Me llega un mensaje de Pablo. Me sorprende la dualidad de sensaciones de imaginar este tipo de oración, entonación y cercanía en sus palabras. Por un lado, sapo de otro pozo, mal. Muy “qué carajos”. Muy “no da”. Muy “qué lindo se siente pero que fuera de contexto”. Demasiado extraño. Es como si no lo creyera. Es que, a fin de cuentas, es una fantasía, e imaginarlo me genera eso: sensación de imposibilidad completa.
Al mismo tiempo, era tan normal que se dirija de esa forma hace meses. 8 seguro. 6 también. Y quizás hasta 5. Menos no. Pero era lo diario. Aún separados. Cada tanto aparecía así. Y no me sorprendía, ni siquiera cuando ya habíamos cortado. No debería ser tan raro. No debería ser imposible. Si era tan habitual, cinco meses después, ¿por qué no podría pasar? ¿no hay gente que se arrepiente al tiempo? ...que extraña en silencio? ...que un buen día se da cuenta y elige intentarlo de nuevo? Suena posible por escrito pero en mi cabeza te juro que ya no.
El mensaje dice: “sé que no te esperás este mensaje ni en pedo, pero quería decirte que te extraño mucho. Iba a decirte te extraño mucho mi amor, pero ya no te puedo decir así. Te voy a querer siempre”. El final es para llenarme el orto de preguntas. Porque el principio pareciera que quiere volver conmigo. Pero el final es de esas despedidas con amor que no siven para nada, que sólo dejan preguntas.
¿Qué haría yo? En vida real supongo que primero pensaría en no responder, obviamente con la intención de que insista y entregue un poco más su corazón o dé un poco de seguridad. Es que eso espero: que yo sienta que cien porciento quiere volver conmigo, que entendió todo lo que hizo mal, que va a ser interesado y dedicado, que no me va a mentir, y que va a gustar tanto de mí y me va a amar tanto, que no voy a tener espacio ni de dudar. Sin embargo, conociéndolo, si yo no le respondo, probablemente él no siga, y con el tiempo, se olvide otra vez. Qué envidia.
Entonces supongo que sí le contestaría. ¿Qué? Recién pensaba en eso. No tengo nada que ocultar. No me interesa lo que en él pueda generar lo que yo diga. Es decir: claro que me interesa. Pero pienso morir en la mía de que las estrategias no sirven. Recién releyéndome lo confirmé: tengo tan claro lo que necesito que no hay nada que una jugarreta pueda conseguir. Voy al nudo del asunto, al fondo, a la clave. Ni me sirve pensar jugadas ni cómo el pueda responder a ellas, porque lo mío va más allá de eso. Yo me entiendo.
“yo te quiero mucho. Y te extraño, en algún momento, casi todos los días. Sólo espero que, si te sigo queriendo así de tanto, alguna vez podamos volver a estar juntos”. Mmm, releo y parece que sigo re enamorada. Y no. Quizás es porque ahora estoy fumada. Siento que ponga lo que ponga me voy a quedar manija y con una necesidad de continuidad y explicaciones urgente. Amo estar planteándome qué hacer frente a algo que nunca pasó.
“te quiero mucho! espero que estés bien. te extraño seguido”. Muy seco. Qué se yo. BUENO NO IMPORTA LO QUE YO HARÍA REALMENTE. Esta es la prueba de la fantasía.
En el juego de mi cabeza antes de dormir, le respondo “te quiero yo también y siempre vas a ser muy importante para mí. Besitos”. Es que ya que puedo elegir, en mi mente y mi ideal, yo soy canchera y relajada, y él insiste: me responde algo como que por favor y bla. No sé. La historia sigue en mi cabeza hasta que me quedo dormida. Nunca sé cómo terminan. Debe ser que me duermo muy rápido. Pero el planteo tiene que ser perfecto. Cuando aparece, ya me puedo ir a acostar, sin tele ni podcast. Yo, mi cabeza, y siempre él. Algún él. Que siempre me ama y se la juega por mí. Porque para las malas ya está la vida real.