porque no está mal que terminen las historias mientras haya historias que contar

9.5.21

Madrid

Madrid me hace acordar a vos

Igual no conozco Madrid. Cuando fui, no estaba ahí. Recién nos dejábamos. Estaba muy adentro mío tratando de curarme, estaba con vos en Buenos Aires adivinando dónde realmente estabas; estaba en Mar del Plata repasando nuestros momentos juntos a ver si encontraba alguna pista; estaba el día en el que te conocí a ver si podía irme más temprano de ese bar. 

Madrid me hace acordar a vos, a mí, pero no a Madrid. Fue por una escala entre vuelo y vuelo, fue un sólo un día que fui a Madrid. Sin embargo puedo jurar que no estuve en Madrid. No conozco ni un punto turístico, ni el Palacio Real, ni el paisaje hermoso citadino que igual sí subí a Instagram. En Madrid te conocí más a vos que a Madrid, aún cuando nunca estuvimos tan lejos como ahí en cualquier sentido y dimesión que uno quiera imaginarse. Hurgué tanto en vos y en mí que no me acuerdo ni de la Plaza Mayor. No me acuerdo. No estuve ahí.

Dirán que disfruto de este alzheimer viajero y europeo que me visita, dirán hasta que lo exagero para tener algo para escribir; entonces en el afán de contradecirlos (más a mí que a ustedes, porque ¿creen que se siente bien una mediocre piba de clase media al no recordar absolutamente nada de la única ciudad primermundista que pisó en su vida?)... en el afán de contradecirlos hago doble click y zoomeo sin parar en cada espacio de mi cabeza que con mucho optimismo pienso que puede tener que ver con algo de mi amnesia española... y funciona.

No sé qué calle es, bueno, tampoco pretendan tanto. Es zona céntrica y hoy mismo prenden las luces navideñas. Para ellos, el primer destello que adelanta las fiestas de fin de año es un alto momento. Me lo contó alguien hace un rato. Es Madrid en noviembre pero a mí me suena todo bastante a Microcentro en julio. La temperatura es parecida pero creeme que por más crudo que pueda ser este invierno español, yo tengo mucho más frío debajo de la piel.

Salgo a caminar porque siento la obligación de conocer, al menos, algo. La culpa de la piba de clase media en la ciudad primermundista y el pasaje caro, no mucho más que eso. Sin destino, sin preguntar qué no puedo irme sin conocer, sin googlear ni si caminar para arriba o para abajo; avanzo 50 metros para algún lado. Tal vez menos. Entro en el primer local que veo y pienso que si compro algo, ya significa haber estado.

Es un negocio de valijas. Puta madre, ya tengo dos acá y dos más en Buenos Aires. Quizás me viene bien un carry on más. Visualizo uno que me gusta, es el más barato de todos, 42 euros. Está en violeta y en negro y a mí me gusta más el violeta pero igual agarro el negro. Vos hace mucho que necesitás un carry on. Al final no usaste el descuento de la tarjeta que te conté que tenías en agosto. Lo llevo, seguro que volvemos y para qué quiero yo otra valijita rosa, si esa negra la podemos usar los dos. 

¿Lo único que rompe mi amnesia madrileña tiene que ver con vos? Lo único que rompe mi amnesia madrileña tiene que ver con vos. Porque llevé una valija que nunca te di y dejé en ese local de la calle que no recuerdo, el último pedacito mío que ahora me queda recuperar. Es que días, meses, años después; uní todas mis partes, claro, excepto esa piecita olvidada en Madrid. Tendré que volver a buscarla. 

Volver, ¿a dónde? si no conozco Madrid.