porque no está mal que terminen las historias mientras haya historias que contar

31.12.20

2020

El 2020 fue el año más raro de mi vida, y entiendo que probablemente el del mundo entero. Aprendí tanto que, por más dolor y dificultades que haya tenido, no me sale pensarlo negativamente. Y porque yo tengo algo, que no sé bien qué es, que me hace siempre encontrar un motivo para creer que está todo bien, aunque no lo esté. Aún en el encierro más encierro, ya con meses encima de no salir y con la luz al final del túnel muy muy lejos; yo me sentía feliz, aunque ahora no pueda entenderlo bien. Lo que sí, y esto es muy personal, no empecé el año de la misma manera. Terminé el 2019 muy triste y desorientada y de igual manera empecé el 2020. Y fue aislada que tuve que renacer. Que me amigué y aprendí a vivir sola, que cuando pensé que lo peor del desamor ya había pasado, vino otra trompada y me demostró que todo lo que nos pasa viene a hacernos dar cuenta de que somos lo suficientemente fuertes como para soportarlo y hasta para sacarle jugo y salir de ahí todavía más felices. 

    Deseo, primero que nada, porque no puedo abstraerme de la realidad, que este virus del orto se termine, de la forma que sea, con la vacuna que sea; pero que recuperemos nuestras vidas. También espero que si las cosas no vuelven a ser igual, sea de una manera positiva, que hayamos aprendido, que cuidemos al mundo, que disfrutemos más de los vínculos y de las cositas chiquitas y lindas que existen. Pido que seamos tolerantes y empáticos entre nosotros, entre todos, que no levantemos el dedo sin antes intentar entender; sin tratar al otro como nos gustaría que nos traten a nosotros en una situación similar. Al final (y más temprano que tarde) todo vuelve. Ojalá estén re rodeados de amor, no se olviden que hay mil tipos de amores y que el romántico no es el único que importa, y si lo está siendo, hay algo que mal y en algún momento nos lo va a cobrar. Porque las cosas que te cambian mucho la vida, al final no están tan buenas. Porque te la cambian dos veces, cuando llegan y cuando se van.

    Los quiero mucho. Este año fueron muy importantes para mí, realmente durante la cuarentena no me sentí sola porque podía intercambiar cosas constantemente con ustedes, compartirles las boludeces que pensaba o me pasaban y leer sus respuestas..; lejos está eso de la soledad. También tuve varios traspiés y momentos chotos y siempre estuvieron ahí conteniéndome, bancándome, y por sobre todas las cosas, comprendiendo que soy una pibita más y que nos pasa -o nos puede pasar- exactamente lo mismo. De corazón, gracias por eso. Por un 2021 mejor en todos los sentidos que sea necesario e igual en aquellas cosas que salieron bien (porque algo tiene que haber salido bien en el 2020, ¿no? Bueno, no respondan..). Los amo. Disfruten y, ah, también deseo que mañana no tengamos mucha resaca.

11.11.20

Primer plano

Anoche soñé con tu cara. No pasaba nada más, sólo te miraba muy de cerca, como cuando recién nos despertábamos y nos quedábamos conectados por los ojos y por el corazón. No sé qué gesto hacía yo, supongo que era uno medio espejo del tuyo, que me sonreía a boca cerrada muerto de amor. Jamás sentí tanta ternura en mi vida. Quizás no lo pueda explicar bien, pero me generabas tanta dulzura que a tu cara le decía "carita", por más que ya tuvieras entradas y dos laburos.

Me acuerdo de los picos mañaneros que eran picos y no besos porque todavía no nos habíamos lavado los dientes. Me acuerdo también de los besitos en los ojos mientras dormías, ahora lo cuento y no lo entiendo, ¿besos en los ojos? y ¿besos cuando el otro duerme, cosa que nunca se va a enterar del gesto? Bueno, ahí todo eso tenía sentido. 

También me acuerdo como ese "mirarnos muertos de amor" por un rato, cada vez empezó a suceder menos. Creo que al final solo era yo la que te miraba mientras dormías. Cuando estabas despierto y me prestabas atención, enseguida quería entretenerte, agasajarte, divertirte; que te valiera la pena ese ratito de verme para que te quedaras un ratito más o lo hicieras más seguido. 

Mil noches después, como si no te hubiera observado lo suficiente, me toca soñarte en ese primer plano que solo a vos te quedaba bien (al menos para mí). Como el mal aliento de la mañana, porque en realidad los picos te los daba más por no joderte a vos que porque me molestara a mí. Creo que hasta hoy no era consciente de lo poco que me pasa ahora que ando en miles y de lo mucho que puede pasar cuando solo mirás a alguien sonriendo en un despertar cualquiera, sin hacer absolutamente nada.

Y de que la eternidad puede durar un ratito. Nadie me va a discutir la infinitud de esas mañanas, tu mirada y tu sonrisa.


Anoche soñé con tu cara, y no pasaba nada más; pasaba todo. 

