No, no, no. Está de moda ahora. Los verdaderos revolucionarios se revuelcan en su tumba preguntándose dónde está el espíritu revolucionario de los que dicen tenerlo si son todos iguales y siguen una moda.
Toman el camino fácil creyendo que hacen lo contrario: simplemente dicen "no" y se dan media vuelta a aquello que acaban de negar, para seguir desaprobando cualquier cosa sin siquiera considerarla. Es sencillo decir que no: basta simplemente con mover la cabeza de un costado a otro y seguir de brazos cruzados dejando todo pasar. Tanto desestiman y reniegan propuestas y conceptos que se les va a contracturar el cuello por sacudirlo permanentemente de izquierda a derecha.
Decir que sí es arriesgarse, es jugarse; no es sólo inclinar la cabeza hacia el cielo y después hacia el piso repetidas veces. Aceptar es dar la palabra y llevar aquello como bandera; sostenerlo, respaldarlo. El que da el "no" pronuncia una palabra muy cortita y se acabó el problema para él. El que acepta no sólo dice "sí" si no que ahora tiene una responsabilidad.
El que niega todo está atrapado en la segunda letra de la corta palabra en cuestión; en un círculo, sin salida, repartiendo "no"s por costumbre, mirando con mala cara a todo, considerando que está manejándose según sus ideales y perdiendo de vista que no se le puede llamar "ideal" a ir contra todo. Prefieren vivir acorde a esa negación constante porque "es su ideología" cuando simplemente quedan contentos de su cabeza para adentro, porque el afuera sólo escucha una ene y una o.
"Para decir que sí, hay que sudar y arremangarse, tomar la vida con todas las manos y meterse en ella hasta los codos. Es fácil decir que no, aunque haya que morir. Basta con no moverse y esperar. Esperar para vivir, esperar hasta para que lo maten a uno. Es demasiado cobarde." Antígona, Anouilh.
Revolución ahora es decir que sí.