porque no está mal que terminen las historias mientras haya historias que contar

21.7.10

Factor desencadenante

Es probable que me guste pensar que esa seguidilla de situaciones desencadenó algo en mí, al estilo película americana. Algo pasa, y de repente la actitud del protagonista se modifica por completo. O va a buscar al amor de su vida a la terminal, o se va de viaje a hablar consigo mismo, o aparecen muchas imágenes seguidas dando a entender que pasaron esas cosas en un largo tramo de tiempo y que el protagonista emprendió algo, para después ver que finalmente triunfa y termina con un tácito "y fueron felices para siempre".

Como siempre, yo Natalia, inconscientemente me posiciono en protagonista de ese tipo de películas o telenovelas clichés argentinas. Es algo que no puedo evitar, y siempre estoy esperando a que de repente algo pase, me sorprenda, me haga cambiar, me transforme, me lleve a la felicidad completa. Lo contradictorio es que no creo en esa felicidad, siempre me lo digo y se los digo a todos. Pero, parece, que hay algo en mí que sí cree.

La entrada no es porque sí, no esta vez. Justamente algo me pasó, pero no algo que me lleva al cielo en un segundo. Si no algo que me hizo sentir un nudo en la garganta insoportable, una sensación de tristeza infinita. Soy muy exagerada, yo creo que ya lo dije muchas veces. Pero ese algo, o conjunto de algos, creo que me hizo despertar. Es un poco reciente así que no puedo evitar el "creo", pero tengo ganas de cambiar muchas cosas en mí, de dejar de hacer algunas y empezar a hacer otras, de irme bien lejos y pensar y escuchar música.

Entenderán que esos "algos" no se destacan por lo positivo, si no que me hicieron dar cuenta que no estuve haciendo las cosas bien, y de que necesito cambiar un poco. Me posiciona en positivo sentirme tan decidida, por más de que tal vez sea una más de mis automentiras, y que el viernes me voy a un viajecito (por tres días) con mis amigos, con los mejores, y eso es lo que necesito. Pasto, amigos, música y pensar. O, no pensar, justamente no pensar, y volver renovada.

Un viaje sin escalas para ver lo que soy

14.7.10

Me perdí, creo que andaba pensando

Da frío. Ahoga, asfixia, vacía. Aburre, se esconde, aparece de repente. Entristece, deprime, adormece. Adormece sentimientos y emociones, los calla, los aspira hasta sacarles la primavera. Los convierte en inviernos eternos, inviernos sin final, inviernos que no hablan, que no dicen nada, que no llevan a ningún lado.

Es un círculo vicioso. Ese algo apaga todo lo otro, y ese apagón genera que eso a lo que no puedo nombrar se fortalezca. Habría que preguntarse por qué nació por primera vez, pero un día me di cuenta que preguntarse no sirve para nada. Entonces ese maldito algo oscurece lo que debería ser bueno, lo opaca, le saca el brillo, le pone un menos adelante. Por suerte no lo mata, sólo lo duerme un poco.

Reconozco ese algo, sé lo que logra, sé cuando debe venir y sé que es simplemente temporal. No se da siempre, sólo a veces, y sólo en cierta época del año. Llega, y da la sensación de que jamás se va a ir. Lo conozco muy bien, me digo. Ya lo sufrí, ya lo lloré, ya me peleé, ya lo escribí hasta quedarme sin tinta ni palabras. No lo quiero ni sufrir ni llorar esta vez. Tampoco tengo ganas de pelear.

Resignarme no es una posibilidad, odio la mediocridad, huyo de ella, me escondo, me escapo; es el peor de todos los males. Sin embargo, ese algo que me está pasando es, entre otras cosas, el miedo a la mediocridad, a la nada, al vacío, al frío interno, al futuro inexistente, a la reflexión insoportable de lo que está por venir, a la sequía sentimental de la que ya escribí tantas veces, más de las que la sufrí.

No tengo miedo, no tengo dudas de que ese conjunto de porquerías se va a ir y seguramente con la llegada de las flores, de las plantas verdes; se va a ir cuando se dejen de ver las ramas secas y muertas de los árboles y se pueblen de colores y felicidad. Es muy climático, demasiado. Tal vez para llegar a entenderlo y superarlo, simplemente debería haber prestado un poco más de atención en geografía cuando vimos los climas y esas cosas. No estaría ahora tan así, tan NADA.

Allá voy, contra viento y marea. Otra vez una misma pelea. Ni siquiera sé si vale la pena, pero tengo ganas de probar si la suerte me va a acompañar de una puta vez o si es un mito más. Acá estoy, me agarrás despeinada - Con el cuerpo, la mente, y el alma despeinada.

