porque no está mal que terminen las historias mientras haya historias que contar

29.7.20

El último beso

Esta vez Ramiro le ayudó a juntar sus pertenencias. Cuando Martina se percató, el enojo se transformó en dolor, así, en un segundo. No era como las otras veces, que ella metía la crema en la mochila y él iba y la sacaba. Tampoco miraba triste desde el sillón. Ahora le guardaba las cosas. "No te olvides el perfume", "acá está tu pijamita", "¿los botines de hockey los habías dejado acá?". Esta vez era en serio. Y ella se arrepintió de tantos amagues, tantos berrinches, tantos falsos finales. Ni siquiera habían servido de práctica. Esto era un hachazo en la mitad del alma.

A cada paso, Martina imaginaba un posible arrepentimiento; en cada cosita que él metía en una bolsa, cuando ella pidió el auto, cuando el taxista tocó el timbre, cuando esperaban el ascensor, cuando bajaban, cuando salían por la puerta. Ya había pasado muchas veces, quizás ésta sólo se estaba haciendo esperar. Ella lo veía en su cabeza. Él le iba a decir que la amaba, que está bien, que lo intenten de vuelta. Que perdón. E iban a vaciar las bolsas, cancelar el taxi, tener un par de días raros y volver a la "normalidad". Pero no estaba pasando, y fue con la puerta del coche abierta y todas las cosas ya en el baúl del auto, que comprendió que no iba a pasar.

Ramiro, con los ojos más tristes del mundo, la agarró despacio del cuello y se acercó para darle un beso en la boca. Martina se aproximó también, hasta casi tocarse los labios, pero al final retrocedió. Llena de mocos y de lágrimas, lo único que pudo decir fue: "cada beso más que me das es un beso más que me va a doler después". Pocas cosas tenía claras, pero de eso estaba segura. ¿De qué le servía ese beso cargado de tristeza, de chau, de mucho "nunca más"? No iba a disfrutarlo sabiendo que era el último. Y era una cuchillada más en el corazón a curar después. Un recuerdo más de la sensación de esa boca con la suya que iba a tener que olvidar, sumado a los otros mil millones. 

No se lo dio. Miento si digo que ya había entendido que esta vez no era como las anteriores. Esperó el mensaje arriba del taxi, lo esperó cuando llegó a su casa, lo esperó toda esa semana, ese invierno, ese año. Algunos cuentan que todavía lo espera. También dicen que ese día, cuando Ramiro le juntaba las cosas, entre las cremas, los pijamas y los botines, le devolvió su corazón. Claro, ella se lo había entregado, hacía mucho, casi sin querer. Se rumorea que estaba todo roto, despedazado; casi en migas, y que ya era mucho más un gris que un rojo. 

Algunos hasta se atreven a decir que Martina nunca lo sacó de la bolsa, 
y que al día de hoy 
no sabe dónde está.
El estante de las bolsas de bolsas siempre es un incordio. 

20.7.20

Amigas

Si todas esas caídas me llevaron a descubrir que tengo quien me ponga hielo en el chichón mientras me hace reir y me caga a pedos por no mirar el piso mientras corro

Si todos los para siempres que me dijeron y me tuve que meter en el orto, hacen que hoy entienda que no hace falta marco temporal para los sentimientos infinitos y que con ellas me siento poderosa sin mirar el reloj...

Me caigo a propósito

Que me vuelvan a mentir

Porque hoy no hay caída ni mentira que me encuentre tan perdida y sola.
Porque tengo a mis amigas.
Porque siento que tienen mi alma desnuda en sus manos y que me aman íntegra y completamente.
Porque es uno de los pocos lugares donde no escondo nada.
Porque conocí la empatía más profunda de alegrarme tanto por algo ajeno hasta llegar a confundirlo como propio.
Porque sé que mis alegrías ya no son mías, son nuestras.
Y porque hoy siento que no creo que exista pena tan grande como para voltearme.

Porque entre tanta mugre, gente que lastima, que abandona, que no le importa; gente que juega, que entra y que sale como si fuésemos puertas giratorias; entre tanta superficialidad y liviandad, entre tanta inestabilidad y fugacidad...
Mis amigas son ese lugar seguro y atemporalmente eterno que sé que permanecerá constante aunque todo siga cambiando. Lo quieto en el medio del caos. Donde sé que sigo estando aunque física y fácticamente no esté.

Las celebro siempre, desde hace un tiempo, que me desperté. Después de los golpes, y las caídas, y los errores. Hoy en las redes y quizás con algún mensajito extra, pero no me canso de decirles que las amo y que gracias.

15.7.20

El amague

Hace casi 2 meses que me nutro de imágenes en sepia o sin color, como en las series cuando hay un flashback. "Me nutro" es una forma de decir, porque en realidad me les escapo. Me la pasé evitando todo tipo de estímulo que me llevara ahí. E igual, todo me daba a viejo. A cáduco. A muerto. A olvido. 

