque te diviertía, porque justo no me habías hecho enojar y te hacía reir. Es nuestra mejor versión, sabés, ¿no? 

Bueno, ¿y vos? Pendejo tibio. Me lastimaste de a poquito, y no porque creíste que me cuidabas, sino porque sos un cagón. Me rompiste el corazón de a partes. Te cuidaste las dudas y me destruíste de igual manera que si lo hubieras hecho de una, con la única diferencia de que me hiciste perder un montón de tiempo. Y el corazón se rearma, algún día, de alguna forma, o al menos eso dicen. Pero los días de quererte al pedo no vuelven nunca más.

Y lo peor es que te voy a querer siempre. Y este siempre creo que es de verdad.

28.8.17

Bien-entendido

Te pedí que me esperaras; nunca sé bien por dónde agarrar para allá. Tardé un rato, pensé que te ibas a ir (como siempre), y cuando salí, ahí estabas. Te vi y me sorprendió tanto que lo entendí al instante. "Che, mirá que yo voy con mi auto", te dije. "¿Me estás jodiendo? Me dijiste que te espere". "Sí, para seguirte", te respondí, y ahí recalculé; me mató de amor que me estuvieras esperando a mí para llevarme. No me importó nada y mientras arrancabas para irte, te grité "esperame que dejo las cosas y voy con vos". Hice malabares en mi auto pensando bien rápido lo que necesitaba llevar, lo que podía dejar; se me cayeron las cosas, las levanté; mientras tanto reflexioné sobre cómo carajo iba a volver después ahí para manejar más tarde hasta mi casa. Un quilombo todo, pero valía la pena por el gesto tuyo y por ese rato más con vos. 

Arrastrando mis cosas, a punto de perder la mitad, me acerqué hasta la puerta y no te vi. "Me estás jodiendo", dije a la nada, ahora yo. Se me cruzó la idea de que no me habías escuchado que finalmente iría con vos y me quise morir. Porque tendría que volver al auto a guardar todo de vuelta, pero también cabizbaja y con la seguridad de que jamás nos íbamos a encontrar. En ningún sentido. Encima ya me había puesto los zapatos altos, esos con los que no puedo manejar. Lloré con la garganta pero sin lágrimas, porque con vos ya me las había gastado todas. Subí a mi auto después de cargar todo lo que había bajado al pedo y arranqué. Cuando salí, un poquito más allá de la esquina vi tu auto con balizas. "Me estás jodiendo", dije nuevamente. Ahí ya no lloré sino que me reí y puteé. Arrancaste y te seguí. Como siempre, te seguí. 

"Nunca nos vamos a entender, ¿no?", pensaba, mientras te mandaba un audio explicándote el malentendido número 1000. "Pensé que no me habías escuchado y te habías ido. Ya fue, vamos con los dos autos, te sigo", te dije. En realidad pensaba todo eso metafóricamente, pero no quería avasallarte una vez más con mis comparaciones pelotudas. Por eso las apalabro acá. Para no romperte las pelotas.

Me parecía ya demasiado una expresión literal de nuestro vínculo, hasta que la realidad me dio todavía más herramientas. Por momentos, mientras iba detrás de tu andar (en realidad, al pedo, porque podía poner Google Maps, pero cualquier cosa que me acercara un poco más a vos me parecía más tentadora que todas esas otras opciones que no te incluían) dejaba de verte, pero al rato te encontraba. Después creíste que me había perdido entonces fuiste más rápido pero ahí iba yo, atrás tuyo, sin que lo supieras; pero te mandé un audio avisándote que no te preocuparas, que te seguía. Claro, como aquella instancia en la que en vez de disfrutar el hecho de tu incertidumbre acerca de qué carajo me pasaba a mí, me encargué de gritarte en mil idiomas que te quería. En mil idiomas o mil whatsapps. Porque enamoradiza y transparente, pero más que todo: cagona. Obvio.

No sé si yo sola veo los paralelismos pero para mí era demasiado. Aunque hubo todavía un momento mejor y cúlmine, con el que voy a terminar este relato. Estaba con mi auto exactamente atrás tuyo en un semáforo. Arrancaste, arranqué; pero un auto se metió en el medio de nosotros. Me encantó que pudiera ser otra metáfora hermosa de un obstáculo entre vos y yo, hasta que vi la patente de ese intruso: EGO 653. Ego. El tuyo, claro. Si a tu lado, yo no tengo. 

