Lo escribo porque no me lo quiero olvidar. Lo escribo porque estando en palabras se hace un poco más real.
Me acosté esperando que pasara algo en relación a él (llamémosle Rey), cosa que no tenía sentido, porque nada podía suceder en esa situación. Pero me dormí así, pensándolo, como tantas otras noches (aunque ya era de mañana). Antes de entregarme a mi inconsciente escribí: "te sueño y es tan perfecto que asusta". Y no es tan mágico, porque dicen que en los sueños aparecen cosas que suceden o que pensamos en el transcurso del día, así que como esperarán que diga: soñé con él.
Que no es cualquiera. Atrayéndonos y rechazándonos como hace falta, así como escribió Cortázar, nunca pudimos terminar de empezar. Nunca nos dijimos cosas lindas -con palabras, pero sí con los ojos y las manos-, jamás rozamos nuestros labios ni por asomo -pero sí en mi mente y juraría que en la de Rey también-, disputamos temas serios y nos matamos a los gritos por nimiedades, nos criticamos a nuestras espaldas pero siempre concluyendo cara a cara porque nunca nos traicionaríamos así. Pero, como decía, jamás nada. Para todos, nada. Para mí, todo. Para él, no lo sé bien (y ni aunque lo viera todos los días lo sabría porque es perfecto en no darme certezas -y en todo-).
Entonces, contaba, soñé con Rey. No sé bien qué pasaba. Peleábamos, o tal vez simplemente yo había discutido fuerte con otra persona, pero estaba triste y enojada, en el rincón de una plaza, sentada como hecha una bolita, resignada a llorar y a indignarme más y más. En eso llegaba él. Acelerado, con bronca, harto. Sí, la discusión fuerte había sido con él. Y con toda esa ira, con todo lo que hace que no podamos estar juntos, con más enojo todavía porque "encima la enojada era yo", me levantó del piso y me besó. Me besó con furia, pero no esa furia de novela que se torna sexual enseguida o nunca cuadran bien los labios. Con furia de vida real, con furia desquitando odio por la pelea, y por los obstáculos, y por todos los besos no dados. Con furia exhalando bien fuerte sobre mí, con furia absorbiendo mis lágrimas y transformándolas en más furia que se transformaba en besos. Furiosos pero suaves. Furiosos pero destilando ternura. Furiosos por haber llegado tan tarde. Furiosos por haber estado tanto tiempo encerrados. Y furiosos porque para él me había comportado como una imbécil.
Con furia, con odio, pero suaves. Hermosos. Perfectos. Soñados. Literalmente. Porque después me desperté y tuve esa sensación rara que se tiene con los sueños lindos, de haberse sentido tan bien pero en realidad ser todo una mentira. Porque no solo ese beso no existió, sino que tampoco todas esas ganas acumuladas. O al menos no lo sé.
Rey, vos, cuando te cruce, que ojalá sea pronto, te voy a decir "soñé con vos". Y cuando me preguntes qué, te voy a responder que no me acuerdo. Por esa tensión linda. Para seguir sumando a esto que pasa entre nosotros dos, al menos en mi almohada.