porque no está mal que terminen las historias mientras haya historias que contar

27.4.13

Gira todo lo que ves II

Música, ruido, gritos, bailes, tragos, risas. Pero yo tenía un nudo enorme en el pecho. Podía sentirlo, ahí o en las entrañas, una atadura o una pelota, algo gigante, insoportable, doloroso, pesado, eterno, inexplicable. Lo nombré “angustia”. “¿Qué te pasa”?, me dijo. Yo temblaba. “No sé”. Y me dio un beso. Dejé de sentir las manos, las piernas, la mente; sólo era consciente de nuestros labios y de él en su totalidad. No escuché más la música, ni siquiera mis propios pensamientos, ni el ruido de los besos que a veces me resulta perturbador. Dicen que fue un tiempo corto. Dicen.

Me distancié y lo miré. Sus ojos. Esos que me habían mirado tanto tiempo como una amiga, a los que yo les había devuelto la misma imagen. Esos que nunca supe si eran celestes o verdes. Esos mismos ojos, ahora me miraban con tristeza, que al tiempo supe que era simplemente un reflejo de mi expresión. ¿Nos habíamos equivocado? Yo tenía la mente desenchufada y el alma a flor de piel. Él se fue, sin decir nada más. 

Yo lloré, aunque ese nudo horrible ya no estaba más, como por arte de magia. Sin embargo se había atado otro, pero mucho más agradable. A veces lo extraño. Al nudo. No a él.

2 comentarios:

Yo deslizo, tu deslizas, él desliza, ellos deslizan, nosotros deslizamos, vosotros deslizáis.