Después no pasó nada, obvio, porque soy la reina de las historias llenas de palabras, plagadas de sentimientos, inundadas de mambos; pero sin un puto hecho. Un malentendido y nada más. Igual, ojalá no nos entendamos nunca porque me voy a quedar sin nada para escribir.

16.7.17

Llegaste y me fui

Un día llegaste. Te estaba esperando hacía mucho, ¿sabés? Primero te vi de lejos, me gustaste; después te vi venir y me enamoré. Al rato nos vi juntos y sonreí; y ni hablar cuando te quedaste. Porque eso: desde el principio te quedaste. Para siempre, yo lo sé. Para siempre, pero me fui.

Me fui porque soy una eterna buscadora, porque no sé quedarme quieta, porque me acostumbré a la inestabilidad de que no me quieran. ¿Cómo es amar sin el vértigo de que el otro esté todo el tiempo a punto de irse? ¿Cómo es amar sin estar permanentemente atento a que el otro no te esté clavando un puñal por la espalda? No creo en el amor sano. No sé querer en paz. ¿Qué tengo que hacer? ¿Cómo "nada"? "Solo tenés que estar", me dijiste una vez. No sé sólo estar. Siempre estuve trompeando o cagada a trompadas; jamás sólo "estuve". No sirvo para eso.

Me duele el alma saber que estoy dejando ir a lo más simple y puro que me pasó. Algo que nunca me hizo mal, e igual me estoy escapando como si me quemara. A vos te va a ir bien, vos te merecés lo mejor. Y a mí no me queda más que pensar en que no importa que me voy, sino lo que vos me dejás: un perfume que me va a hacer tuya cada vez que me lo ponga y la certeza de que me pueden querer bien. 

Ahora sólo me queda aprender a querer bien a mí. 

9.7.17

Amor de colegio en la facultad

Florencia cursaba en la facultad con Andrés. Estudiaban en segundo año de Publicidad y compartían casi todas las materias. Habían pegado buena onda por un trabajo práctico de Fotografía en el que se habían tenido que fumar a uno de esos que no sólo no hace nada sino que es tonto. Porque con el vago copado uno se encariña, aunque lo cague a puteadas, pero el vago imbécil es odioso en serio. Habían tenido que remar entre dos un trabajo heavy hasta para tres. Varias juntadas, un ser en común a quién detestar: suficiente para unir a dos personas. Además habían descubierto que tenían amigos en común y que no curtían mambos tan distintos. La facultad tiene eso: aparece alguien que parece que nada que ver y al final frecuentan casi los mismos boliches y tus amigos se conocen con sus amigos. Así fue como se hicieron amigos: elegían anotarse juntos a las materias, estudiaban en la casa de uno o de otro y almorzaban cuando les coincidían los horarios.

Es verdad que al principio, en esa primera clase en la que todos se fichan con todos, Flor lo había mirado a Andy. Era más o menos lindo, pero su fuerte era la “facha”, y definiremos facha como una suma hermosa entre forma de vestirse y actitud. Para cualquiera, era un potro. Pero Andy no estaba solo, tenía una novia llamada Carla que entraría al año siguiente y con quien Flor se llevaría muy bien. Además, con el tiempo, los trabajos, los escrúpulos perdidos, el verse todos los días y el conocerse las desprolijidades, Florencia dejó de mirarlo a Andrés como “un potro” y pasó a verlo como “un amigo que está bueno pero no lo toco ni con un palo”, sentimiento que se incrementó con la naciente amistad con Carla.

PERO, y qué lindo este “pero” porque sin él no habría historia, hubo un momento en el que empezaron a pasar cosas raras. Un buen día, y sin haberlo razonado antes ni una vez, Florencia se encontró diciéndole a sus mejores amigas Paz y Celeste: “está todo medio turbio con Andy”. Las amigas se miraron sin entender porque hasta incluso Cele se lo había chapado en una oportunidad presentada por la mismísima Flor, en un mes de soltería de Andrés. Fue entonces que Florencia empezó a contar:
- No sé. Es como que siento una tensión que antes no estaba. Me hace escenas de celos cuando le cuento de pibes, me hace mimos en clase, si está Car cerca no me dirige la palabra. No sé.
- Capaz son celos de amigo, boluda, vos tenés a cada gil siempre alrededor que hasta nosotras te los bardeamos siempre que podemos. Lo de los mimos: siempre fuimos así. A mí Luquitas me hace cosquillitas en el brazo cuando le pido y sé que no me daría ni en pedo. Y lo de Car seguro que estás flasheando porque sumaste todo lo otro y es pura casualidad.
- Pará, Pachu, porque me parece que la mejor parte es que a Flor le pasa algo…
- Callate, hija de puta, esa es la peor parte. Sí. Como que todo eso me está empezando a generar cosas. Me estoy dando cuenta mientras hablo con ustedes, eh, pero estoy todo el día pendiente de en dónde está para ir; de cuándo sale del aula o cuando entra para hacer lo mismo “de casualidad”.
- O sea que los mimos no los sentís de amigo principalmente porque no los querés sentir de amigo. Igual con los celos, y amás eso que flasheás de Car. Porque si no te habla adelante de ella obvio que significa algo...
- No sé, me quiero morir. Mátenme. Es cualquiera. Capaz que flasheo hoy y mañana se me pasa y me doy cuenta que nada que ver.