22.10.20

Voldemort

Cuando te conocí, "Ramiro" no me generaba absolutamente nada. Me resultaba totalmente neutro: no tenía ningún amigo que se llamara así y no recordaba jamás haberme chapado a uno. Después me acordé de uno o dos. Tengo un historial largo, ¿cuál hay? Pero nunca me hubiera imaginado que algunos años después tu nombre se iba a manosear tanto para mí. En mi celular, pasaste de ser "Rami Facu", a ser "Amor", a ser "Ramiro", a no estar, a ser "ForroDelOrto", a no estar otra vez. En algún flash pelotudo de intento de amistad post corte volviste a ser "Rami" y fue tan raro, horrible y forzado, porque yo nunca te decía Rami; que obviamente se volvió a ir todo al carajo. Desde que nos separamos fue siempre así: o se iba todo al carajo o se estaba por ir. No había otra.

Me dolía tanto oír tu nombre.... porque enseguida viajaba a cuando lo escuchaba en un almuerzo familiar en el que me preguntaban por qué no habías venido, y yo respondía que estabas estudiando para un final. Sabiendo que te extrañaba, que te veía en un rato, que éramos para siempre. La palabra mágica era la misma: Ramiro. Pero significaba cosas tan distintas... quizás porque mi sensación era que no eras ese Ramiro, que ya eras otro. Y ahí la duda, de cuál era el real, si yo había estado ciega tres años o el de después estaba confundido. O tal vez los dos eran verdaderos, pero simplemente habías cambiado... 

Tanto me dolía nombrarte o escucharte, que agarré el consejo de mis amigas, que medio en chiste a veces le decían a sus exs al revés. Pero un al revés raro, estratégico: ni siquiera suena parecido, da la sensación de que se habla de otra persona. Tal cual como yo te sentía. Luli llamaba Ylrach a Charly; Pauli, Olbap a Pablo. Es hasta gracioso, y cuando te empecé a decir Orimar, descubrí que me sirvió. Orimar. Entonces en vez de querer llorar o sentir un escalofrío, me reía. Y ya no me llevaba a mi Ramiro, sino a otro tipo. Tal cual lo que percibía, o necesitaba percibir.

"No quiero convertirme en Voldemort", me pediste una vez. Ja, sí, también te dije así, obvio. "El que no debe ser nombrado" decían en Harry Potter. No era muy original, pero ¿a quién le importa serlo cuando se trata de llorar un poco menos? Tuve varios Voldemorts antes que vos, pero más de graciosa que de rota. El verdadero Tom Riddle eras vos. 

Entre risas, en algunos de esos baches de amistad exigida y dudosa en los que en mi celu eras "Rami", te conté lo de Orimar, con un poco de miedo de asociar ese nombre también a un vos que me generara cosas buenas. Pero los grises duran tan poco y terminan siendo tanto más horribles que el peor extremo, que no pasó. Me acuerdo que te reíste, y lo hice para eso además, para ver si te acordabas de mi versión luminosa y chispita. También me acuerdo que dijiste que no teníamos por qué odiarnos. Coincidí. Por primera vez me pareció que podía quererte de lejos, aceptar que que no hubiésemos funcionado no significaba que tuvieras que ser mi enemigo. Pero no, al final no me dejaste. Si no querías convertirte en mi Voldemort, ¿por qué parece que hiciste todo para que sí?

Con el tiempo, ya no hay apodos chistosos ni de película. Hasta puedo nombrar a alguien que se llame igual que vos y que no se me estruje algo en la panza. Lo que todavía no me queda claro es si es porque dejé de sentir cosas por vos o porque simplemente ya no siento nada. 

6.10.20

Morir de amor

Había pasado un día nomás de que me habían robado el alma, pero yo ya lo sentía una eternidad. Arrancaba ahí el momento de mi vida en el que más lento iba a pasar el tiempo. Yo lo medía en horas, como los médicos. Había mucho de eso: no voy a negar que más de una vez deseé que existiera una pastilla que reconstruyera el corazón o borrara recuerdos -o más bien personas- de la cabeza. En ese momento me chupaba un huevo el aprendizaje, la vida, la experiencia. Prefería que nada hubiera pasado. Prefería nunca haber amado tanto y ya. Lo que sentía era insostenible. Y encima, recién iban 30 horas. 

La gente que te quiere ya no sabe qué hacer para levantarte. Algunos te dicen que llores y otros te lo prohíben. Algunos te dicen que ya va a pasar y otros que no importa cuánto dure, que no hay tiempos en el desamor. Algunos no paran de escribirte y llamarte, y otros no te quieren molestar. Hay frases que se repiten, que cualquiera que estuvo destrozado por amor se cansó de oírlas, que por momentos las agarró, otros las desechó, otros las agradeció por compromiso, otros se hinchó las pelotas y mandó a todos a cagar. Que te merecés mucho más, que todo pasa por algo, que te permitas estar así, bla, bla, bla... Pero hubo una que a mí me resonó particularmente por lo bien que suena y lo inútil que es. 