7.7.10

Libertad, ansiedad, un amor, soledad

Alma quería un cambio. Alma quería conocer algo nuevo, quería alcanzar lo que siempre le había parecido inalcanzable. Quería tocar el cielo, ese cielo con el que soñaba cada noche y en cada rato de no hacer nada. Alma se sentía un poco muerta, o estaba tan viva que no llegaba a darse cuenta. Se preguntaba si le estaba faltando sentir porque estaba muy viva y el estar vivo consistía en esa búsqueda, o si estaba tan muerta que se olvidaba lo que era sentir. Se preguntaba muchas cosas y pocas veces obtenía respuestas. Sabía que debía dejar de preguntarse; sabía que debía dejar de buscar. Alma lo sabía. Lo había leido en muchos libros, y se lo habían dicho muchos viejos sabios. Pero su instinto infantil la obligaba, la llevaba, la arrastraba.

Alma era como una pequeña niña que veía algo desconocido y quería acercarse y ver qué era. Reformulo: Alma era una pequeña niña. Todavía tenía tanto por vivir que, cuando se planteaba su pequeña edad, se relajaba, se sentaba, y se ponía a mirar televisión. Todavía me queda mucho, se decía. Pero apagaba la tele. Se miraba al espejo más cercano, y se repetía una y mil veces que era muy fuerte y si lo quería en ese momento, en ese momento iba a lograrlo.

Entonces Almita, porque así le vamos a decir ahora que sabemos sobre su tan infantil actitud, salía de la casa en medio del bosque a buscar. No sabía qué, eso lo iba a decidir después. Pero quería salir. Sabía el camino de memoria, siempre lo supo. Tantas veces amagó con escaparse del bosque y por alguna u otra razón volvió, que le sería imposible no recordarlo. Pero sólo ella podía hacerlo. Corazones y corazones, hoy frustrados, quisieron entrar, pero jamás, jamás nadie encontraba la casita en el medio del bosque.

Almita, muchas veces, se dijo que era cuestión de esperar que alguien llegara. Sabía que si lo hacía, era suficiente como para abrirle la puerta e invitarlo a quedarse. Para siempre. Pero nadie nunca llegaba. Almita, tiempo después, cuando tuvo arrugas y ya casi no tenía fuerzas para recorrer el tan conocido para ella bosquecito que rodeaba su casa, descubrió por qué nadie podía llegar. El camino era tan, tan simple, que lo difícil estaba en no desviarse. Solo quien realmente hubiera entendido la simpleza del camino hacia el alma de Alma podría haber llegado.

Pero, al contarles la historia de Alma, me saltee una parte. Obvié una parte entre su niñez y su vejez. Un día, no se sabe bien cuando, alguien llegó a la casita. Se adentró en el bosque y siguió el camino. Era tan fácil que nadie jamás hubiera imaginado que así se debía llegar. Cuando se vio en frente de la casa de Alma, no pudo creerlo. Saltó la tranquera y entró. No tocó la puerta, y cuando entró, no dijo ninguna palabra. Le hizo cosquillas, le dio un beso en el alma a Alma y nunca, nunca más se fue.

3.7.10

Coronados de gloria vivamos, o juremos con gloria morir

Había hecho una entrada gigante, pero después me di cuenta que no había mucho que decir entonces dicha entrada descansa en "borradores". Las palabras están totalmente de más, simplemente hay que cerrar los ojos y sentir. Sentir el coreo del himno, tratar de imaginar el calor de esa camiseta albiceleste sobre el cuerpo, sentir. Y, por qué no, llorar un poco. Permitirse. Olvidarse de que "no se puede sentir tanto por sólo fútbol..." y dejarse ser.

Hace cuatro años, yo lloraba. Lloraba porque era injusto, porque el arbitraje había sido muy malo y perjudicado a Argentina. Lloraba una nena de doce años. Hoy llora una de dieciséis porque también fue injusto. No por el arbitraje. Fue injusto porque la garra, la emoción, la fuerza, la sangre y el calor que pusieron esos jugadores no se corresponde con el resultado.

Porque en mi casa se elogiaba la mente fría de los alemanes, mientras que yo pensaba que eso era lo más triste que tenían los alemanes. Porque tal vez con su frialdad al jugar ganaron un partido, pasaron a la semifinal y pueden seguir. Pero perdieron muchas otras cosas, esas que Argentina ganó por todo lo que pone en la cancha, por dejarse guiar por sus emociones, por además de jugar con la cabeza JUGAR CON CORAZÓN.

Y aunque, parece que jugar con el corazón, con el alma, y con la escencia, no lleva a nadie a la victoria en el marcador, lleva a otro tipo de victorias. Porque, no tengo dudas de que la sensación de los alemanes fue casi inexistente, y de nada les sirve ganar así. En cambio nosotros, aún perdiendo, aún estando tristes, tenemos un orgullo argentino incontrolable que nos recorre cada extremo del cuerpo y nos hace acordar de lo positivo de todo esto.

Coronados de gloria vivamos, o juremos con gloria morir. Si seguir corriendo la cancha de punta a punta con total intensidad hasta el pitido del silbato aún perdiendo cuatro a cero no es morir con gloria, que por favor me vengan a buscar a mi casa así les explico un poco cómo son las cosas. Tal vez en la parte que está erróneo es en "morir", porque al sentir todo esto estamos vivos. Más vivos que nunca.