Pero pasaron los días, y las semanas, y no sólo la idea de Florencia se mantuvo, sino que se incrementó. Darse cuenta de que a uno le está pasando algo, hace que empiece a pasar más. Y ahí iba, pobre Flor, atrás de Andrés todo el tiempo. Él, como si nada, como antes, tratándola como una amiga, pero con mimos, y celos, y sin hablarle mucho delante de Carla. Eso: Carla. A Florencia la mataba la culpa. Ok, no había pasado nada y seguramente no pasaría, pero lo estaba persiguiendo, lo estaba buscando. Porque sí, ahora se producía más para ir a cursar, le caminaba sexy disimulada por adelante, se perfumaba exactamente dos minutos antes de saludarlo y le buscaba la mirada para lograr de esos cruces de ojos llenos de ganas. Y con Carla se llevaba bien. Y era super buena, además de linda, genia, flaca y diosa, lo cual la super desanimaba.

Una noche de borrachera, Florencia cayó en un momento de debilidad y le escribió un whatsapp. Era terrible. Era un punto de quiebre. Era el 11 de septiembre de esa relación. Porque una cosa es escribirle a alguien que ya te chapaste o ya te chamuyás, pero otra es hacerlo con un supuesto re amigo y encima con novia. El mensaje no era semánticamente delator, pero el hecho de que fuera a las seis y media de la mañana y dijera “aaannndnddddddiiiiiiiiii” alcanzó para modificar esa relación. “Para bien o para mal, ya se whatsappeó”, hubiese dicho Ricardito Arjona.

Ese domingo Florencia casi se muere de los nervios. No sólo porque no había obtenido respuesta alguna, sino por lo que tendría que vivir al día siguiente: ir a cursar y verlo. Y no era sólo el whatsapp, esa era la gota que rebalsaba el vaso lleno de la tensión que se venía acumulando el último tiempo. “Chicas, me quiero matar. A partir de ahora el panorama está claro para ambos: acá hay algo raro y yo estoy recontra in”, escribió Flor en el grupo de whatsapp de sus amigas. “Me mato si me llega a decir algo, si me habla sobre mi mensaje o sobre lo que está pasando; me muero si, ponele, estaba con Carla cuando le llegó. Seguro me odia. Me va a hacer la cruz. Le va a parecer que estoy flasheando cualquiera y me va a cortar el rostro, y además va a pensar que soy una forra por Car. Voy a pegar faltazo”, dijo en una nota de voz.

Pero no faltó. Porque un día iba a tener que poner la cara, y su filosofía siempre era sacarse de encima las cosas malas. Pintarse las uñas primero con la mano inhábil. Comer primero la parte de la comida que no le gustaba para después disfrutar de la que sí. Si tenía que pasar lo peor, que fuera lo antes posible.

El lunes llovía y le vino bárbaro para ponerse un buzo GAP con capucha que además de ir acorde al clima, demostraba su humor y sus ganas de esconderse. Tenía Fotografía II como primera materia y sí, la cursaba con Andrés. Entró al aula y él todavía no había llegado. “Actuá normal”, pensaba, recordando el consejo de Cele. Sí, como la semana pasada. Tampoco era tan grave, che. Era un whatsapp diciendo su nombre mal escrito a una hora polémica. Duro, pero ni que le hubiera declarado su amor.