"Nadie murió de amor". Me la dijo mamá, también un par de amigos y otros desconocidos. Lo primero que pensé al escucharla fue que entonces no podía ser tan tremendo mi mal. Pero al ratito nomás me di cuenta de que podía ser mucho peor, porque mi miedo no era morirme, yo ya sabía que no me iba a morir de eso. Mi miedo era vivir hecha mierda para siempre. Porque cuando estás roto, más que el dolor, el desamor, la tristeza y la soledad; lo que más angustia es la sensación de que no hay cura, de que nunca va a pasar. Es una enfermedad crónica que no te mata pero tampoco te deja ser feliz. Por eso dormía tanto. Porque era lo más parecido a no estar.

Todo esto e iban recién 31 horas. Mi pena recién empezaba. Después va cambiando la medida, muy de a poco... pasás a contar en días, en semanas, en meses..; hasta que un día te das cuenta de que dejaste de contar. Casi siempre ese mismo día también es cuando ya no te arrepentís ni te tomarías la pastillita del olvido, si existiera. Al tiempo estás diciendole inútilmente a algún amigo que todo pasa por algo y que se merece mucho más. Y a vos mismo también, eh. Las segundas penas nunca duelen tanto como las primeras. Y ahora además de saber que nadie murió de amor, también sabés que tampoco se puede vivir destrozado para siempre. "Siempre le encontrás la vuelta para ser feliz..."

15.9.20

Puta ingenuidad

Hace un tiempo que odio mirar fotos viejas. Claro que de esto me doy cuenta ahora; en serio, exactamente en el instante en el que escribo estas palabras. 

Me veo a mí sola o abrazando, en varios países del mundo o en una calle de Belgrano, casi siempre sonriendo. ¿Por qué algo me duele? No es simple melancolía, no; la experimenté toda mi vida y la sé distinguir a la perfección. Es algo más. 

No tuve que esforzarme mucho para descubrirlo porque solita me encontré, una mañana nublada de septiembre, hablándole a una foto. Más bien a la Nati de esa foto. Fue exactamente a una congelada cantando en Moscú, rodeada de celeste y blanco, en los hombros de un pibe. No les puedo contar lo que le dije. O lo que quisiera haberle dicho. Pero era como una pena por la ingenuidad de esa sonrisa, porque si hubiera sabido un montón de cosas que tenía el futuro guardadas, probablemente no estaría mostrando tanto los dientes. Me dieron ganas de avisarle, de decirle, no sé para qué, porque no cambiaría ninguna cosa. De hecho, me hubiera quitado disfrute saber lo que venía, y si hay un motivo que hace que no me arrepienta de nada, es lo bien que me sentí en mi puta ingenuidad. Me da ganas de ir a Moscú y abrazarme a mí misma, si tan solo supiera que... pero más difícil que volar a Rusia es viajar en el tiempo. A otra cosa.

La lástima por esa puta ingenuidad se me va cuando pienso que ahora también estoy siendo tiernamente ingenua de unas tantas otras cosas que están por venir. Y que la foto que subí ayer a Instagram, seguramente va a terminar charlando con mi yo del 2023, que va a sentir la misma compasión. No quisiera ser tan consciente de esto, aunque un poco creo que siempre lo fui. Por algo cuando cumplí 25 escribí sobre la Nostalgia Prematura. 

Contaba sobre cuando estaba por soplar las velitas, que levanté la mirada de la torta y vi cantándome "que los cumplas feliz" a todas las caras que necesitaba para ser feliz. Todas. Nunca me sentí tan completa en mi vida. Estaba experimentando probablemente el momento más alegre de mi existencia. Pero no, al toque ya no, porque llegó la Nostalgia Prematura a decirme "esto no es para siempre". Entonces lloré, un poco de felicidad por lo afortunada que me sentía al estar rodeada de tanta gente amada, y otro poco de tristeza por lo desdichada que me hacía sentir saber que en algún momento iba a vivir con la noción de que supe tenerlo todo y que ya no. Nostalgia Permatura. Mirar al presente con ojos de pasado. El nuevo mal de la época.

Después, efectivamente pasa el tiempo, encontrás una foto de tu cumpleaños numero 25 o saltando en el mundial de Rusia, y esa nostalgia anticipada se transforma en nostalgia real. Melancolía concreta. Todo lo que sentías era así. Y a veces es mejor no tener razón. Pero no todo es tan grave: siempre está el real y hermoso recurso de sentirte una topadora que arrasa con todo y que le podés sacar hasta los huesos, pero nunca va a dejar de sonreir en las fotos. Y no de careta, de que a pesar de todo, siempre le encontrás la vuelta para ser feliz.

