porque no está mal que terminen las historias mientras haya historias que contar

15.9.20

Puta ingenuidad

Hace un tiempo que odio mirar fotos viejas. Claro que de esto me doy cuenta ahora; en serio, exactamente en el instante en el que escribo estas palabras. 

Me veo a mí sola o abrazando, en varios países del mundo o en una calle de Belgrano, casi siempre sonriendo. ¿Por qué algo me duele? No es simple melancolía, no; la experimenté toda mi vida y la sé distinguir a la perfección. Es algo más. 

No tuve que esforzarme mucho para descubrirlo porque solita me encontré, una mañana nublada de septiembre, hablándole a una foto. Más bien a la Nati de esa foto. Fue exactamente a una congelada cantando en Moscú, rodeada de celeste y blanco, en los hombros de un pibe. No les puedo contar lo que le dije. O lo que quisiera haberle dicho. Pero era como una pena por la ingenuidad de esa sonrisa, porque si hubiera sabido un montón de cosas que tenía el futuro guardadas, probablemente no estaría mostrando tanto los dientes. Me dieron ganas de avisarle, de decirle, no sé para qué, porque no cambiaría ninguna cosa. De hecho, me hubiera quitado disfrute saber lo que venía, y si hay un motivo que hace que no me arrepienta de nada, es lo bien que me sentí en mi puta ingenuidad. Me da ganas de ir a Moscú y abrazarme a mí misma, si tan solo supiera que... pero más difícil que volar a Rusia es viajar en el tiempo. A otra cosa.

La lástima por esa puta ingenuidad se me va cuando pienso que ahora también estoy siendo tiernamente ingenua de unas tantas otras cosas que están por venir. Y que la foto que subí ayer a Instagram, seguramente va a terminar charlando con mi yo del 2023, que va a sentir la misma compasión. No quisiera ser tan consciente de esto, aunque un poco creo que siempre lo fui. Por algo cuando cumplí 25 escribí sobre la Nostalgia Prematura. 

Contaba sobre cuando estaba por soplar las velitas, que levanté la mirada de la torta y vi cantándome "que los cumplas feliz" a todas las caras que necesitaba para ser feliz. Todas. Nunca me sentí tan completa en mi vida. Estaba experimentando probablemente el momento más alegre de mi existencia. Pero no, al toque ya no, porque llegó la Nostalgia Prematura a decirme "esto no es para siempre". Entonces lloré, un poco de felicidad por lo afortunada que me sentía al estar rodeada de tanta gente amada, y otro poco de tristeza por lo desdichada que me hacía sentir saber que en algún momento iba a vivir con la noción de que supe tenerlo todo y que ya no. Nostalgia Permatura. Mirar al presente con ojos de pasado. El nuevo mal de la época.

Después, efectivamente pasa el tiempo, encontrás una foto de tu cumpleaños numero 25 o saltando en el mundial de Rusia, y esa nostalgia anticipada se transforma en nostalgia real. Melancolía concreta. Todo lo que sentías era así. Y a veces es mejor no tener razón. Pero no todo es tan grave: siempre está el real y hermoso recurso de sentirte una topadora que arrasa con todo y que le podés sacar hasta los huesos, pero nunca va a dejar de sonreir en las fotos. Y no de careta, de que a pesar de todo, siempre le encontrás la vuelta para ser feliz.

7.9.20

Como un film toda mi vida

Tengo una filosofía con el sueño. No sé cuándo la adopté, supongo que un día en el que me di cuenta lo horrible y evitable de ese pseudo-sufrimiento de estar quedándote dormido y esforzarte por mantener los ojos abiertos. Notar a los párpados como lentamente se ponen pesados; percatarse de que ese microsegundo de "ojos cerrados" natural de pestañear, se va volviendo cada vez más largo, hasta que en un momento se transforma en dos, tres segundos; quizás diez o más (ya no sabés bien). Pero ahí estás, haciendo fuerza por que permanezcan abiertos. A veces te das cuenta como hasta tu mente cedió un poquito al "más allá" de dormirse. Y volver a la película, resulta sumamente desagradable hasta para tu cabeza. Ah, eso, porque casi siempre pasa mirando una película.

Un día decidí que no valía para nada la pena. ¿Para qué seguir sufriendo? La puedo ver mañana, o pasado, o tal vez nunca; pero no pienso pasarla mal. La peli no es tan buena, y aunque lo fuera, si la voy a padecer, mejor verla en otro momento. La secuencia se complica un poco cuando estás acompañado. Al otro, quizás enchufadísimo, le jode un montón que abandones. Porque o lo obligás a frenar (yo siempre hago esto, ¿acaso no era un plan juntos?) o no sé, a la gente le molesta. Debo admitir que cuando es así, me esfuerzo un poquitito más. Quizás es recién al quinto pestañeo largo que aviso. Porque aviso, eso sí: quedarme dormida sin decir nada me parece una traición. Además de que no quiero que me interrumpan en mi dulce entrega al más allá. 