El profesor entró y no había ni noticias de Andrés. Florencia se estaba haciendo miles de películas en su cabeza, hasta que por fin llegó, ya con la clase empezada. “Hola Flopi”, le dijo en voz baja, y se sentó al lado. Con total normalidad. Y así siguió el resto del día. Como si nada hubiera pasado. Cosa que Florencia le agradeció en silencio, esa vez y el resto de las que cometió imprudencias…

Porque desde entonces se dieron una seguidilla de hechos cada vez un poquito más pasados de la línea. Manos en la cintura que antes no existían. Miradas. Ya no más escenas de celos, lo cual para Cele significaba que algo pasaba: “antes te lo decía porque sentimentalmente le chupaba un huevo. Ahora posta le influye, entonces lo calla”. Histeriqueo. Charlas de whatsapp a las ocho de la mañana con palos por todos lados. Siempre más explícitos y torpes de parte de Florencia, pero respondidos por Andrés, con más prudencia, pero con evidentes ganas de generar algo. Todas cosas de algo más que amigos. Lo que sí se mantenía era el noviazgo de Andrés y la distancia que ponía cuando Carla estaba presente.

Florencia, además de estar cada vez más hasta las manos, empezaba a sentir culpa. Sin bien no estaban haciendo nada, las intenciones eran claras, las ganas eran evidentemente mutuas, el histeriqueo existía. Había un juego atrás de Carla, y Carla era una divina total que no se merecía nada de eso. Pero tampoco era su AMIGA. Y para ese entonces, Flor ya estaba muerta de amor. Y amor vence “me cae bien, es divina”, eso lo sabe cualquiera.

De todas formas, hablaba Florencia con sus amigas, ella no tenía nada que plantearse. El juego entre ellos ya estaba establecido así y no le hacía mal a nadie. Es más, era imposible que prosperara: otra de las conclusiones sacadas en el grupo de amigas era que Andrés la re quería a Flor como amiga y persona, pero que en el sentido mujer-hombre solamente “le tenía ganas”. No tenía nada que ver con lo que le pasaba a ella con él, que era amor, o enamoramiento, o algo así. Esta teoría surgía a partir de cuestiones como que él a veces le cortaba el mambo en chats, o porque básicamente estaba de novio y por algo elegía estar con Carla, o porque la mayoría de los histeriqueos de él hacia ella siempre terminaban con algo físico o sexual.

Estaba bien, Flor se divertía con eso. Y la dejaba soñar. Porque en su mente, capaz que en el fondo a él sí le pasaba algo de verdad. O podía pasarle. Ella era perfecta para él, y eso le daba bronca. Por más que Carla fuera hermosa, flaca, distinguida y encima bastante copada; Flor sentía que podía darle todo para estar bien. “Ser feliz” suena demasiado cursi. Ella se imaginaba mirando Racing tirados en la cama, o el partido más berreta de fútbol. Se veía yendo a la juntada con los pibes y siendo uno más cuando hiciera falta. Se creía la mejor compañera. Pero él elegía a otra. Y con ella sólo se divertía sin hacer nada.

“Si estuviera sólo, me cogería y no me hablaría más. Aparte yo no sé mantener vínculos de todos los días post-garche. O me engancho, o no me animo a mirarle la cara, o algo así. No sé hacer como si nada. Mejor que tenga novia”, se encontró diciéndole a Paz una vez. Pero eso era algo que ella no decidía. Así como su amor por Andrés.

Así siguieron varios meses. Florencia con pibes paralelos que no le movían un pelo porque tanto su mente como su “alma” estaban centrados en Andrés. Andrés con su novia y sus jueguitos con Flor. “¿Entienden que para mí ese comentario en el pasillo post-miradas-polémicas de ‘qué ganas que hay, no?’ es EL SUCESO DEL MES y quizás él ni se acuerda de que me lo dijo?”, decía Florencia en el grupo de whatsapp con las chicas. Y sí, tranquilamente podía ser de esa forma.

Pero llegó el viaje de estudios de noviembre. Que se llamaba “viaje de estudios” y se hacía cada año, pero poco tenía de académico y mucho de social. El año anterior Florencia casi que no había querido ir, pero éste estaba desesperada. Era una situación perfecta para que pasara algo. Al menos para que se diera mucho de ese histeriqueo que tanto disfrutaba. No necesitaba un suceso puntual. Solamente con compartir bastante tiempo con Andrés, las buenas situaciones se darían solas. Nada del otro mundo, pero histeriqueo sin límites temporales ni noviales: Carla no iría porque era sólo para segundo año.