7.9.20

Como un film toda mi vida

Tengo una filosofía con el sueño. No sé cuándo la adopté, supongo que un día en el que me di cuenta lo horrible y evitable de ese pseudo-sufrimiento de estar quedándote dormido y esforzarte por mantener los ojos abiertos. Notar a los párpados como lentamente se ponen pesados; percatarse de que ese microsegundo de "ojos cerrados" natural de pestañear, se va volviendo cada vez más largo, hasta que en un momento se transforma en dos, tres segundos; quizás diez o más (ya no sabés bien). Pero ahí estás, haciendo fuerza por que permanezcan abiertos. A veces te das cuenta como hasta tu mente cedió un poquito al "más allá" de dormirse. Y volver a la película, resulta sumamente desagradable hasta para tu cabeza. Ah, eso, porque casi siempre pasa mirando una película.

Un día decidí que no valía para nada la pena. ¿Para qué seguir sufriendo? La puedo ver mañana, o pasado, o tal vez nunca; pero no pienso pasarla mal. La peli no es tan buena, y aunque lo fuera, si la voy a padecer, mejor verla en otro momento. La secuencia se complica un poco cuando estás acompañado. Al otro, quizás enchufadísimo, le jode un montón que abandones. Porque o lo obligás a frenar (yo siempre hago esto, ¿acaso no era un plan juntos?) o no sé, a la gente le molesta. Debo admitir que cuando es así, me esfuerzo un poquitito más. Quizás es recién al quinto pestañeo largo que aviso. Porque aviso, eso sí: quedarme dormida sin decir nada me parece una traición. Además de que no quiero que me interrumpan en mi dulce entrega al más allá. 

Si hablamos de obstáculos para esta filosofía, el cine lo fue por mucho tiempo para mí. Realmente nos vestimos, perfumamos, subimos al auto, pagamos una entrada y armamos toda una movida para venir acá a ver una película. ¿Cómo me voy a dormir? Bueno, después de otra vez medir pros y contras, decidí también entregarme aún en una sala de cine. Al día de hoy, en mis últimos años, debo tener más películas no terminadas que terminadas. Algunos podrán horrorizarse, pero es mi filosofía. La vida ya tiene muchas instancias de sufrimiento que no podemos controlar, yo voy a evitar todas aquellas que sí pueda.

Los que me conocen, casi nunca quieren ver películas conmigo. Tampoco me preocupa. Es hasta mejor: si aceptan ponerle play a algún título de Netflix en mi compañía, son todavía menos las explicaciones que tengo que dar cuando me quiero dormir. "Ya sabés cómo soy", digo, y escondo un tácito "y me querés así".  Hay cosas peores, ¿no?

Pero toda regla tiene su excepción. 

Una vez amé tanto que no me quería dormir. Que quería estar en esa cama y en ese abrazo presente y sintiendo sin que ninguna otra dimensión me arrastrara, por más cansada que estuviera. No quería desperdiciar ni un segundo de esa infinitud. Mi pecho física, química y sentimentalmente conectado con ese otro pecho eran mejor que cualquier película del mundo, esa sí que no daba pausar. Sobretodo porque sabía que si me dormía, lo que restaba era despertarme, despedirme, y ¿quién sabía cuándo iba a ser la próxima vez? 

Por suerte, siempre en algún momento el sueño me venció. Y digo "por suerte" porque ojalá nunca te pase quedarte despierto y darte cuenta que el final llega igual. Que es inevitable. Que no hace falta dormirse para que se termine. Que no es necesario viajar a otra dimensión y volver para que en algún momento salga el sol. Y el sol representa cosas lindas la mayoría de las veces, pero en esta clase de amores esporádicos, es más malo que Cruela de Vil. Y la luna, es el colchón, el vino, la música de fondo y la mejor cupido de todas. 

Ninguna peli vale tanto la pena, como la propia. Y menos si es nuestra y es de amor.

1.9.20

1 de septiembre

Leo en Twitter que hablan de un mes nuevo, del siguiente al que venimos. Me pasó en abril, en mayo, en junio, en julio, en agosto; por eso no hablo de ninguno puntual. Empiezan los chistes típicos: saludar a abril, indignarse con la gente que saluda a abril, decir que mayo pasó rápido, pedirle a junio que traiga cosas buenas, joder con que julio también va a ser una mierda, decir "Agosto con A de Amor" o "Aguante el vino" para los más anti; y septiembre, que siempre viene con los detractores de setiembre sin "p", entre los cuales sin ninguna duda me incluyo. ¿Tanto se ahorran sacando una "p”? ¿En qué van a invertir ese microsegundo que ganaron? Espero que sea algo valioso porque a mí me quitó 3 años de vida.

Entonces, decía, veo el revuelo típico de "nuevo mes" pero hay algo en mí que se niega a creer que ya arrancó; por eso cierro las aplicaciones y miro el calendario del celular: 1 de algo. No sé por qué ese cambio pega, porque a fin de cuentas es simplemente un día más, como pasó del 29 al 30 o del 30 al 31. Pero a mí algo me pasa. Porque suspiro.