Si hablamos de obstáculos para esta filosofía, el cine lo fue por mucho tiempo para mí. Realmente nos vestimos, perfumamos, subimos al auto, pagamos una entrada y armamos toda una movida para venir acá a ver una película. ¿Cómo me voy a dormir? Bueno, después de otra vez medir pros y contras, decidí también entregarme aún en una sala de cine. Al día de hoy, en mis últimos años, debo tener más películas no terminadas que terminadas. Algunos podrán horrorizarse, pero es mi filosofía. La vida ya tiene muchas instancias de sufrimiento que no podemos controlar, yo voy a evitar todas aquellas que sí pueda.

Los que me conocen, casi nunca quieren ver películas conmigo. Tampoco me preocupa. Es hasta mejor: si aceptan ponerle play a algún título de Netflix en mi compañía, son todavía menos las explicaciones que tengo que dar cuando me quiero dormir. "Ya sabés cómo soy", digo, y escondo un tácito "y me querés así".  Hay cosas peores, ¿no?

Pero toda regla tiene su excepción. 

Una vez amé tanto que no me quería dormir. Que quería estar en esa cama y en ese abrazo presente y sintiendo sin que ninguna otra dimensión me arrastrara, por más cansada que estuviera. No quería desperdiciar ni un segundo de esa infinitud. Mi pecho física, química y sentimentalmente conectado con ese otro pecho eran mejor que cualquier película del mundo, esa sí que no daba pausar. Sobretodo porque sabía que si me dormía, lo que restaba era despertarme, despedirme, y ¿quién sabía cuándo iba a ser la próxima vez? 

Por suerte, siempre en algún momento el sueño me venció. Y digo "por suerte" porque ojalá nunca te pase quedarte despierto y darte cuenta que el final llega igual. Que es inevitable. Que no hace falta dormirse para que se termine. Que no es necesario viajar a otra dimensión y volver para que en algún momento salga el sol. Y el sol representa cosas lindas la mayoría de las veces, pero en esta clase de amores esporádicos, es más malo que Cruela de Vil. Y la luna, es el colchón, el vino, la música de fondo y la mejor cupido de todas. 

Ninguna peli vale tanto la pena, como la propia. Y menos si es nuestra y es de amor.

1.9.20

1 de septiembre

Leo en Twitter que hablan de un mes nuevo, del siguiente al que venimos. Me pasó en abril, en mayo, en junio, en julio, en agosto; por eso no hablo de ninguno puntual. Empiezan los chistes típicos: saludar a abril, indignarse con la gente que saluda a abril, decir que mayo pasó rápido, pedirle a junio que traiga cosas buenas, joder con que julio también va a ser una mierda, decir "Agosto con A de Amor" o "Aguante el vino" para los más anti; y septiembre, que siempre viene con los detractores de setiembre sin "p", entre los cuales sin ninguna duda me incluyo. ¿Tanto se ahorran sacando una "p”? ¿En qué van a invertir ese microsegundo que ganaron? Espero que sea algo valioso porque a mí me quitó 3 años de vida.

Entonces, decía, veo el revuelo típico de "nuevo mes" pero hay algo en mí que se niega a creer que ya arrancó; por eso cierro las aplicaciones y miro el calendario del celular: 1 de algo. No sé por qué ese cambio pega, porque a fin de cuentas es simplemente un día más, como pasó del 29 al 30 o del 30 al 31. Pero a mí algo me pasa. Porque suspiro.

No sé por qué, sólo sé que suspiro. Quizás sea un poco de miedo o tal vez sólo asombro. Aunque hoy, después de tanta cosa (¿se pusieron a pensar que estando encerrados y sin que pase "nada", en el fondo y en el alma nunca nos pasaron tantas cosas?) entiendo o creo entender un poco más a ese suspiro, que se me escapaba cada primero de algo pero nunca me había puesto a cuestionar.

Me enojo conmigo y con el tiempo: ¿cómo ya septiembre y no me curé lo suficiente? Es la noción de que allá afuera siguen pasando cosas y quizás acá adentro el rítmo es otro. Quizás estoy todavía en julio o en abril o tal vez en 1874. Porque si no fuera por los meses y los días; nadie podría juzgar o medir o comparar. Pero ya es septiembre, o ya fue agosto, o julio, o marzo. Y deberías estar de tal o cual forma. O haciendo tal otra. 

Pero no todo es un bajón, porque me avivé en septiembre, que es primavera, flores y colores. Porque se respira infinitud en el aire. Porque arrancan los días cada vez más largos y más lindos, porque hacía muchas primaveras que no sentía tanto la sensación de "todo puede pasar" como ahora. Creo que a veces nos olvidamos de lo hermosa que es la libertad de no sentirse tan afortunado. Quiero decir: el que mucho tiene, acotó sus posibilidades. Su futuro está más o menos encarrilado. Y lo felicitamos y nos alegramos por su prosperidad. Pero para los que sentimos que nos falta alguna pata de la mesa, o varias, quizás tantas que a veces ni siquiera parece una mesa: no nos olvidemos que podemos armar, con esa misma mesa, si queremos, una casita. O tirar la mesa por la ventana y armar lo que se nos cante el orto. El futuro es infinito y es nuestro. 

En invierno también, pero bueno, yo siempre me acuerdo en los septiembres que me agarran soltera.