Faltando cuatro días para arrancar para Rosario, Andrés le contó a Florencia que no iba a hacer el viaje: “no tengo ganas, la verdad. Estoy medio mal con Carla, el del año pasado fue malísimo, con mis viejos también ando medio como el orto y no me da para pedirles plata para eso”. Sí, a Florencia se le cayó el mundo. Primero por la ausencia de su amor en Rosario, incluso ¿quería ir si él no iba? Y en segundo lugar, y no menor: esa era otra prueba de que a él no le pasaba nada con ella. Sino no dejaría de ir. Sino estaría muerto de ganas por la misma secuencia, o al menos no le parecería una porquería como daba a entender que le parecía. La parte buena de esto era el “estoy medio mal con Carla”, sin embargo era mala por el hecho de que lo angustiara, “pero, eso es normal, ¿no? Por más que elijas cortar con alguien, te pone triste, sobretodo después de tanto tiempo”, trataba de autoconvencerse con sus amigas. “Sí, igual pará, Flor, todavía no cortó. Capaz están medio con cortocircuitos nada más y piensa que alejarse unos días puede perjudicarlos y quiere cuidar la relación”, la bajó Cele.

De todas formas: todo mal. Se había hecho mil ilusiones y no sólo no pasaría nada wow sino que él NI SIQUIERA IBA A IR. Y el resto de los compañeros eran unos imbéciles, y unos imbéciles con los que ni siquiera se llevaba: el último tiempo toda su asistencia a la facultad había consistido en dos cosas: 1) más o menos intentar prestar atención en clase. 2) estar atrás de Andrés. Y en el otro órden. El resto de los compañeros se habían convertido en fantasmitas, en extras. Casi que ni los nombres se sabía.

Pero los planetas, que parecían haberse mudado cada uno a una galaxia distinta, decidieron alinearse. Flor no se había bajado del viaje solamente porque ya lo había pagado y no quería quedar tan Andrés-dependiente. El día anterior a salir, le llegó un whatsapp de Andrés.
Andy: che flo, vas al final a rosario vos, no?
Flor: sisi obvio
Andy: ok, genial. yo al final voy. el forro de diseño II me dijo q sino me la llevo. viste qe ando medio cuelgue en la materia y supuestamente alla vamos a ver no se q cosa y dice q el ultimo trabajo va a ser sobre eso, q si no voy no lo puedo hacer.
Flor: uh q garron! bueno vamos a divertirnos
Y no respondió más, porque así era desde que la relación había virado. Buena onda pero hasta ahí, buena onda pero te dejo con las ganas, buena onda pero te hago dudar de si mi buena onda es chapativa o de amigos. Porque todas teorizamos que si te vistea algo remable, no le gustás. Porque vos jamás dejarías de responder algo respondible al chico que te gusta. Pero perdemos de vista el factor intencional: ¿y si nos quiere confundir? ¿o los pibes no piensan tanto? ¿y si él también tiene flor de mambo en la cabeza y se lo quiere apagar? ¿o los chabones no mambean, sólo sienten y hacen, sin escrúpulo alguno? En esta historia, al menos, lo sabremos en cuestión de renglones.
Entonces llegó el día y partieron para Rosario. En el micro se sentaron juntos y no pararon de molestarse. Se empujaban, no se dejaban dormir, se pegaban en chiste. En un momento de paz, Florencia se acostó sobre el regazo de Andrés y se quedó dormida. Ella juraría que él le hizo un mimo con amor, pero es incomprobable. Ese rato no duró demasiado, porque Rosario siempre estuvo cerca, y enseguida llegaron.

Recorrieron algunos monumentos y lugares de interés, pero no interesantes para esta historia. Ellos, juntos. Como amigos, o como novios sin besos. Porque no se despegaban, pero tampoco se abrazaban ni nada de esas demostraciones de amor. “Solo” se veía un entendimiento pocas veces visto, molestias permanentes, una comodidad insólita y una confianza insuperable. Pero lo que nos importa contar de este viaje de estudios sucedió en la segunda noche. En la primera fueron a bailar, no se dieron mucha bola, Florencia se extrañó, se puso de mal humor y se fue temprano, para evitar planteos ridículos de los que se arrepentiría al día siguiente.

Pero la segunda y última noche del viaje, sucedió lo soñado. Lo que hace que este relato tenga sentido en esta sección del libro. Lo que justifica toooooda esta contextualización previa, de la que tal vez un poco me arrepienta pero ya la escribí y me da paja borrar. Lo que vos soñás también que te pase, aunque quizás nunca lo pensaste y empieces a desearlo a partir de ahora. Lo soñado pero posible, lo cual hace que soñarlo sea más placentero.