No sé por qué, sólo sé que suspiro. Quizás sea un poco de miedo o tal vez sólo asombro. Aunque hoy, después de tanta cosa (¿se pusieron a pensar que estando encerrados y sin que pase "nada", en el fondo y en el alma nunca nos pasaron tantas cosas?) entiendo o creo entender un poco más a ese suspiro, que se me escapaba cada primero de algo pero nunca me había puesto a cuestionar.

Me enojo conmigo y con el tiempo: ¿cómo ya septiembre y no me curé lo suficiente? Es la noción de que allá afuera siguen pasando cosas y quizás acá adentro el rítmo es otro. Quizás estoy todavía en julio o en abril o tal vez en 1874. Porque si no fuera por los meses y los días; nadie podría juzgar o medir o comparar. Pero ya es septiembre, o ya fue agosto, o julio, o marzo. Y deberías estar de tal o cual forma. O haciendo tal otra. 

Pero no todo es un bajón, porque me avivé en septiembre, que es primavera, flores y colores. Porque se respira infinitud en el aire. Porque arrancan los días cada vez más largos y más lindos, porque hacía muchas primaveras que no sentía tanto la sensación de "todo puede pasar" como ahora. Creo que a veces nos olvidamos de lo hermosa que es la libertad de no sentirse tan afortunado. Quiero decir: el que mucho tiene, acotó sus posibilidades. Su futuro está más o menos encarrilado. Y lo felicitamos y nos alegramos por su prosperidad. Pero para los que sentimos que nos falta alguna pata de la mesa, o varias, quizás tantas que a veces ni siquiera parece una mesa: no nos olvidemos que podemos armar, con esa misma mesa, si queremos, una casita. O tirar la mesa por la ventana y armar lo que se nos cante el orto. El futuro es infinito y es nuestro. 

En invierno también, pero bueno, yo siempre me acuerdo en los septiembres que me agarran soltera.

20.8.20

Chau bici

11 de marzo de 2019

Ramiro:

aunque a tus ojos no hago nada, todos los días te extraño. Me encuentro diciendo que te quiero y que te amo. Dos sentimientos que creía que eran similares y sólo tenían un orden jerárquico que los diferenciaba, y hoy me sorprendo de notar que pueden ser dos cosas completamente distintas y, a la vez, coexistir. Te quiero como persona, hasta desde lejos; te quiero por lo que fuimos y por lo que aprendí. Te quiero por quién sos. Y te amo por quiénes somos. Te amo cuando te imagino cerca, te amo enroscada en tu cuerpo y sintiendo que somos nuestros, yo mía y tuya, y vos tuyo y mío, tan amalgamados que no sabemos bien dónde arranca uno y dónde el otro y ni siquiera podemos encajarnos los pronombres porque somos la misma cosa. Éramos.

Te re pienso. Todos los días y varias veces. Pero no hago nada, ya no. ¿Sabés por qué? Porque ya hice, e hice tanto. Y descubrí que yo sola no podía elegir que todo se resolviera, que no dependía únicamente de mí y que evidentemente vos no tenías ganas. Pero sí había una cosa que podía decidir yo, una sola: irme. Entonces por primera vez agarré el manubrio de esta bici fallada de fábrica, y doblé. 

Por primera vez desde que empezamos a pedalear juntos siento que mi destino también es mío. Y me siento fuerte así. Yéndome. Ya no soy una banderita que se mueve según cómo la soples. Soy mi propio viento. Y ahora que tiré la bici y empecé a caminar, a hacer dedo, a surfear sin olas en el medio de la ciudad, ya no estoy segura de extrañarte. El "te amo" se me va despegando como esas remeras con estampas baratas después de un par de metidas en el lavarropas. El "te quiero" me queda, y me siento orgullosa de que así sea. 

Hay algo que me asusta, y no es andar sola por Buenos Aires, ni correr las calles, ni los bondis, las motos o los camiones que estoy aprendiendo a manejar. Me da miedo olvidarme de cómo se anda en bici. Aunque, quién te dice, quizás mi próximo chico venga en forma de cuatriciclo o de OVNI. ¿No le encanta a la gente decir eso de que ningún amor es igual que el anterior?

Te quiero.

Martina.

9.8.20

Empate

Todos queremos ganar los partidos. En la cancha y en el amor, donde es extrañamente hermoso, porque cuando un partido se gana, no hay perdedor. Los goles en un arco se festejan y los goles en el otro, también; o quizás más bien los mejores encuentros son cuando hay un sólo arco, y sin arquero, y los dos equipos meten muchos goles terminando así un fantástico 89 a 0. 

Perder es horrible, porque ganar se gana de a dos, pero perder se pierde sólo, más allá de cómo termine el otro. Ya mucho no importa. Y se llora, se sufre, se lamenta. Ya sabemos lo que hay que hacer en los fracasos. Ya sabemos cómo se siente. Mucho y feo, pero lo tenemos aprendido, y lo más importante, sabemos que en algún momento pasa. Como todo, como siempre.

