porque no está mal que terminen las historias mientras haya historias que contar

4.6.13

El Hernán de los castillos

De chicos nos gustaba construir castillos de arena y después pisarlos. Cuánto más grandes y sofisticados fueran, más placer daba destruirlos. El incentivo para esforzarse era únicamente ese. Ah, y la foto, obvio, siempre la foto, que aunque mamá insistía, todos queríamos guardar un recuerdo de esa torre grandiosa (que vale la pena aclarar que pocas veces en la historia de la humanidad un castillo de arena se habrá parecido a un castillo).

Los escombros de color de una escala de marrones por su distinto nivel de humedad, típica de las playas argentinas, nos entristecían un poco, porque ya había terminado la diversión de levantar el castillito y saltarlo. Pero no importaba tanto: era cuestión de un “¡mirá ese caracol!” o “quiero ese barrilete” o “mamá, dame plata para un helado”, para que se terminara la angustia.

Hace poco me perdí en estos recuerdos porque me encontré con que a vos nunca se te hubiera olvidado la costumbre de armar y desarmar a tu antojo, de inventar reinos que pocos se parecían a ellos pero que los creímos como chicos, de con cualquier mambo distraerte al instante de haberlo demolido.

Casi me vuelvo a perder. Casi digo “lo que construímos”. El único que puso las manos fuiste vos. Yo era la hija más chica de los de la carpa de al lado que aplaudía y te festejaba todos los chistes. Y que me quería quedar a vivir ahí. En ese coso que en lo que más se pareció a un castillo de arena fue en el componente principal. Hoy, ni los restos quedan. El viento se llevó todo. Hasta las ganas de armar uno nuevo.

2 comentarios:

  1. Para evitarme problemas como estos es que no suelo ir de vacaciones a la playa...

    Pero pasa igual, en cualquier otra latitud.

    Saludos

    J.

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  2. Anónimo00:17

    Muy bueno, me encanta como escribis

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Yo deslizo, tu deslizas, él desliza, ellos deslizan, nosotros deslizamos, vosotros deslizáis.