Florencia estaba tirada en la cama con el celular en la mano. De Twitter a Instagram, de Instagram a Facebook, de Facebook a Whatsapp. Así ida y vuelta. Solo chateaba en el grupo con Cele y Paz, donde contaba que no le había pasado nada emocionante e incluso que Andrés estaba bastante alejado. Que era obvio que no le pasaba nada y que la única que estaba flasheando ahí era ella. Rosario, que se suponía que iba a ser el lugar que más los acercara y de donde volvería llena de anécdotas y emociones, estaba siendo más llano que una clase de Fotografía en la facultad. Hasta que le llegó un whatsapp de él. “venis?”. Florencia empezó a temblar. Eran las dos de la mañana, no se habían hablado en todo el día, estaban en un hotel. Ya hacía tiempo que evidentemente no eran amigos. Ella, sin darse cuenta, había dejado de contarle de sus pibes, y él le hablaba poco y nada de su situación con Carla. Evitaban por demás los roces físicos, como si hacerlos fuera una demostración de algo; cuando uno con sus amigos suele tocarse y abrazarse sin escrúpulos. Ese “venis?” a esa hora, sin justificación evidenciada, sólo podía significar una cosa. Y era lo que Florencia quería, y a la vez temía. Pero no podía negarse.

Se metió en el baño. Se perfumó poco, como para oler bien pero que no se note que lo había hecho expresamente para eso. Agarró la gillete y se la pasó bien rápido -y con cuidado- por todos lados mientras se reía pensando “¿Estaré flasheando cualquiera? Sería gracioso estar haciendo todo esto al pedo. Por lo menos me voy a estallar cuando se lo cuente a Cele y a Pachu”. Se lavó los dientes y se vistió como desarreglada pero linda. Como ese vestir de “ni lo pensé, pero me queda bien”. El de las citas descontracturadas pero todavía un poco más rotoso. “Sí, estoy flasheando cualquiera”, se limitó a responder, y arrancó para su cuarto.