No así en los empates. Por eso los odio, en el fútbol y en la vida. Porque tienen gusto a nada. A poco, a no resuelto. Porque no sabemos cuánto dura la incertidumbre de un post empate. Porque así de insulsa como es, de imperceptible y neutra, deja ese sabor insípido durante mucho tiempo. Porque abre mil preguntas, porque nos enseñaron a perder y a ganar, pero nadie nos dijo qué hacer cuando no hay goles. Porque lo dije toda mi vida, aburrirse es peor que romperse.

Es que muchas veces los finales son derrotas, pero casi nunca nada termina definitivamente ahí. Porque después aparecen esporádicamente los encuentros y las charlas políticamente correctas, esos 0 a 0 que al terminar te sugieren que era mejor no jugar ese partido, no por doloroso, sino por evitable. No hacía falta, no porque duela, justamente, ya ni siquiera duele. Sino por ese gusto a nada que te viene a recordar hace cuánto que no jugás un partido como la gente. 

Vos y yo somos un clásico que llenó mil estadios pero que hoy se hace sin público y ni los futbolistas tienen ganas de jugar. Es momento de aceptarlo: ya no somos un clásico. Cambiamos de liga o de deporte, pero ya no hay show. Y claro, ya sabés cómo es la cosa para mí: show o nada, mi amor. 

29.7.20

El último beso

Esta vez Ramiro le ayudó a juntar sus pertenencias. Cuando Martina se percató, el enojo se transformó en dolor, así, en un segundo. No era como las otras veces, que ella metía la crema en la mochila y él iba y la sacaba. Tampoco miraba triste desde el sillón. Ahora le guardaba las cosas. "No te olvides el perfume", "acá está tu pijamita", "¿los botines de hockey los habías dejado acá?". Esta vez era en serio. Y ella se arrepintió de tantos amagues, tantos berrinches, tantos falsos finales. Ni siquiera habían servido de práctica. Esto era un hachazo en la mitad del alma.

A cada paso, Martina imaginaba un posible arrepentimiento; en cada cosita que él metía en una bolsa, cuando ella pidió el auto, cuando el taxista tocó el timbre, cuando esperaban el ascensor, cuando bajaban, cuando salían por la puerta. Ya había pasado muchas veces, quizás ésta sólo se estaba haciendo esperar. Ella lo veía en su cabeza. Él le iba a decir que la amaba, que está bien, que lo intenten de vuelta. Que perdón. E iban a vaciar las bolsas, cancelar el taxi, tener un par de días raros y volver a la "normalidad". Pero no estaba pasando, y fue con la puerta del coche abierta y todas las cosas ya en el baúl del auto, que comprendió que no iba a pasar.

Ramiro, con los ojos más tristes del mundo, la agarró despacio del cuello y se acercó para darle un beso en la boca. Martina se aproximó también, hasta casi tocarse los labios, pero al final retrocedió. Llena de mocos y de lágrimas, lo único que pudo decir fue: "cada beso más que me das es un beso más que me va a doler después". Pocas cosas tenía claras, pero de eso estaba segura. ¿De qué le servía ese beso cargado de tristeza, de chau, de mucho "nunca más"? No iba a disfrutarlo sabiendo que era el último. Y era una cuchillada más en el corazón a curar después. Un recuerdo más de la sensación de esa boca con la suya que iba a tener que olvidar, sumado a los otros mil millones. 

No se lo dio. Miento si digo que ya había entendido que esta vez no era como las anteriores. Esperó el mensaje arriba del taxi, lo esperó cuando llegó a su casa, lo esperó toda esa semana, ese invierno, ese año. Algunos cuentan que todavía lo espera. También dicen que ese día, cuando Ramiro le juntaba las cosas, entre las cremas, los pijamas y los botines, le devolvió su corazón. Claro, ella se lo había entregado, hacía mucho, casi sin querer. Se rumorea que estaba todo roto, despedazado; casi en migas, y que ya era mucho más un gris que un rojo. 

Algunos hasta se atreven a decir que Martina nunca lo sacó de la bolsa, 
y que al día de hoy 
no sabe dónde está.
El estante de las bolsas de bolsas siempre es un incordio. 

20.7.20

Amigas

Si todas esas caídas me llevaron a descubrir que tengo quien me ponga hielo en el chichón mientras me hace reir y me caga a pedos por no mirar el piso mientras corro

Si todos los para siempres que me dijeron y me tuve que meter en el orto, hacen que hoy entienda que no hace falta marco temporal para los sentimientos infinitos y que con ellas me siento poderosa sin mirar el reloj...

Me caigo a propósito

Que me vuelvan a mentir

Porque hoy no hay caída ni mentira que me encuentre tan perdida y sola.
Porque tengo a mis amigas.
Porque siento que tienen mi alma desnuda en sus manos y que me aman íntegra y completamente.
Porque es uno de los pocos lugares donde no escondo nada.
Porque conocí la empatía más profunda de alegrarme tanto por algo ajeno hasta llegar a confundirlo como propio.
Porque sé que mis alegrías ya no son mías, son nuestras.
Y porque hoy siento que no creo que exista pena tan grande como para voltearme.

