porque no está mal que terminen las historias mientras haya historias que contar

20.8.20

Chau bici

11 de marzo de 2019

Ramiro:

aunque a tus ojos no hago nada, todos los días te extraño. Me encuentro diciendo que te quiero y que te amo. Dos sentimientos que creía que eran similares y sólo tenían un orden jerárquico que los diferenciaba, y hoy me sorprendo de notar que pueden ser dos cosas completamente distintas y, a la vez, coexistir. Te quiero como persona, hasta desde lejos; te quiero por lo que fuimos y por lo que aprendí. Te quiero por quién sos. Y te amo por quiénes somos. Te amo cuando te imagino cerca, te amo enroscada en tu cuerpo y sintiendo que somos nuestros, yo mía y tuya, y vos tuyo y mío, tan amalgamados que no sabemos bien dónde arranca uno y dónde el otro y ni siquiera podemos encajarnos los pronombres porque somos la misma cosa. Éramos.

Te re pienso. Todos los días y varias veces. Pero no hago nada, ya no. ¿Sabés por qué? Porque ya hice, e hice tanto. Y descubrí que yo sola no podía elegir que todo se resolviera, que no dependía únicamente de mí y que evidentemente vos no tenías ganas. Pero sí había una cosa que podía decidir yo, una sola: irme. Entonces por primera vez agarré el manubrio de esta bici fallada de fábrica, y doblé. 

Por primera vez desde que empezamos a pedalear juntos siento que mi destino también es mío. Y me siento fuerte así. Yéndome. Ya no soy una banderita que se mueve según cómo la soples. Soy mi propio viento. Y ahora que tiré la bici y empecé a caminar, a hacer dedo, a surfear sin olas en el medio de la ciudad, ya no estoy segura de extrañarte. El "te amo" se me va despegando como esas remeras con estampas baratas después de un par de metidas en el lavarropas. El "te quiero" me queda, y me siento orgullosa de que así sea. 

Hay algo que me asusta, y no es andar sola por Buenos Aires, ni correr las calles, ni los bondis, las motos o los camiones que estoy aprendiendo a manejar. Me da miedo olvidarme de cómo se anda en bici. Aunque, quién te dice, quizás mi próximo chico venga en forma de cuatriciclo o de OVNI. ¿No le encanta a la gente decir eso de que ningún amor es igual que el anterior?

Te quiero.

Martina.

9.8.20

Empate

Todos queremos ganar los partidos. En la cancha y en el amor, donde es extrañamente hermoso, porque cuando un partido se gana, no hay perdedor. Los goles en un arco se festejan y los goles en el otro, también; o quizás más bien los mejores encuentros son cuando hay un sólo arco, y sin arquero, y los dos equipos meten muchos goles terminando así un fantástico 89 a 0. 

Perder es horrible, porque ganar se gana de a dos, pero perder se pierde sólo, más allá de cómo termine el otro. Ya mucho no importa. Y se llora, se sufre, se lamenta. Ya sabemos lo que hay que hacer en los fracasos. Ya sabemos cómo se siente. Mucho y feo, pero lo tenemos aprendido, y lo más importante, sabemos que en algún momento pasa. Como todo, como siempre.

No así en los empates. Por eso los odio, en el fútbol y en la vida. Porque tienen gusto a nada. A poco, a no resuelto. Porque no sabemos cuánto dura la incertidumbre de un post empate. Porque así de insulsa como es, de imperceptible y neutra, deja ese sabor insípido durante mucho tiempo. Porque abre mil preguntas, porque nos enseñaron a perder y a ganar, pero nadie nos dijo qué hacer cuando no hay goles. Porque lo dije toda mi vida, aburrirse es peor que romperse.

Es que muchas veces los finales son derrotas, pero casi nunca nada termina definitivamente ahí. Porque después aparecen esporádicamente los encuentros y las charlas políticamente correctas, esos 0 a 0 que al terminar te sugieren que era mejor no jugar ese partido, no por doloroso, sino por evitable. No hacía falta, no porque duela, justamente, ya ni siquiera duele. Sino por ese gusto a nada que te viene a recordar hace cuánto que no jugás un partido como la gente. 

Vos y yo somos un clásico que llenó mil estadios pero que hoy se hace sin público y ni los futbolistas tienen ganas de jugar. Es momento de aceptarlo: ya no somos un clásico. Cambiamos de liga o de deporte, pero ya no hay show. Y claro, ya sabés cómo es la cosa para mí: show o nada, mi amor.