Caminó al final del pasillo, y se frenó en la habitación 43. Estaba nerviosa pero tranquila. Al fin y al cabo, era Andy. Pero ahora era su amor y estaba a punto de pasar algo. Lo sentía en todas partes. Además, era lógica: o se apagaba todo por la desilusión de que no fuera nada, o empezaba algo. Era ahí y en ese momento, o no iba a ser nunca. Tocó la puerta y justo en ese momento apareció Federico en el pasillo, un pibe que cursaba con ellos y además era de los mejores amigos de Carla. Él la miró extrañado como diciendo “¿qué hacés ahí?”. Ella nomás le sonrió y cuando Andrés se asomó por la puerta, abrió bien grandes los ojos como dándole a entender que algo pasaba, mientras decía “el del Samsung A5 es el que necesito, el normal, el de casi todos los celulares. Porfa que se me está por apagar”. En ese momento, Federico siguió caminando con normalidad, como habiendo entendido y permitido la situación. Ahí Florencia exhaló por la nariz y entró a la habitación sin que Andrés le diera el okey. Como se imaginaba, no había nadie más.
- ¿Y los pibes?
- Se fueron a bailar.
Florencia se tiró en la cama de uno de los otros dos huéspedes como hubiera hecho si no estuviera flasheando todo lo que en realidad estaba flasheando. Por suerte, le funcionaba porque un poco se lo creía, y eso la ayudaba a actuar con cierta normalidad.
- Poné algo en la tele que me aburro.
Andrés se sonrió.
- ¿Qué te pasa? Estás nerviosa.
Él seguía desde la puerta. Mirando con cara entre diabólica y tierna.
- ¿Eh? ¿Nerviosa? ¿De qué hablás, nene? Estoy re tranquila.
- ¿Por qué hiciste todo ese acting patético en la puerta? Somos amigos… podés venir a visitarme a mi cuarto sin problema
Estaba jugando con fuego. Y ella, pobre, nomás se iba incomodando más y más. Él estaba ganando por goleada. Flor se rió y miró para abajo, dándose cuenta de que su actuar evidenciaba que ella creía que algo pasaba o iba a pasar.
- No sé. Me salió.
- Ja, te salió muy bien.
Y se acostó en su cama.
- Puedo poner música en vez de prender la tele, señorita?
De repente parecían dos desconocidos chamuyándose. ¿”Señorita”? Nunca le había dicho así. Jamás le habría pedido poner una canción, sino que la hubiera puesto aunque ella no hubiera querido.
- Ah, ¿ahora sos caballero? ¿Qué pasa? Hasta ayer me pegabas piñas
- Uno a uno.
Y se levantó de la cama, enchufó el celular a unos parlantes y empezó a sonar Babasónicos. BABASÓNICOS. “Babasónicos sirve solo para dos cosas: para que pasen los hits del momento en la radio y se te peguen, y para ya-sabés-qué”, recordaba Flor que había dicho Pachu una vez.
- Estoy medio peleado con Carla - dijo mientras se acostaba en su cama otra vez. Estaban los dos mirando al techo sobre camas vecinas - . Bah, no peleado. Pero no estamos bien.
A Flor se le cruzaron mil cosas por la cabeza. ¿Para qué hablaba de ella en esa situación? Cortaba el clima, pasaba a darle culpa, se acordaba de que el pibe ese que ahora le encantaba ya tenía a alguien. Definitivamente si la nombraba era porque no consideraba que ese momento era especial o chapativo. A la vez, quizás quería justificar lo que estaba por pasar. Si llegaba a suceder algo, él no era tan culpable: no estaba bien con su novia. Quizás quería tranquilizar a Florencia. Relajarla, darle a entender que podía activar sin problema. Todo podía ser. Lo seguro era que nuestra protagonista estaba pensando diez millones de cosas y tenía que relajarse.
- Eu, te dije algo.
- Sí, sí, te escuché. No sé qué decirte. Tranqui, se va a arreglar todo.
- Capaz que no quiero.
- Bueno.
- Estoy bien así. Me vine acá y me sentí, no sé, como “libre” después de mucho tiempo. Te extrañaba a vos por ejemplo. En el último tiempo, Carla me hizo bocha de escenitas.
Sonaba “Aduana de palabras”. “Todas esas palabras que no puedo ni quiero escribir”. Ahora ya no miraban para arriba, estaban de costado, mirándose cara a cara, con el metro que separaba a las dos camas en el medio.
- ¿Escenas conmigo? - dijo con falsa sorpresa Flor, y exageró una risa.
- Sí… no sé qué flashea.
- Mal. Cualquiera.
Hubo dos o tres minutos de silencio. Ahora empezaba a escucharse “cómanse a besos esta noche”. A Andrés se le escapó una risita.
- ¿De qué te reís, tarado?
- Vos también te estás riendo. Nada, Flor, nada.
- Dale. ¿Qué te pasa?
- ¿Vamos a seguir haciéndonos los pelotudos? - dijo mientras se paraba - Vení, parate un segundo.
Flor le hizo caso y se acercó. Se miraron con los ojos bien grandes como esperando que el otro dijera algo, pero no hizo falta, porque lo que pasó habló más que diez horas de charla. Andrés la agarró de la cintura y bien despacio se fue acercando a su boca, sin perder el contacto visual. Fue un beso largo, lento y en el intermedio perfecto entre caliente y dulce.

Ni Flor ni Andy tenían idea de a dónde iba eso que pasaba, aunque se estaban cayendo a la cama. Mientras, Dárgelos cantaba “me gustas tanto que no sé por dónde voy”.

26.3.17

Floricienta

El otro día te estaba odiando como todos los días, cuando tuve una revelación: ¿Cómo vas a parar con ese juego asesino si no sólo yo te lo propongo constantemente, sino que soy el prototipo perfecto de jugadora? No porque gane siempre, de hecho nunca lo hice; pero sí porque hacemos un show fantástico. No sé si te das cuenta, pero te divertís un montón. Pero así como se dice "reirse de" alguien o "reirse con" alguien; vos te divertís "de" mí, no conmigo. Yo soy tu bufona lo que dure nuestro cruce, y a mí con eso me basta. Es eso o nada. Y "nada" ya traté. Traté todo, ja. 

Ahora que pienso, algo sí hacés: por ejemplo, un beso en el cachete un poco más intenso de lo habitual. No es ese que le das a cualquiera. Pero yo con eso, tiro como veinte capítulos. Me saludás así e instantáneamente pongo una cara muy novelera, y ni me ocupo en que no la veas (¡si lo hago para eso!). Entonces vos te reís y me hacés un comentario, y yo me pongo nerviosa y me voy un poco triunfante y un poco avergonzada de haberte confirmado que sos mi Thiago Bedoya Agüero sin beso. Reacciono como si estuviera en Floricienta, y yo ya no sé si es que lo hago para vos, o para mí, o se me escapa; pero sé que a vos te divierte. Aunque te quejes y aunque te parezca infantil. 