Porque entre tanta mugre, gente que lastima, que abandona, que no le importa; gente que juega, que entra y que sale como si fuésemos puertas giratorias; entre tanta superficialidad y liviandad, entre tanta inestabilidad y fugacidad...
Mis amigas son ese lugar seguro y atemporalmente eterno que sé que permanecerá constante aunque todo siga cambiando. Lo quieto en el medio del caos. Donde sé que sigo estando aunque física y fácticamente no esté.

Las celebro siempre, desde hace un tiempo, que me desperté. Después de los golpes, y las caídas, y los errores. Hoy en las redes y quizás con algún mensajito extra, pero no me canso de decirles que las amo y que gracias.

15.7.20

El amague

Hace casi 2 meses que me nutro de imágenes en sepia o sin color, como en las series cuando hay un flashback. "Me nutro" es una forma de decir, porque en realidad me les escapo. Me la pasé evitando todo tipo de estímulo que me llevara ahí. E igual, todo me daba a viejo. A cáduco. A muerto. A olvido. 

Tengo miedo. Estoy a punto de generar un recuerdo nuevo. A punto de volver a verte, a vernos, pero vívidos, de color, con mucha saturación; como siempre te gustó editar las fotos. Siempre antes. Ahora ya no sé bien cómo sos ni qué filtro usás en Instagram. 

Tengo miedo porque de fallar, va a ser un recuerdo más en sepia para desgarrarme después. Para romperme. Algo más que me atasque. Una página nueva que borrar, y ni siquiera sé si voy a poder, porque me estoy cansando de pasarle la goma a este cuaderno y que no desaparezca ni una palabrita.

Suena el timbre. Me late el corazón como nunca. Pensé que eso de que se acelerara por amor era una mentira de las novelas y las canciones. Cuento hasta 100 a ver si esto que me explota adentro se calma, y te abro. Pongo en el grupo de whatsapp de mis amigas que llegaste. Escribo mal como si estuviera borracha. Si fuéramos los de antes, te pondría la mano en mi pecho para que veas cómo está. Te reirías. Me dirías que estoy loca y me darías un beso. Pero ahora tengo que fingir. 98, 99, 100. 
"¿Quién es?"

Continuará...
O no. 

7.7.20

Los bares de Palermo

Cuna de la noche, cada bar es una historia. Todos ellos. Lo descubrí hace no tanto, andando en bici, cuando se podía. No sé cómo hice, porque no soy sommelier de vinos ni cervezas ni inspectora de antros nocturnos; tampoco armé una planificación para recorrer todos los locales de la noche como hobbie ni para escribir la columna semanal de alguna revista. Serán mis ya casi 10 años de beber, salir y sentarme en esas banquetas incomodas de la mayoría de los pubs, supongo.

Empecé a hacer este ejercicio para entretenerme mientras andaba, por algún motivo, sin los auriculares puestos. O quizás solamente para invocar mi pasado, refrescarlo y así darle unos años más de vida. Hasta encontrar un deporte nuevo y renovarlos de vuelta. Es que no quiero que se vayan. Ningún recuerdo ni ninguna historia, pero menos los teñidos por la noche, el humo y el alcohol. Es que para mí tienen un tinte distinto. Tal vez (y me di cuenta en el tercer bar que uní a su respectiva anécdota) porque siempre me perfumé, vestí y maquillé creyendo que esa noche me iba a cambiar el destino. Ninguna lo hizo. Y en el fondo, menos mal. Sería raro que un Antares a las 3:34 de la mañana te desvíe veintialgo de años yendo a alguna parte.

Pero aún así, entendiendo que la vida es muchísimo más que unas cervezas en un bar de mala muerte; puedo hacer un boceto clarísimo de mis 26 años con solo unir mis borracheras. Por más que haya salidas insignificantes, al pasar por cada uno de estos lugares, con sólo invocar una foto nunca sacada de esa noche, yo veo mucho más. Primero llega lo anecdótico, lo puntual: a Camila casi le pegan una piña por defenderme de la loca que me quería abrir la puerta del baño. La primera cita con el pibe que me hizo llorar porque yo no quería coger. La vez que un chabón le regaló a Micaela un poema y una rosa. La previa en la que ninguno de los chicos que nos invitó, nos vino a hablar. El día que nos robamos la manija de una puerta. Cuando dijimos que era el cumple de Flor para que nos regalen un champagne, y nos lo trajeron, pero después nos lo cobraron. Podría seguir hasta mañana.

Después del título, de lo ganchero, de lo especial (el día que una noche no tenga algo especial, voy a dejar de salir), llega, como una nube de esas que se mueven rápido después de una alta tormenta, todo mi yo de ese entonces. Enseguida sé qué me pasaba, qué no, con qué soñaba, quién me gustaba, qué sentía, qué me dolía, qué me mambeaba. A mí los bares me cuentan historias. Mías.