Tengo miedo. Estoy a punto de generar un recuerdo nuevo. A punto de volver a verte, a vernos, pero vívidos, de color, con mucha saturación; como siempre te gustó editar las fotos. Siempre antes. Ahora ya no sé bien cómo sos ni qué filtro usás en Instagram. 

Tengo miedo porque de fallar, va a ser un recuerdo más en sepia para desgarrarme después. Para romperme. Algo más que me atasque. Una página nueva que borrar, y ni siquiera sé si voy a poder, porque me estoy cansando de pasarle la goma a este cuaderno y que no desaparezca ni una palabrita.

Suena el timbre. Me late el corazón como nunca. Pensé que eso de que se acelerara por amor era una mentira de las novelas y las canciones. Cuento hasta 100 a ver si esto que me explota adentro se calma, y te abro. Pongo en el grupo de whatsapp de mis amigas que llegaste. Escribo mal como si estuviera borracha. Si fuéramos los de antes, te pondría la mano en mi pecho para que veas cómo está. Te reirías. Me dirías que estoy loca y me darías un beso. Pero ahora tengo que fingir. 98, 99, 100. 
"¿Quién es?"

Continuará...
O no. 

7.7.20

Los bares de Palermo

Cuna de la noche, cada bar es una historia. Todos ellos. Lo descubrí hace no tanto, andando en bici, cuando se podía. No sé cómo hice, porque no soy sommelier de vinos ni cervezas ni inspectora de antros nocturnos; tampoco armé una planificación para recorrer todos los locales de la noche como hobbie ni para escribir la columna semanal de alguna revista. Serán mis ya casi 10 años de beber, salir y sentarme en esas banquetas incomodas de la mayoría de los pubs, supongo.

Empecé a hacer este ejercicio para entretenerme mientras andaba, por algún motivo, sin los auriculares puestos. O quizás solamente para invocar mi pasado, refrescarlo y así darle unos años más de vida. Hasta encontrar un deporte nuevo y renovarlos de vuelta. Es que no quiero que se vayan. Ningún recuerdo ni ninguna historia, pero menos los teñidos por la noche, el humo y el alcohol. Es que para mí tienen un tinte distinto. Tal vez (y me di cuenta en el tercer bar que uní a su respectiva anécdota) porque siempre me perfumé, vestí y maquillé creyendo que esa noche me iba a cambiar el destino. Ninguna lo hizo. Y en el fondo, menos mal. Sería raro que un Antares a las 3:34 de la mañana te desvíe veintialgo de años yendo a alguna parte.

Pero aún así, entendiendo que la vida es muchísimo más que unas cervezas en un bar de mala muerte; puedo hacer un boceto clarísimo de mis 26 años con solo unir mis borracheras. Por más que haya salidas insignificantes, al pasar por cada uno de estos lugares, con sólo invocar una foto nunca sacada de esa noche, yo veo mucho más. Primero llega lo anecdótico, lo puntual: a Camila casi le pegan una piña por defenderme de la loca que me quería abrir la puerta del baño. La primera cita con el pibe que me hizo llorar porque yo no quería coger. La vez que un chabón le regaló a Micaela un poema y una rosa. La previa en la que ninguno de los chicos que nos invitó, nos vino a hablar. El día que nos robamos la manija de una puerta. Cuando dijimos que era el cumple de Flor para que nos regalen un champagne, y nos lo trajeron, pero después nos lo cobraron. Podría seguir hasta mañana.

Después del título, de lo ganchero, de lo especial (el día que una noche no tenga algo especial, voy a dejar de salir), llega, como una nube de esas que se mueven rápido después de una alta tormenta, todo mi yo de ese entonces. Enseguida sé qué me pasaba, qué no, con qué soñaba, quién me gustaba, qué sentía, qué me dolía, qué me mambeaba. A mí los bares me cuentan historias. Mías.

Nada tangible, todo en mi memoria y en la de mis amigas, que casi siempre se acuerdan más que yo. Ahora pienso, habrá sido por eso que una noche quise escribir la puerta de un baño. Mi nombre, otro nombre, un corazón. Parece muy infantil, pero con 5 fernets encima y sonando alguna canción algo trash, se sentía más rockero. Lo duro fue cuando tiempo después volví y me encontré con esa inscripción, pero ya no de una realidad, sino de un pasado que todavía dolía. Ahí lo entendí a la perfección: nunca hay que dejar nada propio en un bar. Hay que llevarse todo. Recuerdos, anécdotas, amor, y hasta la manija de un baño si querés. Pero ojo con olvidarte algo ahí porque un día volvés siendo otro y el bar sigue siendo el mismo.

Tantos científicos y filósofos queriendo entender la medida del tiempo, y ahí estaba, re fácil, re a la vista; en los bares de Palermo. Mirá vos.