Dejame, maldito. Es lo único que tengo. Somos la única novela con mil temporadas y sin besos. La única en la que ella se le declara a él en el capítulo uno, y desde entonces lo vuelve a hacer en cada emisión, en todas como si fuera a funcionar; y también en todas con el mismo fracaso. Porque en cada nuevo capítulo ella sabe que todo depende solamente de ella, y si no lo intenta, no va a haber capítulo siguiente. Y peor que un fracaso amoroso es que termine la novela. 

16.3.17

Intensa

Me agota ser así de intensa. Y no hablo de la intensidad que se le atribuye a alguien para no decirle "pesado" (aunque probablemente también la tenga), sino de esa característica que me lleva a sentir mucho todo el tiempo. Es extraño: sentir me fascina y no me cansaría nunca; pero lo que se me torna angustiante es contenerme las acciones a partir de esas emociones que disparan como fuegos artificiales en los 90. Disimular ante mi vieja que estoy deprimida y muy triste; ante mi viejo que quiero largar todo a la mierda; ante el que me gusta que me encanta fuerte a pesar de que lo conozco hace dos semanas; ante mi jefe que me tiene los ovarios a punto de explotar. Vivir disimulando. Vivir fingiendo sentir "normal", poco, tranca. Vivir apaciguando los fuegos que me queman adentro.
Ese es el tema, no se deja de sentir, solo se exterioriza menos. Cada vez soy menos fiel a lo que realmente me pasa porque me parece que estoy re zarpada. Y si lo estoy, ¿qué? Te aseguro que me divierto mucho más que vos, computadorita mental que nada te penetra. 

Lo bueno de vivir alterada es que me voy a morir tranquila.

2.1.17

Amor de viaje, para qué te traje

Paula está enamorada de Nicolás, pero él tiene novia. Un viaje de estudio los unió. Solo un viaje.

"Ayer pensaba, y no como cursilería tuiteable sino como irremediable y cruda verdad, que es menos doloroso extrañar lejos que extrañar cerca. Verlo a Nico en la facultad después de haberlo sentido tan mío, fue una de las angustias más grandes del último tiempo. Y, otra vez, juro que sin querer ser cursi: me refiero a esas angustias que se sienten en el pecho, como un frío y una presión y una cosa medio indescriptible, que incluye algo parecido a ganas de llorar, pero ni siquiera, porque es peor, porque el llanto no sale. 

Entonces, decía, esa sensación que ya me pasaba antes del viaje, de tenerlo en el banco de al lado y querer tocarlo; ahora es mil veces peor, porque ya lo toqué, mucho, todo; ya fue enteramente mío en todos los ángulos posibles, y con tan solo un micro de varias horas, ahora ni un roce, ni una mano, ni un beso escondido de esos que ya quejosos por querer amarnos sin carpa nos dábamos en la playa. 

Así es como parece mucho más leve el hecho de ni siquiera verlo. De tenerlo físicamente lejos. Tenerlo al lado y no poder hacer nada es el recordatorio constante de que no es mío. La distancia, quizás, me haga pensar en otras cosas. O al menos olvidar lo que me falta, deshacerme de la evidencia diaria de lo que me hizo tan bien y ya no tengo. La prueba constante de que en realidad nunca lo tuve. 

Seguro que, como siempre, la novela es más mía que suya. Pero una parte de mí siente que algo de todo es recíproco. Él se encargó de demostrarlo con palabras o acciones esporádicas mezcladas con indicios de que pisábamos Buenos Aires y era el final. Es que quizás lo peor de todo sea que ni yo encuentro la fórmula perfecta del después, que en estos Malos Aires entiendo que no hay modo de complementarnos; no por nuestras almas y nuestros cuerpos; sino por nuestras vidas.

Los viajes siempre son paréntesis, pero los amores en los viajes lo son aún más. Lo peor es que uno lo sabe y cae igual. Lo segundo peor es que me llenaron de "te lo dije", y yo ya lo sabía. Y lo tercero peor es que ahora me voy de viaje de vuelta y tengo miedo de que sea lo único de la realidad que se meta en este nuevo paréntesis."