Nada tangible, todo en mi memoria y en la de mis amigas, que casi siempre se acuerdan más que yo. Ahora pienso, habrá sido por eso que una noche quise escribir la puerta de un baño. Mi nombre, otro nombre, un corazón. Parece muy infantil, pero con 5 fernets encima y sonando alguna canción algo trash, se sentía más rockero. Lo duro fue cuando tiempo después volví y me encontré con esa inscripción, pero ya no de una realidad, sino de un pasado que todavía dolía. Ahí lo entendí a la perfección: nunca hay que dejar nada propio en un bar. Hay que llevarse todo. Recuerdos, anécdotas, amor, y hasta la manija de un baño si querés. Pero ojo con olvidarte algo ahí porque un día volvés siendo otro y el bar sigue siendo el mismo.

Tantos científicos y filósofos queriendo entender la medida del tiempo, y ahí estaba, re fácil, re a la vista; en los bares de Palermo. Mirá vos.

31.3.20

Cuarentena

Me entusiasmé cuando todos empezaron a decir que encerrados y solos no nos iba a quedar otra que encontrarnos con nosotros mismos. Primero, porque suena muy Casi Ángeles, obvio. Y segundo, porque creo que me vendría bien un par de revelaciones, de caída de fichas, de redescubrimientos propios y abrazos a mí misma al conocerlos. Es la oportunidad perfecta para saludar una parte nuestra que desconocíamos y enamorarnos de ella, y por ende, de nosotros. O cruzarnos con un fantasma del pasado y matarlo, o al menos divisarlo para salir a pelearle en algún momento. 

Fichas. Postas. Verdades. Con dolor o con risas, pero resoluciones. Tiene sentido. Pero es mentira. 

Es mentira porque estamos viviendo una irrealidad. Nunca viví otra cuarentena mundial, no cómo se siente que toda la sociedad tenga que encerrarse por un virus super contagioso. Nunca estuve tanto tiempo sola en casa. Nunca estuve tanto tiempo haciendo una misma cosa. No sé si estoy bien o mal. Sé que estoy. No sé cómo sería pasar una cuarentena "bien" ni cómo sería pasarla "mal". Nunca me pasó y nunca me lo imaginé. La paso. Tacho días. Estoy constantemente en una neutralidad casi asfixiante. Pero nada grave. Normal. Porque como dije, no sé cómo sería pasarla mal. Nomás me siento así: rara, desconocida, en una que jamás viví y probablemente jamás viva de vuelta. 

No puedo concluir nada porque no tengo un contexto de normalidad para entender lo que me pasa o lo que siento. Todo huele a eso: a extrañeza, a que no tiene mucho sentido estar haciendo lo que estoy haciendo pero "no me queda otra". No le doy valor a casi nada de lo que siento o pienso, porque todo está bajo ese temple de singularidad y anormalidad. Creo, en cada idea o cada percepción, que nada de eso va a tener sentido cuando volvamos a la vida real. Como cuando pensás algo fumado que te parece brillante y unas horas después no le encontrás nada interesante. 

Se me ocurre, tal vez, que la ficha va a caer el día que volvamos a la calle. Que estamos procesando muchas cosas sin poder apalabrarlas ni interpretarlas, pero que nos vamos a dar cuenta cuando todo esto se termine. Estoy ansiosa. No por triste, menos por demasiado feliz; más que nada por curiosa y aburrida. Porque si hay algo que estamos, es aburridos. Y nada mejor para un aburrido que un cambio de paradigma.

18.3.20

Las chicas del 2020

Digo por todos lados que tengo ganas de vos y me las estoy metiendo en el orto, pero si supieras, mi amor, que las pibitas de esta década no tenemos ni idea de cómo se hace eso. 
No nos guardamos nada. Preferimos quedar para la mierda, pero no con la duda. Si nos quedamos quietas es porque lo que tenemos por delante ya no nos complace. No nos interesa. No nos sirve.
Si tuviéramos ganas, mi vida, lo haríamos. Me tendrías ahí. Nos tendrían en esa llamada, ese whatsapp, o en la puerta de sus casas, como se hacía en los años de nuestros viejos. Estamos acá, y si creen que nos estamos comiendo los dedos: no se confundan. Las chicas del 2020 no nos comemos los dedos por nada. No pensamos en nada más que en lo que queremos. Que hoy, es a nosotras mismas.

Si tuviera ganas, estaría ahí. Nunca me importó la dignidad, el qué dirán; nunca me importó que no me quieran. Siempre igual lo intenté, siempre salí a buscar, siempre "me regalé", siempre hice lo que quise. No creas que me estoy muriendo de ganas. Si estoy quieta es porque quiero. Y porque lo que ofrecés, ya de verdad no me interesa.

Si no me tendrías ahí. Y estoy acá.
Con lo que me quedó. Pero acá.
Y con menos dientes, pero sonrío más que antes.