El 24 de enero etiqueté "deslices revolucionarios", y fue la última vez. Tuve un año poco revolucionado. Sometida al sistema. No me queda otra, siento. Sentía. Niña escolar, que estudia, que quiere que le vaya bien, que se exige, que está bastante sometida a su superyó. Tal vez demasiado, se dice, me digo. Por eso es que mis deslices revolucionarios y mis pequeñas revoluciones no son con el sistema, no son como está de moda que sea. Son de otro tipo. Son, capaz, revoluciones de mí misma y de lo que se supone que tengo que ser. De lo que tal vez otros esperan de mí. Pares, quizás, algún que otro mayor. Pero mis rebeliones no son de las típicas. Quizás eso también haga coherente a ésta etiqueta.
Sin embargo tuve unos diez meses -me asusta el número- sin ellos. Tenía ganas de escribirlos, pero no aparecían. Tengo alguno que otro, un poco berreta, guardado en borradores, pero que me daba verguenza conmigo misma escribirlo acá. Era como forzar una existencia. Mentirles, mentirme.
Y ahora acá estoy. En un período en el que me siento muy así. En el que lo que a otros aflige, a mí me da risa. No, no es que soy cruel y me río de desgracias ajenas. Me río de mambos pelotudos. Me río de las peleas idiotas, de la mala voluntad de las personas, de la necesidad de sobresalir, de las ganas de mostrarse de una forma totalmente diferente a la que uno se supone que es. Carcajeo de las caras de orto permanentes, de los revolucionarios que se muestran en contra el sistema y en realidad son diez mil veces peores que yo, de los que fingen saber y en realidad no saben nada, de los que se quieren mostrar buenos con todo el mundo pero se les nota la serpiente. Disfruto situaciones que un tiempo atrás me habrían angustiado. Ya no voy a llorar por eso, por él, por ellos. Ahora voy a reírme. No voy a esquivarlo, esquivarlos. Voy a ir a buscarlos yo para tener otro buen momento. Porque sí, porque aprendí a tranformar lo malo en bueno, la mierda en arcoiris.
Me río, por ahí, para no llorar. Pero me río. Elijo reirme. Me río de lo que sería para llorar. Me río y me nutro de eso. Lo miro desde afuera. Ahora y para ésto, me gusta ser espectadora.