porque no está mal que terminen las historias mientras haya historias que contar

30.7.13

La novela

- Te amo. – me dice.
Thiago me besa y el alma se me prende fuego, después de tantos días fría y apagada. Que nuestros labios encajen perfecto, como si hubieran sido una misma pieza cortada en dos, me lleva a tomar la decisión: esta vez me voy a quedar para siempre y él va a ser mi primer hombre. Ahora, ya mismo, en esta playa desierta, con el sol cayendo por atrás del mar y la luna asomándose desde los árboles. Se lo quiero decir, pero no sin antes contarle quién soy.
- Esperá, amor. Necesito que hablemos. – interrumpo, nerviosa y seria.
- ¿Qué pasa? Me asustás, Clara. 
- Sentate, por favor. – le pido y accede enseguida.

Hoy al mediodía volvía a mi casa desde la facultad como de costumbre, con los auriculares en mis orejas,  casi en una realidad paralela, totalmente ajena al ruido de los autos y a la contaminación visual de Capital Federal. “Me caigo adentro tuyo”, cantaba a la par de Joaquín de Jeites. De nuevo, no había sido un buen día. Lo único que quería era llegar a mi cuarto, encerrarme y ponerme a escribir, para así entrar en otro mundo y dejar atrás todo lo que me angustiaba. 

Al rato llegué, mamá me criticó por estar vestida como una puta: “después te quejás de que no tenés novio, así nadie te va a tomar en serio”. Tenía una calza y un sweater, no me parecía excesivamente provocador, por lo que se lo dije. “Encima no te das cuenta de que eso no te favorece, te marca todos los kilos que tenés de más”, me señaló. Preferí no responderle, ni tampoco contarle que no había promocionado ninguna de las tres materias que me faltaban para terminar el CBC de Letras. Elegí ir a hacer en ese mismo instante lo que me iba a alejar, otra vez, de esa vida de mierda. Si esta vez escribía algo copado, podría vivir de eso, y qué importaba que nunca me recibiera si finalmente salía bien.

La historia ya la tenía pensada. La de la semana pasada había estado buena pero le faltaba algo para que realmente durara, para que sea una novela y no un cuento corto. Tenía que ser bien lejos, en un lugar donde nadie pudiera intervenir, donde todo saliera bien. Quizás sería un relato aburrido, pensé, pero qué importaba si yo iba a estar feliz. Al  fin y al cabo lo de la facultad no me serviría de nada, total sólo tenía que escribir el principio y lo otro se iría dando solo. 

“Clara estaba en una playa desierta, Thiago la miraba con deseo y amor profundo”. Esta vez, con un renglón bastó. Sentí un mareo inmenso, tuve que cerrar los ojos para no vomitar o caerme al piso. Cuando los abrí de vuelta, ahí estaba la isla, ahí estaba Thiago, no tan igual a como lo había imaginado, pero perfecto como en los cuentos. 

- Te amo – me dijo, y me besó. Decidí que esta vez no iba a volver, que no correría a buscar un cuaderno para ubicarme en mi vida real nuevamente, que quería quedarme ahí para siempre, y para eso debía contarle cómo había llegado. Le dije que le tenía que decir algo, pero al final opté por no hacerlo. Hice que se siente, pero finalmente improvisé:
- Acordate que le tengo mucho miedo a las lapiceras. Por favor quememos la última que nos queda y que nunca se te ocurra alguna locura como ponerte a escribir o algo así.

28.7.13

Y no me deje volver II

Otra vez estoy en la ruta. Es mi hora preferida. Desde el auto se ve al sol a un centímetro del horizonte, quizás un poco más. Se ve redondo, con el perímetro perfectamente delimitado. Preciso. No puedo dejar de observarlo aunque me genera cierta molestia en los ojos.

Saco la vista, miro el auto, mis zapatillas, un cartel, hasta la ruta. Todo parece insignificante, poca cosa, escasez. Y la sombra luminosa del sol, esa que queda en la retina o en el cerebro también cuando despliego los párpados; está ahí, en todos lados, en cualquier ente en el que elija dirigir mis pupilas, recordándome lo que todo eso no logra ser ni por asomo.

Es que con lo tan hermoso e intenso pasa eso. La mirada se acostumbra y después todo lo otro es mediocridad.

26.7.13

Y no me deje volver

La ruta, el auto, el sol cayendo. Ya no lo veo, pero todavía ilumina un poco. Es ese tipo de cielo que si mirás de un lado es de noche, y si girás la cabeza para el ángulo opuesto, jurarías que es de día.

Mi alma en llamas, o con ganas de estar así, que por un rato es lo mismo. La música que la aviva. Luces de una ciudad (que no sé cuál es) allá a lo lejos, como preámbulo de lo que me va a invadir en un rato. Porque todo esto tan soñado y, a la vez, tan real, va a terminar.

Voy a llegar a alguna ciudad. Va a terminar oscureciendo del todo. Mi música va a apagarse. El alma se va a congelar otra vez.

Llegué, se terminó, se apagó, se congeló. Qué suerte que lo escribí: en la realidad paralela de las palabras, al menos, esa sensación que puede pasar tan desapercibida por simple, pero que no deja de ser única y perfecta; va a permanecer para siempre y la voy a experimentar de vuelta cada vez que mis ojos recorran estos caprichosos renglones. Capaz mal escritos, como me critican a veces, pero yo LES JURO que rebalsan de sentir.

18.7.13

Re loca

No estoy cómoda, no sé bien por qué. Quizás sí me aburrió, pero nunca me incomodó estar sola sin hacer nada durante unos minutos. Miro a mi alrededor. Dos chicas y dos varones sentados, a dos mesas de distancia de la mía. ¿Habrán salido dos versus dos? ¿O son solo amigos? Escucho unos segundos y me parece correcta la segunda opción. Después de un rato, dejo de deducir. Ese es un juego que ahora no tengo ganas de jugar.

Al rato, a mi derecha, sentados más allá: un chabón y una piba, enfrentados, ¿de la mano tiernamente o pasándose algo?... Sí, se están dando la mano. Hacen linda pareja. Minutos después, distraigo la atención otra vez: no me pinta ese mambo que tantas otras veces me entretuvo. Quiero solamente comprender y saber qué es lo que no me deja soltarme, aflojar los hombros, relajar las uniones entre conceptos: que no estén tan tirantes, sino más sueltas, dispuestas a ser activadas en caso de ser necesario.

Me saco los anteojos porque sí, como movimiento de tipa ansiosa que quiere matar al aburrimiento entones empieza a toquetear y mover lo que tiene cerca. Se suma a la ecuación una pizca de astigmatismo y miopía, antes negadas por los cristales. Veo bastante mal, aunque sólo me doy cuenta de eso ahora que me saqué los lentes, porque sino estoy convencida de que "veo perfecto y no los necesito". Ya no distingo las caras de a quienes observaba antes, ni tampoco del resto de la gente a la que no me detuve a mirar tanto.

Ya no llego a verles ni los ojos. Ni los ojos. Ni su mirar. Ni su posible crítica, juicio, opinión, análisis, pensamiento sobre mí. Soy yo sola. Estoy cómoda.

Tampoco yo puedo observar, criticar, juzgar, opinar, analizar y´pensar acerca de todo lo que me rodea. Ni lo más mínimo y superficial, ni lo más interesante y profundo. Ya no existe posibilidad de sacar teorías de la gente y sus vidas, ni de la cotidianeidad, ni del vaso rojo de allá, ni del tacho de basura. En contra de lo que siempre digo: lo único que necesitaba era dejar de mirar para afuera.

Entonces, no me queda otra que activar mis ojos internos, los del alma, los del cerebro, los de las entrañas. Como última opción, accedo. Uno lo evita porque le asusta: nunca sabe con qué se va a encontrar.

6.7.13

La palabra prohibida II

Ya no quiere regalar besos. Los quiere prestar. O regalarlos y que, aún así, se los quieran devolver.
No tiene ganas de comprarle un trago. Quiere tomarselo él solo y que ella quiera compartir la borrachera.
No se le canta invitarla a comer. Le gustaría que ella le prepare algo, no por el machismo de que "las mujeres a la cocina", sino porque ella tenga real voluntad de que él desguste algo que ella le dedicó tiempo, energía, y, ¿por qué no?, amor.
No le gustaría pagar taxis. No porque no pueda, ni tampoco porque no le pinte: sino porque le encantaría cruzarse con quien quiera dormir con él, y él con ella; y hacer el amor hasta el mediodía, o la tarde, o la noche, y tener esa sensación de "¿dormimos en el medio o no paramos de coger y darnos besos?".

La alarma del celular sonó, lo aturdió ese ruido insoportable, se terminó lo que tanto tiempo le dio "felicidad". Con comillas. Ahora espera algo que le de eso mismo sin ningún signo de puntuación alrededor, ni excusas: el sentimiento en su mambo más puro, más en mayúscula, más gritado, más que lo deje afónico.

Hay cosas por las que vale la pena quedarse sin voz. Y vivir así para siempre. Aunque desde otra perspectiva sea un poco incómodo.

2.7.13

Charla con el espejo

La única película que pensás que existe, y te da risa que todas se hagan, es la del príncipe azul. Sabés que es imposible: por suerte vos no caíste en esa y estás re tranquila en tu mambo. Escuchan Sin Bandera y sueñan con ese con el que se van a tropezar de una manera hermosa, educada, dulce. Calificativos tan agradables como imposibles. Pero están en la peli. Y vos, como ya dije, te morís de risa, porque sabés que no es así, y porque tenés los pies sobre la tierra y sos feliz en la realidad. No necesitás de Tanto para llenarte, las sonrisas salen de las pequeñas cosas, te decís. El amor con mayúscula no existe, estás segura de eso y jamás aspirarías a eso en la vida real.

Hasta que llego yo y te digo que en tu submundo de posta y de que “no te cabe una” también tenés tu obra de teatro, tu música de fondo, tu tropezón. Capaz que suenan Los Redondos, y en la caída los dos se rieron porque fue ridículo, y en la conversación no entendieron nada de lo que decía el otro: como suena La hija del fletero y dos que se quieren o se están por querer se dicen cualquier cosa, es mágico y perfecto.
Y es otra película, otro Tanto también lejano aunque quizás en otra dirección.


Vos también sos una cinéfila del amor, sí. El problema es que estás perdiendote en la escritura del guión y no tenés  idea de cómo encarar el “luz, cámara, acción”.